Quiénes, por qué y cómo han querido dar muerte a Jesús
Hoy, Miércoles de Ceniza, comienza el camino de la Cuaresma. Este año queremos seguirlo a través de los comentarios del padre Cornelio a Lapide (1567-1637) sobre la Pasión según el Evangelio de San Mateo. Comenzamos con la decisión de los sacerdotes de dar muerte a Jesús.
Publicamos a continuación, con motivo de la Cuaresma, el primero de una serie de textos sobre la Pasión de Jesús, tomados del Comentario a los Evangelios del padre Cornelio a Lapide (1567-1637), jesuita y exégeta flamenco. Este religioso es conocido por haber escrito extensos comentarios sobre todas las Sagradas Escrituras, a excepción de los Salmos y el Libro de Job: su proyecto sólo se vio interrumpido por su muerte. Con su obra, Cornelio a Lapide pretendía ofrecer el sentido alegórico, anagógico y tropológico de la Sagrada Biblia, con la intención principal de proporcionar una ayuda a los predicadores. Sus comentarios también son valiosos porque contienen numerosas citas de los Padres de la Iglesia y de otros exégetas posteriores. (Padre Konrad zu Löwenstein)
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Pero cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo contra Jesús para darle muerte (Mt 27,1). “Ved aquí”, dice san Jerónimo, “el anhelo de los sacerdotes por el mal”, sus pies estaban dispuestos a derramar sangre (Sal 14,6). Les impulsaba su odio acérrimo a Cristo y la instigación de Satanás. Era viernes por la mañana, sólo unas horas antes de Su crucifixión, cuando Caifás, que ya lo había juzgado y condenado la noche anterior, convocó tan temprano al gran concilio del Sanedrín. Quería conseguir que todo el concilio lo condenara, lo que aseguraría la posterior condena de Pilato.
San León dice: “Esta mañana, oh judíos, han destruido vuestro templo y vuestros altares, os han quitado vuestra Ley y vuestros Profetas, os han privado de vuestro reino y de vuestro sacerdocio, y han convertido todas vuestras fiestas en un sinfín de problemas”.
Para darle muerte. Es decir, como podían hacerlo sin impedimentos ni tumultos, y también con qué tipo de muerte, como la de la Cruz, la más ignominiosa de todas. Algunos de los miembros del Consejo eran probablemente seguidores y amigos de Cristo; y éstos muy probablemente se ausentaron, o no fueron convocados, o fueron enviados a otro lugar por temor a que lo defendieran. Pero si alguno de ellos estaba presente, o bien pronunció sentencia a su favor, o se vio obligado por el clamor de los demás a guardar silencio; como Nicodemo y José de Arimatea. Nótese que este malvado concilio ha errado no sólo de hecho, sino también de fe. Pues ha declarado que Jesús no era el Cristo, ni el Hijo de Dios, sino que era culpable de muerte, pues había afirmado falsamente ser ambas cosas: todas las afirmaciones son erróneas y heréticas.
Y habiéndole atado, le llevaron y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador (Mt 27,2). “Porque”, como dice San Jerónimo, “era costumbre de los judíos atar y entregar al juez a los que habían condenado a muerte”. Aquí, pues, está Sansón atado y entregado por Dalila, como Cristo [atado y entregado] por la sinagoga. Orígenes dice en verdad: “Ataron a Jesús, el que desata las ligaduras, el que desata las cadenas, y dijeron: ‘Rompamos en pedazos sus ataduras’. Porque Jesús fue atado para liberarnos tomando sobre sí las ataduras y el castigo de nuestros pecados”.
Se lo llevaron. Es decir, Caifás y todos los demás miembros del Consejo, para aplastar por igual a Jesús y a Pilato con el peso de su autoridad. Porque si Pilato se hubiera negado a ratificar su sentencia, habrían podido acusarle de atentar contra la soberanía de Judá y, por tanto, de ser enemigo del César, y así le habrían obligado, incluso contra su voluntad, a condenarle a muerte.
Entregado a Poncio Pilato. ¿Por qué? Algunos piensan, por lo que dice el Talmud, que los judíos tenían prohibido condenar a muerte a nadie. Pero el hecho era que los romanos habían quitado a los judíos el poder de la vida y de la muerte. Ananías [Anás] fue depuesto del Sumo Sacerdocio por matar al Señor y a otros sin el consentimiento del gobernador romano. La lapidación de san Esteban fue sólo un arrebato de furia popular.
Hubo también otras razones:
1. Para quitarse de encima el descrédito de Su muerte, como si hubiera surgido sólo de la envidia.
2. Para deshonrarlo lo más posible haciendo que Pilato lo condenara a la ignominiosa muerte de crucifixión, el castigo de los rebeldes. Ellos mismos le habían condenado por blasfemia, que se castigaba con la lapidación.
3. Para deshonrarlo aún más haciéndole morir como profano, incluso por parte de alguien que profanaba la santa fiesta de la Pascua.
Pero a los judíos se les infligió un castigo de represalia; pues así como entregaron Cristo a Pilato, a su vez fueron entregados para ser destruidos por Tito y Vespasiano.