Catalina de Bolonia, un cuerpo que da testimonio de santidad
Intacto, colocado en una capilla de cristal en el monasterio de Corpus Domini en Bolonia, el cuerpo de Santa Catalina de’ Vigri († 1463) sigue segregando un aceite perfumado, por lo que su ropa se cambia periódicamente. Muchos fieles han tenido gracias y curaciones al rezar en su tumba. Era abadesa y vivía de forma austera, aunque amaba la gastronomía de su tierra. Las Clarisas que ella dirigió eran famosas por su fresca pasta rellena.
- LA RECETA: COFRES DE VENUS
27 de marzo de 1463: Severino es un muchacho de 20 años fuerte y trabajador. Trabaja como sepulturero para la arquidiócesis de Bolonia, un trabajo en general satisfactorio, que no le exige mucho y lo hace a conciencia. Hoy tiene que ayudar a las Clarisas a trasladar el cuerpo de una de sus hermanas que falleció el 9 de marzo. Las monjas se encargarán de cavar, según su regla, y pasar las correas por debajo del cuerpo, pero será él quien tendrá que levantarlo del sepulcro y luego colocarlo en la camilla blanca ya preparada para tal fin, para transferirlo hasta la nueva tumba con la carreta tirada por el caballo Anselmo, su compañero de trabajo. Severino se pregunta fugazmente por qué debería mover un cuerpo enterrado menos de tres semanas antes, pero luego descarta la idea: hace tiempo que aprendió a no hacerse preguntas sobre la lógica de los religiosos.
Aún se sienten los vestigios del invierno que acaba de terminar. El aire es penetrante y el cielo de un delicado gris, como hielo suspendido y algunos raros copos de nieve flotan con gracia. A Severino le gusta ese momento en el que sientes el amanecer de la primavera y el frío ya no es tan fuerte. Las Clarisas cavan vigorosamente, la tierra aún está fresca, la monja fue enterrada directamente en la tierra y sin ataúd, como exige su regla. El joven se ha protegido la nariz y la boca con un pañuelo que usa cuando tiene que hacer este trabajo. No es que le parezca difícil, es parte de sus deberes, pero prefiere defenderse de los olores desagradables que emanan los cuerpos en descomposición cuando son exhumados.
Ya estamos, la tabla que cubre el cuerpo ya es visible: las monjas la agarran y se la pasan a Severino, quien la saca de la tumba. Aparecen las solapas de tela de lino crudo con el que el cuerpo fue envuelto. El joven espera sentir el olor que conoce tan bien, pero ¡cuál es su asombro cuando de la tumba sale un aroma de flores! ¿Cómo es posible? A finales de marzo no floreció nada, salvo unas pocas campanillas de invierno dispersas, lejos de allí, en el borde del cementerio. Las cuatro Clarisas que lo acompañan miran el cuerpo que poco a poco aparece debajo de la tierra oscura. Ellas también huelen el perfume, pero no se sorprenden para nada, saben que ese cuerpo huele a flores, ha sido así desde el momento del entierro. A menudo venían aquí y olían el aroma todos esos días. Es la razón por la que se arrepintieron de haberla enterrado así, directamente en la tierra, intuyendo que ese cuerpo pertenecía a una santa. Por tanto, habían decidido darle una sepultura mejor y más digna.
Severino agarra las correas unidas en el medio y levanta el frágil cuerpo sin esfuerzo aparente, luego lo deposita suavemente en la camilla fijada sobre una pequeña carreta. El perfume ya es muy fuerte y emana de la difunta. Las monjas mueven un trozo de tela y le descubren la cara. Está serena, solo su nariz está un poco achatada, pero milagrosamente su rostro vuelve a recomponerse. Las monjas hacen la señal de la cruz y Severino se agarra al sombrero deformado que se había quitado de la cabeza. El caballo Anselmo se pone en marcha, sostenido por el joven que camina a su lado. Las monjas siguen la carreta hacia la nueva tumba.
La defunta es Catalina (8 de septiembre de 1413 - 9 de marzo de 1463), abadesa y fundadora del monasterio de las Clarisas de Bolonia. Nacida en una familia de clase alta, hija de Benvenuta Mammolini de Bolonia y Giovanni de’ Vigri, un prestigioso notario de Ferrara que trabajó para Niccolò III d'Este, marqués de Ferrara (1383-1441). Catalina creció en la corte de Niccolò III como dama de compañía de su esposa Parisina Malatesta (1404-1425) y se convirtió en amiga de toda la vida de su hija natural Margherita d'Este († 1478). Durante este período recibió una buena educación en lectura, escritura, música, tocaba la viola y tuvo acceso a los manuscritos iluminados en la biblioteca de la Corte d'Este.
En 1426, se escribió una de las páginas más oscuras de la historia de estense: Niccolò III, descubrió la infidelidad de su joven esposa Parisina, quien había tomado como amante nada menos que a Ugo, uno de los hijos ilegítimos de su marido, fue condenado a muerte junto con él. Después de la decapitación de Parisina d'Este y Ugo, Catalina abandonó la corte y se unió a una comunidad secular de beguinas que llevaron una vida semi religiosa y siguieron la regla agustiniana. Las mujeres eran indecisas a adherirse a la regla franciscana, lo que finalmente ocurrió.
En 1431 la casa de las beguinas se transformó en el convento de las Clarisas Observantes del Corpus Domini, que pasó de 12 mujeres en 1431 a 144 hacia 1450. Catalina, que había sido muy amiga de Margherita d'Este, y recibió como regalo de ésta el edificio que luego se convirtió en monasterio, vivió en el Corpus Domini de Ferrara de 1431 a 1456, ejerciendo como maestra de novicias. Fue un modelo de piedad y relató haber experimentado milagros y diferentes visiones de Cristo, la Virgen María, Santo Tomás Becket y San José, así como de eventos futuros, como la caída de Constantinopla en 1453. Escribió numerosos tratados religiosos, alabanzas, sermones y copió e ilustró su breviario (ver foto).
En 1455, los franciscanos y los gobernantes de Bolonia le pidieron que se convirtiera en abadesa de un nuevo convento, que se establecería con el nombre de Corpus Domini en su ciudad. Dejó Ferrara en julio de 1456 con 12 monjas para comenzar la nueva comunidad y permaneció allí como abadesa hasta su muerte el 9 de marzo de 1463.
Y con su muerte, Catalina se convirtió en un caso único en la historia de la Iglesia. También tenemos un testimonio, hecho por uno de los presentes, sor Illuminata Bembo, una beata, que había asistido a la sepultura inicial:
“Cuando la fosa estuvo lista y cuando bajaron el cuerpo, que no estaba encerrado en un ataúd, desprendió un olor de dulzura indescriptible, llenando el aire alrededor. Las dos hermanas, que habían descendido al sepulcro, conmovidas con compasión por su bello y radiante rostro, lo cubrieron con un paño y colocaron una tosca tabla a unos centímetros por encima de su cuerpo, para que los terrones de tierra no lo tocaran. Sin embargo, lo miraron con tanta incomodidad que cuando la fosa se llenó de tierra, la cara y el cuerpo todavía estaban en contacto con el terreno. Las hermanas venían a menudo a visitar la tumba y siempre notaban el dulce olor que la rodeaba. Como no había flores ni hierbas aromáticas junto a la fosa, sino solo tierra árida, se convencieron de que el perfume venía de la tumba”.
Vivida en ese maravilloso siglo del humanismo renacentista, Catalina es una mujer de su tiempo: es monja, escritora, maestra, mística, artista y Santa, cualidades que la hacen entrar por derecho en ese concepto del hombre (en este caso mujer) universal tan querido por el Renacimiento. Es la Santa patrona de los artistas, junto con Beato Angelico. Fue venerada durante dos siglos y medio antes de ser canonizada oficialmente en 1712 por el Papa Clemente XI (1649-1721).
El Corpus Domini de Bolonia es uno de los santuarios más apreciados por la devoción popular, también conocido como “Chiesa della Santa” (Iglesia de la Santa) precisamente porque aquí se conserva el cuerpo de Catalina de' Vigri. Intacto, colocado en una capilla de cristal, donde se puede ver. Su cuerpo sigue segregando un aceite perfumado, por lo que la ropa se cambia periódicamente. Muchos fieles han recibido diversas gracias y curaciones, rezando ante el cuerpo de Santa Catalina.
Habiendo vivido toda su vida en Emilia, entre Ferrara y Bolonia, Catalina amaba la cocina de su tierra. Había conocido las glorias de la corte estense, pero también la austera vida monástica. Las Clarisas, que vivían en semi clausura, además de rezar, también vendían pastas, dulces, bizcochos, miel y caramelos que producían en el monasterio. Para las fiestas eran famosas por su fresca pasta rellena.
El erudito Ludovico Marescotti (1414-1474), miembro de una noble familia boloñesa, escribió en sus memorias: “El período de Pascua fue mi favorito. Familiares de otras ciudades vinieron y se sentaron durante horas alrededor de la gran mesa puesta, en la que sobresalían platos cargados de tortelli, lasaña, pescado al horno, cordero asado, brazadelle [rosquillas], frutas confitadas y nueces. Pero sobre todo los Cofres de Venus, que el cocinero encargaba meses antes a las Clarisas del Corpus Domini y que yo esperaba con impaciencia. Cada comensal tenía derecho a uno, pero si pedías un segundo te lo daban. Y yo lo pedía”.