San Juan Evangelista por Ermes Dovico

Cristo Rey

La solemnidad de Cristo Rey del Universo fue introducida por Pío XI con la encíclica Quas Primas del 11 de diciembre de 1925 para recordar la realeza de Dios Hijo en la historia y poner remedio a un mal que, ya entonces, afligía a la sociedad: el laicismo

Santo del día 24_11_2024 Italiano English

«Pilato le dijo: “Entonces, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey”» (Jn 18,37). La respuesta que Nuestro Señor le dio a Pilato resuena hoy en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, introducida por Pío XI con la encíclica Quas Primas del 11 de diciembre de 1925 para recordar la realeza de Dios Hijo en la historia y poner remedio a un mal que, ya entonces, afligía a la sociedad: el laicismo. «Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad», escribía el papa Ratti, explicando a continuación: «Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos».

Era la época en la que surgían los totalitarismos ateos (el comunismo) y neopaganos (el nazismo), responsables de más de cien millones de muertos y cuyo objetivo era eliminar el cristianismo. En México, en ese mismo periodo, tenía lugar la tragedia de los cristeros perseguidos por el gobierno masónico.

A la expulsión de Dios de la esfera pública se había llegado gradualmente, a partir de la Ilustración, inspiradora de la Revolución francesa y de otras ideologías (que hoy siguen proliferando, a veces transformadas). Su elemento común era la pretensión de poder prescindir de Cristo. Consciente de las raíces del laicismo, Pío XI recordaba con lucidez que «tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas […]. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados».

En la forma ordinaria del Rito romano, la solemnidad de Cristo Rey se celebra el último domingo del año litúrgico. Su institución recibió un gran impulso en 1899, cuando León XIII, con la encíclica Annum Sacrum, estableció la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, y 49 obispos presentaron una petición para instituir una fiesta litúrgica. Como prueba de lo mucho que le urgía al pueblo de Dios honrar la realeza de Cristo, a inicios del pontificado de Pío XI se presentó una segunda petición. La tercera y definitiva fue suscrita por 340 cardenales, obispos y superiores generales, apoyada por 200 congregaciones y órdenes religiosas, 12 universidades católicas y cientos de miles de fieles de todo el mundo.

Era un pueblo consciente de que solo si se reconocen los derechos reales de Cristo, principio y fin último de todas las cosas, se puede edificar, no solo el corazón del hombre, sino toda la sociedad. La cual está llamada a obedecer, ante todo, a la ley de su Creador si quiere que, en ella, reinen la justicia y la verdadera paz. El debilitamiento del principio de autoridad, explicaba Pío XI, nace de alejar al Redentor «de las leyes y de la gobernación de los pueblos […]. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad». Por un lado, el pontífice resalta que estamos a la espera del Reino de los Cielos, en el que entrarán los hombres que, en la penitencia y en la aceptación de la cruz, harán la voluntad de Dios («Este reino únicamente se opone al reino de Satanás»). Por otra parte, afirma que «erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales» y advertía a las naciones sobre su deber de venerar públicamente a Cristo, porque «Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones».

Para saber más:

Encíclica Quas Primas sobre la fiesta de Cristo Rey (Pío XI, 11 de diciembre de 1925)