San José, modelo de virilidad
Los Evangelios no recogen ninguna palabra del castísimo esposo de María y padre de Jesús, pero nos transmiten la figura de un hombre siempre dispuesto a actuar para que todo funcione como Dios manda. Como un verdadero esposo y padre, da tranquilidad y seguridad a las personas confiadas a su custodia.

Estamos celebrando -aunque los afortunados seamos relativamente pocos- la solemnidad de san José, padre putativo del Hijo de Dios. San José no goza de la veneración oceánica de otros santos como el Padre Pío, san Antonio de Padua, etc. Sin embargo, no solo conoció personalmente a la segunda persona de la Santísima Trinidad, sino que ésta, la Creadora, confió en él, la criatura. ¿Qué otro santo, qué otro ser humano, aparte de la Virgen María, puede presumir de una intimidad terrenal semejante con Jesús? Sin embargo, podemos decir que es un santo discreto y silencioso, como ya es sabido. Los Evangelios no recogen ni una palabra de José el carpintero. ¿Y si fuera este su ejemplo de santidad, su camino, su vocación? ¿El silencio, el ocultamiento, el quedarse al margen dejando el protagonismo a otros, siempre dispuesto a actuar e intervenir para que todo funcione como Dios manda? He aquí: San José, ejemplo de virilidad, santo protector de la virilidad.
Me viene a la mente un cuadro famoso, La tempestad de Giorgione (1478-1510). Sabemos muy bien que un buen pintor guía y educa la mirada de quien mira: miramos donde el pintor quiere que miremos, vemos las cosas en la secuencia establecida por el autor. El ejemplo más famoso de esta maestría pedagógica lo vemos en el famoso cuadro de Caravaggio (1571-1610), Vocación de San Mateo. No podemos hacer otra cosa que seguir el rayo de luz que, partiendo de la ventana, se posa en la mano de Jesús y golpea a un distraído (con las cosas materiales) Mateo. Una imagen estática es, en realidad, una película, una historia que se desarrolla en un período de tiempo, precisamente gracias a esta capacidad didáctica de los grandes pintores.
Pero volvamos a La tempestad. El título del cuadro ya nos causa cierta aprensión y nos predispone a cierta tensión. Pero vamos a confiar en Giorgione, que nos guía en su relato. Quizá influidos por el título, nuestra mirada busca el primer punto de luz y lo localiza en el relámpago que atraviesa ese cielo negro, opresivo y amenazador. Ya estamos “tocados”, tal y como pretende el autor; ya experimentamos cierta inquietud. En este momento y con este estado de ánimo, el segundo punto de luz que vemos es la mujer. Una mujer extraña. Se acerca una tormenta aterradora por la que todos estamos asustados y ella está ahí, tranquila, desnuda, sentada en un prado amamantando a su bebé. ¿Pero está loca? ¿Por qué no huye en busca de refugio, presa del miedo? Y no solo eso. No observa la tormenta que se acerca, no mira a su alrededor con mirada preocupada (tiene a su bebé en brazos) en busca de un refugio. No: nos mira a los ojos. En esta situación de extrema tensión permanece serena y relajada, desnuda e indefensa, mirándonos directamente a los ojos con descaro y despreocupación. Definitivamente, una mujer extraña. Luego, finalmente, lo entendemos.
Por último, vemos al tercer protagonista (después del temporal y la mujer) de esta escena: él. El padre, el marido, el hombre, en definitiva. Está al margen, poco visible. No está escondido, simplemente apartado. Va vestido de soldado y lleva un arma, un bastón. No nos mira como la mujer; ni siquiera mira el temporal. No puede distraerse mirando a su alrededor, debe permanecer fiel a su tarea y a su deber: proteger a la mujer y al niño, dispuesto a intervenir en caso de peligro. Los mira fijamente a los dos. Ésta es la tarea del hombre, del esposo y del padre: proporcionar (más que proteger) tranquilidad y seguridad. Hacer que nada perturbe la serenidad de las personas que le han sido confiadas. Él no, no está sereno. Es el único tenso, preocupado, vigilante, para que los demás no lo estén.
Si lo pensamos bien, ésta es la función de San José: mantenerse al margen, dispuesto a intervenir (y lo hace, interviene) en caso de peligro, para que María y ese hijo tan extraordinario puedan cultivar su relación vital con serenidad y tranquilidad. Volvamos por un momento al hombre del Giorgione: de pie, con un bastón en la mano. ¿No es ésta la iconografía que tradicionalmente representa a san José? De pie (listo para actuar) con un bastón en la mano. Está claro que en la tradición católica el bastón no es un arma. De hecho, se cuenta que el sumo sacerdote, siguiendo las indicaciones de un ángel, decidió encontrar un marido para la joven María. Los pretendientes debían presentarse con un bastón en la mano y el Señor manifestaría su voluntad mediante una señal. El bastón de José, inexplicablemente, floreció, manifestando así la voluntad de Dios. En los evangelios gnósticos, una paloma blanca aparece en el bastón de José. Estas señales se interpretan comúnmente como símbolos de la virginidad de José (también olvidada, mientras que la de María es incluso un dogma); recordemos, sin embargo, que lo que florece es un bastón, es decir, un objeto que, entre otras funciones, también tenía la de defenderse a sí mismo y a los demás.
San José es, por tanto, un arquetipo masculino: un modelo y un ejemplo para todos los hombres. Enseña a evitar el protagonismo y a permanecer en un segundo plano, con discreción humilde; a mantenerse concentrado, orientado hacia su objetivo (“Los hombres no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo...”); concentrado para no perderse en charlas inútiles (“Los hombres tienen que aprender a comunicarse...”); y para dominar sus pasiones (“Los hombres tienen que aprender a expresar sus sentimientos...”). A san José no le importa su reputación, lo que digan de él (con toda probabilidad, se habrá “charlado” mucho sobre él): tiene una tarea y está decidido a llevarla a cabo. Por eso, san José, con todas sus características poco modernas, aparentemente poco agradables y poco simpáticas, es el modelo para todo hombre. Ruega por nosotros.
Las Bodas de María y José, una fiesta que tiene que volver
Hasta 1961, la liturgia conmemoraba en esta fecha las bodas virginales de los dos santos esposos, signo de la unión más perfecta que existe: la de Dios y su Iglesia. Un mensaje de extrema actualidad en tiempos de crisis del matrimonio y de la vida consagrada.
La omnipotente intercesión de san José
En el último siglo y medio, el magisterio ha honrado repetidamente el papel de san José en la historia de la salvación, definiendo lo que está implícito en las Sagradas Escrituras y en consonancia con el sensus fidei. No sólo se reconoció al esposo de María (bajo el beato Pío IX) como patrón de la Iglesia, sino que Pío XI también describió su intercesión como “omnipotente”.
Que los que buscan la pureza invoquen a san José
Los pecados de la carne son un gran peligro para el alma y, a pesar de la permisividad actual, esclavizan al hombre. En cambio, la castidad, a la que cada persona está llamada según su estado de vida, se basa en el autocontrol, nos hace libres, está vinculada a la caridad y tiene su patrón natural en san José, al que hay que invocar contra todas las tentaciones carnales.
Los dolores de san José, un medio para la gloria
La devoción a los “Siete dolores y siete gozos de san José” nos ayuda a meditar sobre algunos de los mayores misterios de la vida oculta de Jesús desde la perspectiva interior del esposo de María. La venerable María de Ágreda cuenta cómo sufrió varias enfermedades durante varios años antes de morir, transmitiéndonos dos grandes lecciones: cómo vivir la enfermedad y el ejercicio de la caridad hacia los enfermos.
San José, maestro de contemplativos
En el marido de María no había tensión entre la vida activa y la contemplativa, pues ambas eran expresiones de amor. El ejemplo de su esposa y la presencia diaria de Jesús le ayudaron a alcanzar las alturas de la contemplación. Y por eso los santos exhortan a los fieles a tomar a san José como maestro de su propia vida interior.
La Eucaristía y san José, modelo de los sacerdotes
Al tratar con el Cuerpo y la Sangre de Jesús realmente presentes en las especies eucarísticas, el sacerdote debe imitar los sentimientos de piedad y adoración que tuvo san José al alimentar y nutrir al divino Hijo en sus largos años de vida oculta. Y el ejemplo del esposo virginal de María recuerda también la perfecta castidad como dimensión ontológica del sacerdocio.