Un mensaje papal provida a través del belén del Aula Pablo VI
Una Virgen embarazada y miles de cintas que simbolizan otros tantos niños salvados del aborto. Así lo ha recordado también el Papa al inaugurar esta obra inédita que rompe moldes, sí, pero sobre todo los moldes de aquellos obispos que ven con fastidio las oraciones por la vida frente a las clínicas abortivas.
Hay un belén a contracorriente en el Vaticano, pero no se trata de la habitual “innovación” que desea romper esquemas. Además del belén “tradicional” (que, por cierto, no siempre es obvio) de la Plaza de San Pedro, en la Sala Pablo VI se expone la obra titulada Nacimiento Gaudium de la artista costarricense Paula Sáenz Soto, que presenta una “figura de la Virgen embarazada y un conjunto de 28.000 cintas de colores, cada una de las cuales representa una vida preservada del aborto gracias a la oración y al apoyo brindado por organizaciones católicas a muchas madres en dificultades”, tal y como se lee en el comunicado de presentación de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano. De hecho, “aunque respeta la tradición”, continúa el comunicado, “la obra introduce un elemento original: dos representaciones diferentes y alternables de la Virgen. Durante el Adviento se expondrá una estatua de María embarazada, símbolo de la espera y la esperanza; en la noche de Navidad, esta será sustituida por una imagen de la Virgen arrodillada en adoración al Niño recién nacido. En la cuna de Jesús se depositarán además 400 cintas con oraciones y deseos escritos por los pequeños pacientes del Hospital Nacional de Niños de San José”.
Mensaje recogido y difundido por León XIV, que ha inaugurado el belén el 15 de diciembre recordando que “cada una de las veintiocho mil cintas de colores que decoran la escena representa una vida preservada del aborto gracias a la oración y al apoyo prestado por organizaciones católicas a muchas madres en dificultades. Agradezco a la artista costarricense que, junto con el mensaje de paz de la Navidad, haya querido lanzar también un llamamiento para que se proteja la vida desde el momento de la concepción”. Si la verdadera originalidad consiste en volver a los orígenes, como decía Antoni Gaudí, la originalidad del belén de Paula Sáenz remite directamente a los orígenes de la vida en el seno materno.
La artista costarricense no es del todo nueva al otro lado del Tíber: de ella es, de hecho, el mosaico de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de su país, en los Jardines Vaticanos, que ella misma describió en una entrevista de 2023 a la Fundación Cari Filii como “un ejemplo de cómo Dios puede elegir a cualquiera; no hace falta ser un artista famoso”. También es significativa su vocación artística, surgida de un retorno a la fe tras un periodo de alejamiento, así como de un “milagro de la vida”: un hijo (hoy con más de veinte años) que no llegó hasta que se abandonó a los designios de Dios.
“Lo que hacemos los pintores de arte sacro es escribir oraciones”, sostiene Paula Sáenz, que se remite a la Via pulchritudinis (el “camino de la belleza”, definido como “reto crucial” en un documento del Pontificio Consejo para la Cultura de la era geológica ratzingeriana) y afirma sin rodeos que la Iglesia “no puede aceptar todas las tendencias que se presentan sin ofrecer primero su propia perspectiva”. De lo contrario, el arte sacro pierde —literalmente— incluso su fisonomía: “Erigen piedras sin rostro y las llaman Sagrada Familia” u otro ejemplo en Estados Unidos en el que la Sagrada Familia “no tenía rostro, porque decían que no podía tener género” (algo similar se ha visto también recientemente en Bruselas).
Inevitablemente, el pensamiento se dirige a ciertos experimentos ya vistos también en el belén más famoso del mundo, el de la Plaza de San Pedro. Como en 2017, cuando un pastor desnudo le robó el protagonismo al Divino Infante. Peor aún fue la operación de modernización de 2020, cuando se expusieron las estatuas realizadas entre 1965 y 1975 por los alumnos del Instituto de Arte de Castelli, en la provincia de Teramo. Fuesen cuales fuesen las intenciones y las inspiraciones, la escena, más que del cielo en sentido espiritual, hablaba de otro planeta, probablemente Marte.
El belén de Paula Sáenz rompe los esquemas, sí, pero en un sentido completamente diferente. Esa Virgen embarazada y esas cintas —“cada una de las cuales”, recordemos y repitamos, “representa una vida preservada del aborto gracias a la oración y al apoyo prestado por organizaciones católicas a muchas madres en dificultades” —mandan al baúl de los recuerdos la época en la que los provida, además de los previsibles ataques del mundo, eran también objeto de desprecio mal disimulado por parte de algunos obispos a los que no les gustaban, por citar al más conocido, “los rostros inexpresivos de quienes rezan el rosario frente a las clínicas que practican la interrupción del embarazo”. O el cardenal Blase Cupich, que como obispo de Spokane prohibió a los sacerdotes estar presentes frente a las clínicas abortivas, pero durante la última campaña electoral estadounidense asistió a la convención demócrata sin decir una palabra sobre lo que ocurría a pocas manzanas de allí, en la clínica móvil de Planned Parenthood. Y sin mencionar el caso más reciente, el de la ley del aborto definida como “un pilar de nuestra vida social” por el (ahora) expresidente de la Pontificia Academia... ¡para la Vida! A ellos habría que preguntar si les gusta el belén. Pero tememos la respuesta.
