Santa Matilde de Alemania
Modelo de reina cristiana, nació en una familia de ilustre linaje y fue educada en el monasterio de Herford, donde su abuela era abadesa
Modelo de reina cristiana, definida por sus contemporáneos «mujer de admirable piedad», santa Matilde de Alemania (c. 895-968), o de Ringelheim, nació en una familia de ilustre linaje y fue educada en el monasterio de Herford, donde su abuela era abadesa. Hacia los 14 años Enrique de Sajonia, llamado “El Pajarero”, 20 años mayor que ella, la tomó como esposa. De su matrimonio nacieron cinco hijos, todos con un papel relevante en la historia: Otón I, fundador de la dinastía de los Otones y emperador desde 962; Gerberga, que se casó con el rey de Francia; Eduvigis, madre de Hugo Capeto, iniciador de la dinastía de los Capetos; Enrique I, duque de Baviera, y san Bruno (925-965), arzobispo de Colonia. En 919 el marido Enrique se convirtió en rey de los Francos Orientales (es decir, del territorio que corresponde en gran parte a la actual Alemania); y en los años siguientes, venciendo diferentes batallas, consiguió consolidar el reino.
Matilde tuvo una influencia positiva sobre su marido, que se fiaba ciegamente de ella y veía sus virtudes cristianas, y gracias a su esposa moderó algunas asperezas de su carácter. Como reina vivió una vida austera, como una monja, y se mostraba siempre humilde y dispuesta a ayudar a los necesitados. Dedicada a la oración y generosa en las limosnas, a menudo iba ella misma a las casas de los pobres con una bolsa de dinero, procurando pasar desapercibida. El marido murió en el 636, dejándole en herencia amplias propiedades, en las que Matilde fundó iglesias, monasterios y escuelas populares. Ya viuda se despojó de todas las joyas y en vano buscó favorecer la sucesión al trono de su hijo Enrique, en vez del primogénito Otón. Más tarde, cuando Enrique se rebeló contra el hermano, la santa trabajó en favor de la reconciliación entre los dos hijos, que más tarde se unieron contra la madre, acusándola de haber empobrecido la corona con sus obras de caridad.
Soportó con paciencia la ingratitud de los hijos, les cedió los bienes hereditarios del marido, y se retiró en la ciudad donde había nacido. Pero después de su retiro las cosas no fueron bien para el reino germánico; Enrique enfermó y la mujer de Otón, exhortada por el clero y la nobleza, alentó a los dos hermanos a que volvieran a llamar a su madre a la corte, pidiéndole perdón. Su preferido, Enrique, no cesó de causarle sufrimientos, como cuando reprimió brutalmente una rebelión en Baviera, y en el 955, cuando lo vio por última vez, le predijo la muerte, rogándole que se convirtiera. En el 962, año del viaje de Otón a Roma para ser coronado emperador (acompañado por santa Adelaida, con la que se había casado después de la muerte de Edith de Wessex), rigió el Sacro Romano Imperio junto con el hijo santo, Bruno. En los últimos años vivió la mayor parte del tiempo en los monasterios que había fundado, y al término de una larga enfermedad murió con fama de santidad en la abadía de Quedlinburg, donde fue sepultada al lado de su marido.