Santa Ángela de Foligno
La primera enseñanza que nos deja esta gran mística es la importancia de una confesión bien hecha, fuente de regeneración para cada cristiano, y que marcó el inicio de su conversión
La primera enseñanza que nos deja esta gran mística, que vivió en Umbria un par de decenios después de Francisco de Asís, es la importancia de una confesión bien hecha, fuente de regeneración para cada cristiano, y que marcó el inicio de su conversión. Santa Ángela de Foligno (1248-1309) había crecido en una familia acomodada y, tras su matrimonio cuando era joven, vivió una vida «salvaje, adúltera y sacrílega», tal como se lee en el Memorial escrito por su confesor. Una vida mundana entre comodidades y varios placeres, que la habían llevado a «conocer el pecado», hasta que llegó un día en que decidió ir a confesarse, pero «la vergüenza le impidió hacer una confesión completa, por lo que siguió viviendo atormentada».
Todo ocurrió tras una fervorosa oración a san Francisco, que se le apareció en un sueño, y la confesión completa que hizo a continuación, hacia el 1285, cuando ya era plenamente una adulta. Entonces empezó a vivir en penitencia, cultivando el desapego de las cosas, de los afectos y del amor propio, atrayendo sobre sí las críticas de algunos familiares. Cuando, al cabo de poco tiempo, su madre, su marido y sus hijos murieron, Ángela decidió entrar en la Tercera Orden Franciscana para abandonarse totalmente a Dios, meditando sobre Su Pasión y pasando horas delante del Crucifijo, como en esos años estaba haciendo otra mística, santa Margarita de Cortona, con un recorrido existencial muy similar.
La experiencia cumbre de su crecimiento espiritual tuvo lugar hacia el 1291, durante una peregrinación a Asís, cuando Ángela tuvo primero un largo diálogo con el Espíritu Santo y, más tarde, en la iglesia -mientras rezaba «muy despierta»-, una manifestación indescriptible de la Trinidad («he visto una cosa plena, una majestad inmensa, que no sabría decir, pero me parecía que era todo el bien») que, en el instante en que acabó, le hizo gritar: «Amor no conocido, ¿por qué?». Su Memorial -leído por doctos de la época como el cardenal Giacomo Colonna, que lo aprobó-, representa en treinta pasos el camino del alma hacia la unión íntima con Dios, posible a través de la superación de las tentaciones, la renuncia, la meditación de los misterios de Cristo, el amor por la Eucaristía y la aceptación de la cruz. En esta elevación la iniciativa principal es de Dios, siempre que encuentre el alma dispuesto a acogerle y a abrazar Su voluntad.
La humildad, los sacramentos y la oración fueron, por tanto, el alimento espiritual que Ángela, venerada durante siglos como «Maestra de los teólogos», beatificada en 1693 y canonizada el 9 de octubre de 2013 por equivalencia (posible a través de un decreto promulgado por el pontífice cuando se dan las condiciones de antigüedad del culto, verificación constante y general de las virtudes y fama ininterrumpida de prodigios), intentó transmitir al cenáculo de los «hijos» que se reunieron a su alrededor, atraídos por su testimonio de vida en el seguimiento de Cristo «que se ha hecho y aún se hace camino en este mundo; camino… muy verdadero, recto y breve».
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