San Juan de Kety por Ermes Dovico
SANTOS Y GASTRONOMÍA / 9

Inés de Montepulciano, una vida extraordinaria

Desde pequeña, Inés Segni sintió la belleza de la fe y la oración. Tenía grandes dotes místicos y taumatúrgicos. A la edad de 15 años se convirtió en abadesa, con una dispensa papal especial. Ayunó y se mortificó. Unió su grave enfermedad con los sufrimientos de Jesús y, al borde de la muerte, invitó a sus hermanas a regocijarse con ella.
- LA RECETA

Cultura 07_08_2021 Italiano English

La chica se voltea atareada entre los largos estantes de la despensa del monasterio. El escapulario de tela burda que lleva le da gracia a sus movimientos, a pesar de la simplicidad de la tela. La joven revisa los suministros y ordena mejor los cestos que contienen legumbres secas, trenzas de ajo y cebolla, ramos de velas atadas con hilo y tarros de aceitunas. Tiene sólo catorce años, pero la madre superiora confía tanto en ella que le confía el dispensario.

Reza suavemente y el canto de la oración suena como una melodía. De repente se detiene y se voltea: ha sentido una presencia. Cegada por la luz, cae de rodillas. Y la figura diáfana de la Virgen emerge del halo dorado. Sonríe y le habla a la joven con voz calmada. Le da tres piedras y le explica que antes de morir tendrá que construir un monasterio dedicado a ella, fundando el edificio sobre la Trinidad indivisible. La Virgen desaparece y la joven permanece postrada un buen rato, agarrando las tres piedras en la mano. Las mira y las mete en la bolsa de la limosna, atada a la cuerda larga que le rodea la cintura. A partir de ese momento su vida está trazada a la luz de esa aparición.

La joven es Inés Segni, nacida en una familia adinerada el 28 de enero de 1268 en Gracciano, un pequeño pueblo cerca de Montepulciano. Desde su nacimiento sucedieron cosas misteriosas a su alrededor, como una multitud de velas encendidas en el momento en que su madre Francesca la había dado a luz. Inés había sentido el encanto de la fe y la belleza de la oración desde edad temprana. Estaba extasiada frente a los íconos y le pidió a su madre que le enseñara las oraciones. A los nueve años visitó el monasterio de Montepulciano y las “Hermanas de Saco”, llamadas así por su hábito. Cuando regresó a casa, Inés le dijo a sus padres que quería convertirse en una de ellas. No objetaron, la pequeña ya tenía un carácter bien definido que intimidaba. La dejaron ir y encontró su lugar en el mundo desde muy pequeña.

La superiora, sor Margherita, la quiso de inmediato, la admiró ante la devoción de la pequeña. Pasado el tiempo necesario para la formación religiosa, la superiora le confió el dispensario. Y en ese lugar que ella cuidaba y ordenaba, custodiando las provisiones del monasterio, ocurrió el encuentro con la Virgen, que dictaría los acontecimientos de su vida. Pero eso no fue todo. La hermana Margherita había notado el poder de la joven de curar. Más de una vez, los enfermos que llegaron al monasterio habían salido curados, después de solo una señal de la cruz trazada en su cuerpo por la hermana Inés. La hermana Margherita entendió que esta joven era especial, que el Señor tenía planes con ella. Por eso la estimó y la protegió.

A la noticia de los prodigios que Dios obraba a través de Inés, los administradores del Castillo de Proceno, un pueblo cercano (en la actual provincia de Viterbo), pidieron a las monjas en 1283 que fundasen un monasterio. La tarea le fue confiada a la hermana Margherita, pero ella aceptó con la condición de que se le diera a Inés como compañera. Antes de entrar al pueblo, las dos monjas se detuvieron a descansar cerca de un tronco de árbol caído. Como se había acabado el agua del botellón, Inés empezó a cavar en la tierra con las manos y un chorro de agua fresca brotó de aquellos terrones de arcilla. Ese lugar más tarde se llamará Acquasanta. Entonces la joven monja llegó a Proceno, junto con la hermana superiora Margherita, para fundar el monasterio, en la parte más alta de la ciudad (conocida hoy como “Poggio di S. Agnese”). Los habitantes de Proceno estaban tan entusiasmados con las extraordinarias virtudes de Sor Inés que pidieron que fuera elegida superiora de su monasterio. Algo inédito, solo tenía quince años: fue necesaria la dispensación del Papa Martín IV (1210-1285), que en ese momento vivía en las cercanías de Orvieto.

El monasterio se desarrolló rápidamente y Inés fue un gran ejemplo para las monjas y las jóvenes que se reunieron a su alrededor. Practicaba una mortificación extraordinaria y era inexplicable cómo podía vivir alimentándose habitualmente sólo de pan y agua; los días festivos comía pasta aderezada con pan rallado (ver la receta que acompaña a este artículo). Dormía en el suelo, con una piedra debajo de la cabeza. En Proceno, Agnese puso en práctica varias veces el maravilloso don de los milagros que le había confiado el Señor: bastaba que se acercara a los poseídos y éstos eran liberados. En varias ocasiones multiplicó el pan y los enfermos graves recuperaron la salud.

Permaneció en Proceno durante 22 años. En ese momento, a pesar de poder dispensar curación a otros, ella estaba sufriendo y estaba enferma. En la primavera de 1306 la llamaron a Montepulciano, donde comenzó la construcción de una iglesia, como le había pedido la Virgen María en la visión que tuvo unos años antes. Y así fundó el monasterio de Santa María Novella (del que será abadesa) que se alimentará de la espiritualidad dominicana. (Esto explica la iconografía que retrata a Inés siempre con un vestido blanco y un manto negro).

Además de sus cualidades como sanadora, Inés demostró ser una extraordinaria pacificadora. Fueron numerosas las ocasiones en las que intervino en la ciudad para resolver disputas en las luchas entre familias nobles. Lamentablemente, la grave enfermedad que contrajo debido a las severas mortificaciones, los repetidos ayunos y la austeridad que le habían impuesto no le dieron tranquilidad y su estado empeoró. Estaba postrada en cama, su fuerza menguaba más y más cada día. En 1316 Inés, por sugerencia de su médico y ante la insistencia de sus hermanas, fue a Chianciano para ser tratada en el balneario. En el lugar donde estaba sumergida brotó un nuevo manantial de agua, era caliente y sulfuroso. Esa fuente tomará el nombre de “Bagni di S. Agnese”. Su presencia ayudó a los numerosos enfermos presentes en la localidad e Inés hizo numerosos milagros, pero los tratamientos termales no aportaron ningún beneficio a su enfermedad, que se agravó.

Ya al borde de la muerte, Inés animó a sus hermanas invitándolas a regocijarse porque había llegado el momento tan esperado de su encuentro con Dios. Y esto ocurre el 20 de abril de 1317. Ya que las hermanas y los frailes dominicos querían embalsamar el cuerpo de Inés en Génova, pero no hubo necesidad, porque de sus manos y pies goteó un líquido fragante que impregnó las telas que cubrían su cuerpo. Se recogieron algunas ampollas. El eco del milagro atrajo a numerosos enfermos que deseaban ser ungidos por el aceite milagroso. El cuerpo no fue enterrado, sino colocado en una urna de madera con cerradura que permitía abrirlo y mostrar a los fieles los restos mortales que permanecieron incorruptos durante mucho tiempo.

Como escribió el beato Raimondo da Capua en su Leyenda de 1366, su cuerpo aún estaba intacto, como si Inés acabara de morir, y hubo muchos milagros de curación que tuvieron lugar en la iglesia, que ya era conocida como la “Iglesia de Sant'Agnese”. Otra fuente autorizada, la Vida (1606) del padre Lorenzo Sordini Mariani testifica en este sentido. Las curaciones fueron milagrosas e instantáneas y ningún médico pudo explicarlas. También hay un registro público de estos milagros realizado por notarios a pocos meses de la muerte de la santa. Según la tradición, realizó otros milagros después de su muerte, incluido el de haber salvado a Montepulciano de la epidemia de cólera de 1855.

El origen de su enfermedad nunca se ha esclarecido. El culto a Santa Inés se extendió rápidamente gracias también al trabajo de los dominicos. Fue canonizada por Benedicto XIII (1649-1730) el 12 de mayo de 1726 en la iglesia romana de “Santa María sopra Minerva”. El ejemplo de fe y vida de Santa Inés es fuente de inspiración. Si bien para nuestros contemporáneos las mortificaciones físicas son difíciles de poner en práctica, al menos podemos vivir sin desperdicio, de una manera austera y sencilla: cualidades que refinan nuestra vida espiritual.