San Columbano por Ermes Dovico

Santa María Crocifissa Di Rosa

Fundadora de las Siervas de la Caridad, se preocupó siempre de transmitir a todas sus hijas en Cristo la centralidad de la adoración eucarística. Fue ella, según el testimonio de Pierina Gilli (1911-1991), quien se apareció a la vidente de Montichiari, concediéndole su curación. Y de nuevo María Crocifissa, el 24 de noviembre de 1946, como lo haría varias veces después, actuó como guía de Pierina en la primera aparición de María Rosa Mística

Santo del día 15_12_2020 Italiano English

La vocación a la santidad fue clara ya desde la primera infancia en la fundadora de las Siervas de la Caridad, santa María Crocifissa Di Rosa (1813-1855), sexta de nueve hijos nacidos en Brescia de padres nobles y devotos, que la bautizaron como Paola Francesca Maria.

Un hecho puede ayudarnos a comprender cuanto movía el amor a Dios a Paulina, tal y como la llamaban cuando era niña, y la rica fe que le fue transmitida en su familia. Después de la Confesión y la Confirmación, recibidas en 1820, la niña, como leemos en su Positio, “confesó a su madre que la envidiaba cuando la veía recibir la Eucaristía. Su madre le enseñó entonces la Comunión espiritual, y Paola usó ese medio para estar cerca de Jesús a partir de entonces”. “Esto lo hacía no sólo cada día, sino incluso aún más veces, poniendo sus delicias en las visitas a Jesús en el Sagrario, que entró de inmediato como lo más importante en la regla de vida que se estableció a los ocho años”.

La profunda devoción a la Eucaristía, que recibió por primera vez en la Pascua de 1823, pronto se convirtió en una fuente de la que surgió su preocupación por los necesitados de todo tipo. A los once años, huérfana de madre, su padre la envió a las religiosas de la Orden de la Visitación para su educación, donde en un momento dado, no contenta con la simple visita diaria que ella y sus compañeras hacían al Santísimo Sacramento, pidió y obtuvo la posibilidad de detenerse media hora frente al sagrario. Cuentan los actos de su causa de beatificación que «una vez que el director le preguntó qué le había dicho al Señor en aquella ocasión, ella respondió ingenuamente: “Le pido algo por lo que sufrir”».

Cuando dejó el colegio regresó con su familia, rechazando la oferta de un posible matrimonio, y  con menos de dieciocho años hizo un voto de virginidad perpetua. En esa época se ocupaba de las trabajadoras de una hilandería del padre y de los pobres, atendiendo sus necesidades materiales y espirituales. El cólera estalló en Brescia en 1836, acabando con muchísimas vidas: la santa, sintiéndose llamada por Dios y asesorada por su director espiritual (monseñor Pinzoni), pidió permiso a su padre para ayudar a las mujeres afectadas por la epidemia. El padre accedió y el 24 de junio Paola, junto con la noble Gabriella Echenos Bornati (1798-1844), entró en el hospital de Brescia.

Meses más tarde la epidemia de cólera terminó, pero esa experiencia se convirtió en la base para el establecimiento de la Pía Unión de Siervas de la Caridad cuatro años más tarde: Paola (superiora), Gabriella (vicaria) y otras treinta compañeras comenzaron oficialmente su servicio en el hospital de mujeres de Brescia el 18 de mayo de 1840. Las Siervas se extendieron pronto a otras ciudades italianas y al extranjero: la fundadora se preocupó siempre de transmitir a todas sus hijas en Cristo la centralidad de la adoración eucarística. Una vez obtenida la aprobación pontificia y posteriormente imperial, la obra se convirtió en congregación religiosa y Paola, el 18 de junio de 1852, vistió el hábito y tomó el nombre de María Crocifissa.

La santa fue llamada al encuentro eterno con el Esposo el 15 de diciembre de 1855, a la edad de 42 años. El día anterior, en su testamento espiritual, había escrito: “Lo que os recomiendo, hijitas, es una gran caridad. Tened caridad primero entre vosotras y luego con los pobres enfermos. En vuestro trabajo, buscad solamente la gloria del Señor; trabajad sólo para Él; cuando ayudéis a los enfermos, no consideréis sólo a la criatura, sino a la persona misma del Señor. Dedicad a los ejercicios de piedad todo el tiempo prescrito. Sed exactas en la observancia de las santas Reglas, incluso en las más pequeñas. Cuidad hasta las cosas más pequeñas, especialmente la falta de caridad. ¡Que Dios os bendiga!”.

Un siglo más tarde, en 1944, fue ella, según el testimonio de Pierina Gilli (1911-1991), entonces postulante con las Siervas de la Caridad y en aislamiento por la meningitis, quien se apareció a la vidente de Montichiari, concediéndole su curación. Y de nuevo María Crocifissa, el 24 de noviembre de 1946, como lo haría varias veces después, actuó como guía de Pierina en la primera aparición de María Rosa Mística -una mariofanía de contenidos muy ricos y fuertemente eucarística, que la Iglesia está profundizando hoy- revelándole que la Señora que estaba viendo era Nuestra Señora y que las tres espadas que atravesaban su Corazón Inmaculado tenían un significado preciso: «Primero: por las almas religiosas que traicionan su vocación. Segundo, para reparar el pecado mortal de estas almas. En tercer lugar, para reparar la traición de los sacerdotes que se hacen indignos de su sagrado ministerio. Me recomendó especialmente -escribía Pierina- la santificación de los sacerdotes, diciéndome: “Si éstos son santos, muchas almas se santificarán a sí mismas”». La oración, el sacrificio y la penitencia son necesarios para la cooperación con el plan divino.