San Francisco Caracciolo
La adoración eucarística era el núcleo de sus jornadas, noches incluidas. Promovió la devoción de las Cuarenta Horas y estableció que sus hermanos se organizaran en turnos para adorar continuamente el Santísimo Sacramento
A san Francisco Caracciolo (1563-1608) se le representa a menudo mientras contempla el Santísimo Sacramento. La adoración eucarística era el núcleo de sus jornadas, noches incluidas, que le encendía el corazón y aumentaba su caridad.
Sus padres, nobles y ricos, le bautizaron llamándole Ascanio. Nacido en la región de los Abruzos, desde pequeño nutrió un tierno amor por Jesús y la Virgen, a la que honoraba rezando el Rosario y ayunando el sábado. A los 22 años contrajo una grave enfermedad, posiblemente elefantiasis, que desfiguró su cuerpo. Hizo voto de consagrarse a la vida religiosa en caso de curación y, habiéndola obtenida, se trasladó a Nápoles para estudiar teología. Leyó con pasión los escritos de santo Tomás de Aquino y fue ordenado sacerdote a los 24 años. Se dedicó a la asistencia espiritual de los encarcelados y de los condenados a muerte, a través de una cofradía llamada “Compañía de los Blancos”.
En aquellos días le fue entregada por equivocación - a causa de la homonimia con otro miembro de la “Compañía de los Blancos” - una carta escrita por otros dos religiosos, Juan Agustín Adorno y Fabricio Caracciolo. En la carta los dos exhortaban al destinatario a unirse a ellos para fundar una nueva orden. El error fue tomado como un signo de la Providencia. Y los tres se retiraron durante cuarenta días en el eremitorio de los camaldulenses de Nápoles para escribir la regla, que fue aprobada el 1 de julio de 1588 con la bula Sacrae Religionis de Sixto V. Nacieron así, en medio de la Reforma católica, los Clérigos Regulares Menores, cuyos miembros hoy son llamados Caracciolinos, en honor del santo recordado hoy. Este profesó los tres votos religiosos asumiendo el nombre de Francisco, por la gran devoción que nutría hacia el “Poverello de Asís”. Clemente VIII le concedió más tarde, a él y a sus compañeros, que profesaran solemnemente un cuarto voto, el de no aspirar a dignidades eclesiásticas.
Después de la muerte de Adorno (1551-1591), que hasta ese momento había guiado a los hermanos, Francisco fue elegido prepósito general. El encargo no le llevó a cambiar sus costumbres de vida. Continuaba pidiendo limosna para los pobres, asistiendo a los enfermos, limpiando la iglesia y durmiendo en las celdas más humildes. Asistiendo a los enfermos sucedió que curó a varios haciéndoles el signo de la cruz en la frente; cuando le daban las gracias, respondía: “Hermano, dale gracias a Dios y no a mí, que soy el pecador más triste y malvado que se encuentre”. Se mortificaba frecuentemente con cilicios y cadenillas, hasta la sangre. Pero ofrecía todo por su santificación y la salvación de su prójimo, desde los condenados a las prostitutas. Por eso terminó por ser llamado “el cazador de almas”. Buena parte de su ministerio lo dedicaba a escuchar confesiones. Y cuando celebraba la Misa, se sentía tan transportado por el sacrificio de Jesús que acababa llorando, lo que le obligaba a veces a interrumpir la celebración por la conmoción.
Promovió la devoción de las Cuarenta Horas y estableció que sus hermanos se organizaran en turnos para adorar continuamente el Santísimo Sacramento. Esta devoción se convirtió en el rasgo característico de su orden, que se extendió también en España. Tuvo dones proféticos y de discernimiento de los corazones, prediciendo a algunos la vida religiosa y a otros la apostasía. Para evitar traicionar a Cristo exhortaba a considerar la Misa como el culmen de nuestra vida: “Sangre preciosísima de mi Jesús, tú eres mío, y por ti y sólo contigo espero salvarme. ¡Oh sacerdotes, esforzaos por celebrar la Misa cada día y por embriagaros con esta Sangre!”.
Patrono de: cocineros italianos, congresos eucarísticos de los Abruzos