Santa Inés de Bohemia
Con las obras de caridad que surgían de dicho amor y con su ejemplo, Inés “tuvo un papel notable -como dijo Juan Pablo II en la homilía de su canonización- en el desarrollo civil y cultural de su nación”.
Entre el emperador que la quería como esposa y el Rey del universo, santa Inés de Bohemia (1211-1282) no tuvo dudas, dado el ardiente amor que sentía por Dios. Por ello acabó ganándose la admiración de una humildísima esposa de Cristo como santa Clara de Asís (1193-1253) que, desde el monasterio de San Damián, le escribió cartas que revelan la gran comunión espiritual que se había instaurado entre las dos.
Inés nació en Praga de una familia noble y con varios ejemplos de santidad entre sus miembros. Era prima de santa Isabel de Hungría e hija de Otakar I, rey de Bohemia, y de su esposa Constancia. Cuando tenía tres años fue confiada a los cuidados de santa Eduvigis de Andechs, cuñada de su tío Andrés II de Hungría, que le crió en el monasterio que ella había fundado en la ciudad polaca de Trzebnica, transmitiéndole los primeros elementos de la fe cristiana. Continuó su educación en su patria, con las monjas premonstratenses, pero a los ocho años la prometieron con su coetáneo Enrique, hijo de Federico II de Hohenstaufen. Poco después la introdujeron en la corte de Viena para recibir una educación acorde a un futura soberana.
Sin olvidarse nunca de las virtudes cristianas, vivió en la corte austriaca hasta 1225, cuando el pacto de futuro matrimonio se anuló (el duque de Austria, de nuevo por intereses dinásticos, obtuvo que fuera su hija la que se casará con Enrique). Inés pudo volver a Praga. Aquí se dedicó aún más intensamente a la oración y decidió consagrar su virginidad a Dios. Pronto otros soberanos europeos la pidieron como esposa, a saber: Enrique III de Inglaterra y el propio emperador Federico II, pero Inés permaneció firme en su promesa y pidió ayuda al papa Gregorio IX, que protegió su voto de virginidad. Federico II comentó: “Si me hubiera abandonado por un hombre mortal, me habría vengado con la espada. Pero no puedo ofenderme porque haya preferido al Rey del Cielo”.
En ese mismo periodo llegaron a Praga los frailes franciscanos, que le hablaron del modelo de vida de Clara de Asís y la instruyeron sobre la espiritualidad franciscana. Conmovida por estas enseñanzas, Inés fundó, entre 1232 y 1233, el primer convento franciscano de la ciudad, un hospital dedicado a san Francisco. Además, hizo construir un monasterio para las “señoras pobres” o “damianitas”, donde ella misma entró el día de Pentecostés de 1234, profesando los votos solemnes de castidad, obediencia y pobreza. La noticia de su entrada en el monasterio se difundió por toda Europa. Mientras tanto, inició su correspondencia con santa Clara, que en una de sus cartas llenas de referencias bíblicas le escribió: “Si con Él sufrirás, con Él reinarás; si con Él llorarás, con Él gozarás; si en Su compañía morirás en la cruz de la tribulación, con Él poseerás las demoras celestes en el esplendor de los santos, y tu nombre se inscribirá en el Libro de la vida”.
Su amor por Dios estaba alimentado por horas de adoración ante el Santísimo Sacramento, ayunos, meditaciones sobre la Pasión de Nuestro Señor y una tierna devoción hacia la Santísima Virgen. Con las obras de caridad que surgían de dicho amor y con su ejemplo, Inés “tuvo un papel notable -como dijo Juan Pablo II en la homilía de su canonización- en el desarrollo civil y cultural de su nación”. En su larga vida terrena no faltaron ni la enfermedad ni el dolor, que la santa unió sempre a los sufrimientos de Cristo, contemplando Sus misterios hasta el último día en su monasterio (del que fue abadesa, sin dejar nunca de cocinar y remendar los vestidos de los pobres y los leprosos), donde murió en olor de santidad el 2 de marzo de 1282.
Para saber más:
Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia (en italiano)