Santa Cecilia por Ermes Dovico

San Toribio de Mogrovejo

Veinticinco años de ministerio episcopal en el Nuevo Mundo, miles de kilómetros recorridos casi siempre a pie para anunciar a Cristo a los indígenas de Perú (y no sólo), donde aún se recogen los frutos de su ilimitada caridad

Santo del día 23_03_2024 Italiano English

Veinticinco años de ministerio episcopal en el Nuevo Mundo, miles de kilómetros recorridos casi siempre a pie para anunciar a Cristo a los indígenas de Perú (y no sólo), donde aún se recogen los frutos de su ilimitada caridad. San Toribio de Mogrovejo (1538-1606) nació en una familia noble de Mayorga, en el norte de España. Después de estudiar Derecho, enseñó Leyes en Salamanca. Posteriormente fue llamado a presidir el tribunal de la Inquisición de Granada. Conociendo sus virtudes, el rey Felipe II lo propuso al papa Gregorio XIII como posible arzobispo de Lima y en 1579 el papa autorizó el nombramiento de Toribio, que entonces era un simple laico con poco más de 40 años. El jurista se tomó en serio el relevante cargo al que le habían llamado y, en el arco de pocos meses, recibió la ordenación sacerdotal y fue consagrado obispo. Estaba listo para su viaje hacia América.

El 12 de mayo de 1581, Toribio tomó posesión de la sede arzobispal de Lima, que llevaba seis años sin una guía y atravesaba una situación de grave decadencia moral: los virreyes españoles intervenían en las cuestiones eclesiásticas, dando lugar a disputas frecuentes entre el poder temporal y el espiritual, y eran pocos los sacerdotes que intervenían para corregir los abusos. La obra del santo fue enérgica desde el primer momento, y tenía como fin elevar a la Iglesia del aplastamiento del mundo. A quienes se justificaban diciendo: “Esta es la costumbre aquí”, él contestaba: “Cristo es Verdad y no costumbre”. No le faltaron los enfrentamientos y las pruebas, pero Toribio no se desalentaba porque era consciente de su misión: “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.

Promovió la reforma del clero y un año después de su llegada convocó el III Concilio Limense (1582-1583), en el que participaron prelados de toda Hispanoamérica, en el que se afrontaron temas fundamentales sobre la evangelización de los indios, la catequesis y la predicación en las lenguas nativas. El santo aprendió a hablar en los principales idiomas locales e hizo imprimir el catecismo en español, quechua y aymara, subdividiendo sabiamente la enseñanza del mismo, con cursos para niños, jóvenes, adultos analfabetos y personas instruidas. En 1591 fundó en Lima el primer seminario americano, que hoy lleva su nombre, y durante su episcopado el número de parroquias pasó de 150 a 250, gracias a sus contactos con los misioneros franciscanos y dominicos presentes en el Nuevo Continente. No menos importante fue su puesta en marcha de las directrices del Concilio de Trento.

Gracias a su diligencia se construyeron carreteras, escuelas, hospitales, conventos e iglesias, de las que se benefició el inmenso territorio de su arzobispado, sede metropolitana cuya jurisdicción se extendía entonces mucho más allá de las fronteras de Perú. Transcurrió casi la mitad de sus 25 años de episcopado recorriendo incansablemente esas tierras, confirmando a decenas de miles de cristianos, entre los cuales tres futuros santos: Martín de Porres, Francisco Solano y Rosa de Lima. La primera americana en ser canonizada fue llamada “Rosa” precisamente por Toribio. Con su apasionada predicación y su caridad (regalaba a los necesitados sus propios vestidos y no escatimaba en gastos para los enfermos) fue un padre para innumerables indígenas, a los que iba a visitar en sus cabañas para que conocieran a Cristo. El motor de su vida diaria era el pensamiento de los bienes celestiales: “Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo”.

Patrono de: indios, obispos sudamericanos