Santos Proto y Jacinto
Sufrieron el martirio. San Dámaso (304-384), que recuperó los túmulos, les honró con una de sus célebres inscripciones latinas
Los hermanos Proto y Jacinto sufrieron el martirio probablemente durante las persecuciones de Valeriano (257-260) o, como muy tarde, en la Gran persecución de Diocleciano (303-305). San Dámaso (304-384), que recuperó los túmulos, les honró con una de sus célebres inscripciones latinas.
Respecto a los hechos de su vida, una Passio más bien tardía refiere que eran dos eunucos esclavos de Eugenia, hija de un noble romano, que fue prefecto en Alejandría de Egipto. Los dos convirtieron a Eugenia y a su familia al cristianismo. La mujer, que regresó a Roma (donde después sufrió el martirio), se dedicó al apostolado pidiendo a Proto y a Jacinto que instruyesen en las verdades de la fe a su amiga Basilla o Bassilla, que también se convirtió y, después de la denuncia presentada por el prometido, fue martirizada junto con dos hermanos.
Aún antes del elogio de Dámaso, hay testimonio de su antiquísimo culto en la Depositio martyrum, del año 336, que les conmemora el 11 de septiembre y recuerda su sepultura in Basillae, es decir, en las Catacumbas de San Hermes, como hoy son mejor conocidas. El papa Dámaso intervino en este cementerio de la vía Salaria Vieja, sacando a la luz los sepulcros de Proto y Jacinto, ocultos a causa de un derrumbe del terreno. La inscripción del pontífice recita: «La tumba había quedado sepultada bajo un derrumbe de la colina. Dámaso la saca a la luz porque conserva cuerpos de mártires. La morada más digna, la del cielo, tiene consigo a Proto. Tú, Jacinto, le sigues, justificado por la púrpura de la sangre. Fueron hermanos, ambos magnánimos. Este, vencedor, conquistó la palma, aquél, el primero, la corona», con un posible juego poético sobre el significado de Proto («primero»).
Las inscripciones que pusieron los presbíteros Teodoro y Leopardo, respectivamente durante los pontificados de Siricio (384-399) y Símaco (498-514), testimonian otras intervenciones para facilitar el acceso de los fieles a los sepulcros de Proto y Jacinto. Más adelante hubo los traslados de los siglos VIII-IX, cuando los pontífices trasladaron la mayor parte de las reliquias de los mártires desde las catacumbas a las iglesias. En época contemporánea, era opinión común que los restos de los dos hermanos se encontraban, juntos, en la basílica romana de San Juan Bautista de los Florentinos, pero el 21 de marzo de 1845 se supo que, en realidad, la iglesia custodiaba solamente los huesos de Proto. Ese día, el arqueólogo jesuita Giuseppe Marchi descubrió, con la ayuda de un fossore (el encargado del mantenimiento y de las excavaciones en los cementerios), una sencilla inscripción latina que daba la siguiente información: «Jacinto mártir, sepultado el 11 de septiembre».
Con gran sorpresa, la tumba de Jacinto fue encontrada íntegra en todas sus partes y se vio que no había sufrido por los traslados precedentes porque no era visible. Al contrario, del sepulcro de Proto quedaba apenas un fragmento (con las palabras sepulcrum Proti M). Los huesos de Jacinto estaban quemados, indicio del martirio que sufrió, y hoy se encuentran custodiados en la capilla de la actual Pontificia Universidad Urbaniana.