Jesús flagelado, signo de un Amor sin límites
En la última entrega del comentario del padre Cornelio a Lapide (1567-1637) a la Pasión según el Evangelio de san Mateo, el exégeta se detiene en la flagelación de Jesús. Analiza sus aspectos históricos y teológicos. El cuerpo de Jesús, moldeado por el Espíritu Santo, era extremadamente sensible al dolor. Pero lo sufrió todo (más de 5.000 golpes) por amor a nosotros.
Publicamos a continuación el séptimo y último texto (aquí el primero, segundo, tercero, cuarto, quinto y el sexto) extraído del Comentario del padre Cornelio a Lapide (1567-1637) centrado en la Pasión según el Evangelio de san Mateo. Los comentarios del jesuita y exégeta Cornelio a Lapide, cuyo objetivo principal era ofrecer ayuda a los predicadores, también son valiosos porque contienen numerosas citas de los Padres de la Iglesia y de otros exégetas posteriores.
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Entonces, cuando los judíos asumieron la culpa de la muerte de Cristo, [Pilato] les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran. San Mateo, como de costumbre, menciona de pasada la flagelación; san Marcos y san Lucas hablan de ella más extensamente, y la consideran como el quinto llamamiento de Pilato a la compasión de los judíos, para inducirles a exigir su vida [la de Jesús].
Obsérvese:
1. La flagelación entre los romanos era el castigo de los esclavos. San Pablo, como ciudadano romano, protestó contra la flagelación (Hechos 16). A los mártires se les azotaba por deshonra, de lo cual se dan muchos ejemplos.
2. Incluso a las personas libres se les azotaba después de ser condenadas a muerte, como si así se hubieran convertido en esclavos.
3. Esta flagelación de Cristo tuvo lugar antes de su condena, por lo que se libró de la habitual flagelación posterior.
4. San Jerónimo, san Paulino, Prudencio y otros dicen que Cristo fue atado a una columna para ser azotado, y que esta columna fue luego colocada en la iglesia de San Práxedes en Roma. Pero la columna allí es muy pequeña, y en consecuencia se supone que es sólo una parte de la gran columna mencionada por san Jerónimo.
Pero, ¿en qué aspectos fue tan cruel y salvaje esta flagelación?
1. Cristo, estando atado a esta columna baja y de pie con toda la altura de Su cuerpo por encima de ella, estaba completamente a merced de los que le azotaban. Además, la mera exposición de su purísimo y virginal cuerpo a estos sucios insolentes era una grave aflicción para Él. Pero fue despojado de sus vestiduras dos veces o, como dicen algunos, tres veces; primero, en su flagelación; segundo, cuando fue coronado de espinas. Este despojo fue acompañado por el mayor dolor, pues cuando su manto se pegó a las heridas, éstas se reabrieron forzosamente al ser rasgado. Los cuarenta mártires [de Sebaste] fueron animados por este ejemplo, cuando valientemente se desnudaron y se sumergieron en el agua helada. (Véase la homilía de san Basilio).
2. Pilato quiso despertar la compasión de los judíos diciendo: “He aquí al hombre”: He aquí a Aquel que ya no tenía apariencia de hombre, sino de animal degollado debido a la cantidad de sangre que lo cubría y a su forma desfigurada.
3. Los soldados lo habían coronado de espinas por su propia crueldad desenfrenada, y tal vez habían sido sobornados por los judíos para que lo azotaran con más severidad. Santa María Magdalena de Pazzi, una monja de Florencia, vio en una visión a Cristo azotado por treinta parejas de hombres, una tras otra. Algunos dicen que le infligieron cinco mil golpes. Se dice que santa Brígida fue informada del número exacto de golpes (5.475). Por semejante flagelación habría muerto naturalmente varias veces si su Divinidad no le hubiera sostenido de manera extraordinaria.
4. Su cuerpo era muy delicado y agudamente sensible al dolor ya que estaba moldeado por el Espíritu Santo, y en consecuencia sintió la flagelación más severamente de lo que lo habríamos hecho nosotros.
5. Los profetas, y también Cristo mismo, predijeron que esta flagelación sería terrible y severa. Léase san Mateo 20,19 y Job 16,14: “Me quebrantó con herida sobre herida”: es decir, añadieron golpes a golpes, heridas a heridas, de modo que todo el cuerpo parecía una herida continua. Cfr. Salmo 73,14: “Todo el día fui azotado”; y Salmo 129,3: “Los pecadores golpearon mi espalda como herreros sobre un yunque”; y los judíos: “Los aradores araron sobre mi espalda”, hicieron surcos en mi espalda con azotes. Así también Aquila y Teodoto. Así lo indican también las palabras de Jacob (Génesis 49:11): “Lavará sus vestidos en vino, y su manto en sangre de uvas”, queriendo decir que los vestidos eran su carne y el vino era su sangre.
Cristo fue azotado, como los esclavos, con pequeñas cuerdas o correas. Algunos suponen que fue azotado:
(a) con varas de espinas;
b) con cuerdas y picas de hierro;
c) con cadenas hechas de garfios.
Santa Brígida dice que la Santísima Virgen estuvo presente en la flagelación y que su dolor se sumó admirablemente al de su Hijo. También describe el modo y la barbarie de su flagelación (Santa Brígida, Ap. I. 10).
Ahora bien, Cristo quiso así expiar nuestros malos deseos y nuestros múltiples pecados. Y al hacer esto (dice santo Tomás, par. III, sec. 46, art. 6, ad. 6), consideró no sólo la gran virtud de sus sufrimientos por la unión de su Divinidad con su naturaleza humana, sino también cuánto beneficiaría también a esa naturaleza satisfacer [los pecados]. Además, quiso obtener poder y fuerza para todos los mártires de modo que pudieran soportar todo tipo de flagelaciones.
En todo esto, Cristo manifestó una paciencia maravillosa. No emitió ni un gemido, no dio señales de dolor, se mantuvo firme como una roca. Al contrario, dominaba todos los sufrimientos, como si estuviera por encima de ellos. Tal carácter le granjeó la admiración de los paganos. San Cipriano (de Bono Patient. cap. III), entre las pruebas de Su Divina Majestad, habla de “su continua resistencia, en la que exhibió la paciencia de su Padre”. También Tertuliano (de Pat. cap. III) escribió: “Aquel que se había propuesto ocultarse bajo forma de hombre, no mostró nada de la impaciencia del hombre. Y en esto, sobre todo vosotros, fariseos, deberíais haber reconocido al Señor”. San Ambrosio (Serm. 17, In Ps. 118) también habla de su “silencio triunfante bajo la calumnia”. Los judíos deberían haber deducido de ello la conclusión del centurión: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”.
Todo esto fue causado por su amor a Dios y al hombre. El amor triunfó sobre el dolor e hizo que sus dolores fueran nada. Y por eso [Jesús] estuvo dispuesto a sufrir de todas las maneras y en todos los miembros y sentidos. Santo Tomás (par. III, qu. 46, art. 5) escribe así: “Sufrió en el abandono de sus amigos, en su fama, en su honor, en la pérdida de bienes; en su alma por el dolor, en su cuerpo por las heridas. Sufrió también en todas las partes del cuerpo y en todos los sentidos”.
Pero los sufrimientos mentales fueron, con mucho, los mayores. Porque los pecados de cada hombre lo hirieron de manera especial. También se afligió por la multitud de los perdidos. Se compadeció por los mártires y por los demás que tenían que soportar sufrimientos. Pero su amor sin límites le movió a soportarlo todo. Porque el amor es la medida del dolor y no se puede vivir en el amor sin dolor. Por eso se dice de Cristo: “Esculpido, puedes ver su amor en cada parte”.