CUARESMA / 2

Judas y la desesperación de la salvación

Continuamos nuestro camino cuaresmal con el comentario del padre Cornelio a Lapide (1567-1637) sobre la Pasión según el Evangelio de san Mateo. Se trata del momento de la traición de Judas y de su tortuoso arrepentimiento, que le lleva a la desesperación en lugar de pedir perdón a Jesús.

Ecclesia 24_02_2023 Italiano English
"Arrepentimiento de Judas" (1874, Antoni Caba)_Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge

Publicamos a continuación el segundo texto (aquí el primero) tomado del Comentario del padre Cornelio a Lapide (1567-1637), jesuita y exégeta, sobre la Pasión según el Evangelio de san Mateo.

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Entonces Judas, el que le había entregado, al ver que [Jesús] había sido condenado, etc. (Mt 27,3 ss.). Cuando Judas traicionó a Cristo, no se esperaba que lo matasen, sino simplemente que Jesús se dejaría arrestar para concederles una pequeña satisfacción, o bien conseguiría escapar de sus manos de alguna manera, tal y como había hecho anteriormente. Pero al verlo condenado a muerte sintió la gravedad de su pecado. Y arrepintiéndose de lo que había hecho cuando ya era demasiado tarde, se condenó a sí mismo y se ahorcó. “El demonio es tan astuto”, dice san Crisóstomo, “que no permite que un hombre (a menos que sea muy vigilante) vea de antemano la grandeza de su pecado, para que no se arrepienta y lo evite. Pero en cuanto el pecado está completamente consumado, le permite verlo, y así lo abruma de dolor y lo lleva a la desesperación. Judas permaneció impasible ante las numerosas advertencias de Cristo; pero cuando el hecho estaba consumado, cayó en un inútil arrepentimiento”.

Que había sido condenado. Por Caifás, es decir, por todo el consejo, y que pronto sería condenado por Pilato a causa de su autoridad y de su urgente importunidad.

[Judas] no se arrepintió de un modo verdadero y genuino, dado que este arrepentimiento incluye la esperanza del perdón, algo que Judas no tenía; sino un arrepentimiento forzado, tortuoso y desesperado, resultado de una conciencia mala y arrepentida, como los tormentos de los perdidos.

Devolvió las treinta piezas de plata a los sumos sacerdotes. Para rescindir su pacto. Como si hubiera dicho: “Os devuelvo el dinero; vosotros por vuestra parte, devolved a Jesús su libertad”. Así lo explica san Ambrosio (en Lucas XXII): “En las causas pecuniarias, cuando se devuelve el dinero, la justicia queda satisfecha”. Y san Hilario: “Judas devolvió el dinero que podría haber desenmascarado la deshonestidad de los compradores”. Y san Ambrosio: “Aunque el traidor no fue absuelto, quedó desenmascarada la impudicia de los judíos; pues aunque avergonzados por la confesión del traidor, insistieron impíamente en cumplir el pacto”.

He pecado por haber traicionado la Sangre inocente, pues ¿qué hay más inocente que el Cordero inmaculado? ¿Qué hay más puro que la pureza de Jesucristo?

Pero ellos dijeron: “¿Qué nos importa? Arréglatelas tú solo”: Cumple lo que has comenzado; soporta el castigo de la culpa que posees. Nosotros no tenemos ninguna culpa en nosotros mismos, pero él es culpable de muerte como falso Cristo, y por eso insistimos en ello.

Puesto que se negaron a devolverle el dinero, Judas lo arrojó al templo y se ahorcó, sollozando desesperado por la vida de Jesús y por su propia salvación. Porque seguramente no habría actuado así si los sumos sacerdotes hubieran tomado el dinero y liberado a Jesús. Hasta cierto punto, pues, su arrepentimiento era correcto, pero cuando lo llevó a la desesperación fue erróneo. “Notad cuán reacios eran -dice san Crisóstomo- a reconocer la osadía de su conducta, cosa que agravaba aún más su culpabilidad. Pues era prueba evidente de que se habían dejado llevar por una injusticia atrevida, y no desistirían de sus malos designios, ocultándose entretanto estúpidamente bajo un manto de fingida ignorancia”.

Y habiendo arrojado las monedas de plata al templo, se marchó y se ahorcó. Las llevó primero a la casa de Caifás, o ciertamente a la de Pilato, donde los sumos sacerdotes estaban procesando su caso; y luego, como [los sumos sacerdotes] se negaron a cogerlas, [Judas] las arrojó al templo para que los sacerdotes las recogieran. Probablemente estaban allí algunos de los sumos sacerdotes, pero, no obstante, al arrojarlas al templo las dedicó, como precio de la Santísima Sangre, a usos santos y piadosos, en el caso de que los sacerdotes se negasen a recogerlas.

Se marchó y se ahorcó. Judas añadió entonces a su pecado anterior el pecado adicional de la desesperación. No fue un pecado más atroz, pero sí fatal para él mismo porque lo condujo a las profundidades del infierno. Podría, en su arrepentimiento, haber pedido (y seguramente obtenido) el perdón de Cristo. Pero, como Caín, desesperó del perdón y se ahorcó el mismo día, justo antes de la muerte de Cristo porque no pudo soportar el terrible remordimiento de una conciencia acusadora. Así lo explica san León.

David había profetizado acerca de él: “Qué destrucción tan repentina”, etc. (Sal 35,8). Así san León: “¡Oh Judas, tú fuiste el más malvado y miserable de los hombres porque el arrepentimiento no te llamó de nuevo al Señor, sino que la desesperación te arrastró a tu perdición!”. Y también: “¿Por qué desconfías de la bondad de Aquel que no te apartó de la comunión de su Cuerpo y de su Sangre, ni te negó el beso de la paz cuando fuiste a recibirlo?”.

Algunos dicen que Judas se ahorcó en una higuera, el árbol prohibido de la tradición judía y árbol de mal agüero.