San Juan Damasceno
Ha sido definido como "Santo Tomás de Oriente", autor de sublimes páginas sobre la Santísima Virgen y capaz de refutar la entonces extendida iconoclasia, defendiendo el culto a las imágenes sagradas con una teología profunda que se basa en el fundamento de la fe cristiana: la Encarnación.
Ha sido definido como “Santo Tomás de Oriente”, autor de sublimes páginas sobre la Santísima Virgen y capaz de refutar la entonces extendida iconoclasia, defendiendo el culto a las imágenes sagradas con una teología profunda que se basa en el fundamento de la fe cristiana: la Encarnación. San Juan Damasceno (676-749), considerado el último de los Padres orientales y proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII, nació en una noble familia árabe de fe cristiana y en su juventud había sido un alto funcionario del califa, convirtiéndose en “un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del islam, que se abrió espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Oriente Medio o Próximo” (Benedicto XVI).
Su amistad con el monje siciliano Cosmo, que estuvo en Damasco como esclavo, ayudó a iluminar su vocación a la vida ascética. Entró en el monasterio de Mar Saba, cerca de Belén, uno entre los más florecientes de la antigüedad. Aquí se dedicó a la contemplación y a la actividad literaria, argumentando teológicamente la diferencia entre la adoración -que sólo puede dirigirse a Dios- y la veneración, que por el contrario puede pasar a través de las imágenes para dirigirse a la persona que representan. En plena época iconoclasta, el emperador bizantino León III Isaurio, en el año 726, instigado por algunos obispos de Asia Menor, comenzó a luchar contra las imágenes sagradas. San Juan Damasceno respondió a estos errores escribiendo tres Discursos contra los que calumnian las santas imágenes, condenados tras su muerte por los iconoclastas pero plenamente aceptados por el II Concilio de Nicea, que en el año 787 motivó y restauró el culto a los iconos.
La reflexión del santo se centra en la realidad transformadora de la Encarnación, que ilumina la correcta relación entre el hombre y la materia. “En otros tiempos Dios nunca había sido representado en imágenes, siendo incorpóreo y sin rostro. Pero ya que Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Por lo tanto, no dejaré de venerar la materia a través de la cual ha llegado a mí la salvación”. Y continúa con los ejemplos que ayudan a distinguir entre lo profano y lo santo: “¿No es acaso materia la madera de la cruz tres veces bendita? ¿No es materia el altar salvífico que nos dispensa el Pan de la Vida? Y, antes que nada, ¿no es la carne y la sangre de mi Señor materia? O se suprime el carácter sagrado de todo esto, o se concede a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y de los amigos de Dios que son santificados por el nombre que llevan”.
En el mismo sentido, el Damasceno motiva la veneración de las reliquias de los santos, ya que participan en la resurrección de Cristo y “en la medida de lo posible, se han asemejado a Dios por su voluntad y por la inhabitación y ayuda de Dios. Son llamados dioses verdaderamente (cf. Sal 82,6), no por naturaleza, sino por contingencia, al igual que el hierro candente se llama fuego no por naturaleza, sino por contingencia y por participación en el fuego. De hecho, dice: Sed santos, porque yo soy santo (Lv 19, 2)”. San Juan también nos transmitió un gran número de himnos sagrados, homilías, tratados contra las herejías y un compendio de Teología conocido como La fuente del conocimiento. Enamorado de Dios y de la creación, nos exhortó a maravillarnos con todas las obras de la Divina Providencia, fruto de Sus designios santos e inescrutables.
Patrono de: pintores, monjes y farmacéuticos
Para saber más:
Catequesis de Benedicto XVI sobre san Juan Damasceno (audiencia general del 6 de mayo de 2009)