Santos Inocentes
Su celebración está presente en todos los calendarios litúrgicos de Oriente y Occidente y se remonta al menos al siglo IV
La Iglesia venera como mártires, bajo el nombre de Santos Inocentes, a los niños menores de dos años del territorio de Belén, a quienes Herodes ordenó matar con la intención de acabar con Jesús después de haber sido informado de su nacimiento por los Magos que habían venido de Oriente a Jerusalén para saber dónde había nacido “el Rey de los Judíos”, a quien deseaban adorar porque habían visto su estrella en Oriente. El hecho se narra en el Evangelio según Mateo (Mt 2,1-18), y en esta matanza de los inocentes vio cumplida la profecía de Jeremías: “Se oyó un grito en Ramá, un gran clamor y un gran lamento; Raquel llora a sus hijos y no quiere ser consolada, porque ya no están”.
El Niño Jesús se salvó porque un ángel había avisado a José en un sueño, ordenándole que huyera a Egipto. También los Reyes Magos recibieron en un sueño la indicación de no volver a ver a Herodes, que temía ver usurpado su trono (era el primer rey extranjero de Judea después de siglos de sucesión israelí, lo que a su vez era un signo de la plenitud de los tiempos y del cumplimiento de una profecía del Génesis) y para mantener el poder no había dudado en matar a una esposa, tres hijos y cientos de oponentes.
Los Santos Inocentes son, pues, la primicia de todos aquellos redimidos que a lo largo de los siglos derramarían su sangre por Jesucristo, flores martyrum como escribió el poeta Prudencio. Por este motivo, la Iglesia ha querido celebrarlos en una fecha cercana a la Navidad como comites Christi, es decir, entre los “compañeros” más cercanos al Salvador, que “dan testimonio de Cristo no con palabras, sino con sangre” y “nos recuerdan que el martirio es un don gratuito del Señor” (Misal Romano). Como víctimas inocentes participan así en la gloria eterna del Cordero, en un martirio ligado a un misterio salvífico que adquiere sentido sólo para los que miran con fe a Cristo crucificado y resucitado, que juzga y vence el mal no según el pensamiento del mundo, sino a través de sus designios divinos e inescrutables. Son designios que incluyen una promesa: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39).
Su celebración está presente en todos los calendarios litúrgicos de Oriente y Occidente y se remonta al menos al siglo IV, atestiguada en el Calendario cartaginés y posteriormente incluida en el Sacramentario Leoniano (atribuido a san León Magno). El obispo san Quodvultdeus (†454) es originario de Cartago (su nombre significa literalmente “Lo que Dios quiere”) y fue él quien dijo de los Santos Inocentes: “¡Oh maravilloso don de la gracia! ¿Qué méritos tenían estos niños para ganar de esta manera? ¡Todavía no hablan y ya dan testimonio de Cristo! Todavía no pueden enfrentarse a la batalla porque todavía no mueven sus miembros, y sin embargo ya llevan la palma de la victoria triunfalmente”.
Los Santos Inocentes nos recuerdan la inconmensurable dignidad de los niños para Cristo y su Iglesia, en un mundo que rechaza a Dios y pisotea esta dignidad con la legitimación de las más variadas formas de violencia cometidas contra los niños. En este sentido podemos recordar como profética la decisión del arzobispo de Milán, el beato Ildefonso Schuster, que el 28 de diciembre de 1936 consagró a los Santos Inocentes el altar de la iglesia de san José en la clínica Mangiagalli, donde cuatro décadas más tarde se realizarían los primeros abortos autorizados en Italia. Desde entonces, la violación de la inocencia a través de las regulaciones estatales no ha cesado, trazando un camino mortal común a muchos países occidentales, que hoy en día han llegado a permitir la eutanasia de los niños discapacitados y el adoctrinamiento de los niños a través de ideologías (como la teoría de género) que niegan la identidad masculina y femenina y la importancia fundamental de la madre y del padre.
Pedimos a los Santos Inocentes, que ya disfrutan de la visión beatífica, que se ocupen de los niños de hoy. Pedimos su intercesión para que la humanidad reconozca y pida perdón por un pecado, como el contra los pequeños, que más que ningún otro mueve la Justicia divina.
Patrones de: niños