Santa Margarita de Hungría
Su tía era la célebre santa Isabel (†1231). En el monasterio desarrollaba las tareas más humildes, vivía en un estrecho ascetismo y rezaba continuamente, meditando especialmente sobre la Pasión
La suya fue una familia fuera de lo común. Su tía era la célebre santa Isabel (†1231), hermana de Béla IV de Hungría, el padre de Margarita (27 de enero de 1242 - 18 de enero de 1271). La beata Yolanda y santa Kinga de Polonia eran sus hermanas mayores, mientras que su madre era María Laskarina, hija del emperador bizantino Teodoro I Laskaris.
La princesa Margarita nació en la fortaleza de Clissa, en Dalmacia, donde se había refugiado la corte para huir del peligro de las invasiones de los mongoles guiados por Batu Kan (nieto de Gengis Kan), que el 11 de abril de 1241 se habían enfrentado a los húngaros en la batalla de Mohi. Cuando nació sus padres la prometieron en voto a Dios por la liberación de Hungría de los mongoles, que tras haber devastado la región se retiraron inesperadamente dos meses más tarde, permitiendo a la familia real volver e iniciar una lenta obra de reconstrucción. Cuando Margarita tenía tres años la confiaron para su educación al monasterio dominico de Veszprém y, seis años más tarde, la trasladaron al monasterio de la Santísima Virgen fundado por sus padres en la isla de los Conejos, hoy Isla Margarita, actual Budapest.
Fue en este lugar donde la santa transcurrió el resto de su vida terrena, oponiéndose a los deseos de Bela que, olvidándose de la promesa hecha a Dios, quería casarla con Otakar II de Bohemia para consolidar el reino. Margarita, que se había consagrado totalmente al Señor con doce años, se mantuvo muy firme al respecto y su padre (que en la última fase de su vida se había convertido en terciario franciscano) tuvo que desistir. El voto que hizo con su esposa se reveló una gracia, a la que la hija correspondió entregándose totalmente: «Amo infinitamente más al Rey del Cielo y la inconcebible felicidad de poseer a Jesucristo que la corona que me ofrece el rey de Bohemia».
En el monasterio desarrollaba las tareas más humildes, vivía en un estrecho ascetismo y rezaba continuamente, meditando especialmente sobre la Pasión y deseando compartir los sufrimientos de Cristo. Su amor por la Eucaristía se acompañaba al amor por la pobreza y las Sagradas Escrituras, que su confesor y guía espiritual, un dominico de nombre Marcelo, que además fue provincial de Hungría, le leía. Recibió el don de las visiones y una intensa vida mística, muriendo a los 29 años en olor de santidad. Su tumba pronto se convirtió en meta de peregrinaciones.