Santa Juana Francisca de Chantal
Su nombre está unido al de san Francisco de Sales. Juntas fundaron la Orden de la Visitación
El nombre de santa Juana Francisca de Chantal (1572-1641) está unido al de san Francisco de Sales (1567-1622) por la fraternidad espiritual que se estableció entre estas dos almas benditas. Juntas fundaron la Orden de la Visitación. Juana nació en Dijon en una familia de la alta nobleza francesa y quedó huérfana de madre a los 18 meses. Su padre, Benigno Frémyot, se encargó de su educación. A los veinte años se casó con un hombre de fe llamado Christophe, barón de Chantal, con quien vivió un matrimonio feliz. Fue madre de seis hijos y acompañó a los dos primeros al Cielo, ya que murieron al nacer. Ya durante su matrimonio, Juana se dedicaba a la caridad: su momento álgido fue durante la hambruna que afectó a Borgoña a fines de 1600, cuando, de acuerdo con su esposo, transformó su casa señorial en un hospital y construyó un nuevo horno para dar pan a los necesitados.
La prueba más grande estaba a la vuelta de la esquina. Durante un viaje de caza, su esposo recibió un disparo accidental de trabuco en el muslo. Quien había disparado era un primo de su marido. Juana rezó: «Señor, toma todo lo que tengo en el mundo, pero déjame a mi querido esposo». El buen Christophe entregó su alma a Dios ocho días después del accidente, perdonando sinceramente a su involuntario asesino. Esto sucedió en 1601: Juana contaba tan solo con 29 años, era ya viuda y con cuatro hijos que criar. No había quien la consolase y no era capaz de perdonar a quien le había quitado su más querido afecto. Un día, su padre la invitó a Dijon para escuchar al obispo de Ginebra (fuera de sede) - ya fortaleza de los calvinistas - Francisco de Sales. El 5 de marzo de 1604 Francisco y Juana se reunieron por primera vez y, a partir de entonces, el santo dirigió espiritualmente a Juana, sobre todo a través de un intenso intercambio epistolar.
La primera gracia visible que experimentó Juana fue que finalmente encontró la fuerza para encontrarse con el primo de su esposo y perdonarlo, obteniendo enseguida una gran gracia para sí misma. El dolor la forjó y la hizo firme en los caminos de la santidad. Así, fue entendiendo la belleza de tener a Dios como el único fin: «Todo lo creado no es nada para mí, en comparación con mi Padre más querido [...]. Un día me pediste que me separara y me despojara de todo. Oh Dios, qué fácil es dejar lo que está a nuestro alrededor, pero dejar la propia piel, la propia carne, los propios huesos y penetrar lo íntimo de la médula, que es lo que me parece que hemos hecho, es una gran cosa, difícil e imposible si no es por la gracia de Dios», escribía a Sales en una de sus muchas cartas, que luego fueron enviadas a sus hijos, sus amigos y sus monjas, como mamá y madre espiritual.
Después de haber provisto a sus hijos de lo necesario, el 6 de junio de 1610, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Juana comenzó a vivir en comunidad con otras dos compañeras en Annecy. Al año siguiente hicieron sus primeros votos en manos de san Francisco de Sales. Estos fueron los comienzos de la Orden de la Visitación (erigida canónicamente en 1618). Se la llamó así en memoria de la solícita caridad con la que la Virgen visitó a su prima Isabel. El objetivo inicial de la Orden fue el de alimentarse del amor divino en la contemplación, para luego visitar a los pobres y enfermos. Juana aceptó como miembros de su comunidad a mujeres de salud débil y ancianas. Debido a las normas eclesiásticas de la época, la Orden pasó a ser de clausura, cuya finalidad predominante era la contemplación, que fue perfectamente encarnada ese mismo siglo por la Visitandina santa Margarita María Alacoque (1647-1690), la mística que propagó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
En 1633, otra «pareja» de santos transalpinos, Luisa de Marillac y Vicente de Paúl, tuvieron éxito al fundar las Hijas de la Caridad, al ser la primera institución femenina dedicada al cuidado domiciliario de los pobres y de los enfermos. Esto resultó ser una confirmación solemne de la extraordinaria obra de la Providencia. Volviendo a Juana, a esta no le faltaron otros duelos, ya que tan solo una hija suya sobrevivió. En 1622, cuando ya existían 13 monasterios de Visitandinas, Francisco de Sales también murió. Juana, al quedarse sola al timón de la Orden, viajó por toda Francia fundando conventos en todas partes (había 87 cuando murió), mereciendo así la admiración pública de Carlos IV de Lorena, quien la llamó «la santa de nuestro siglo».
Patrona de las viudas, las personas olvidadas, las madres. Es invocada en los duelos