San Vicente Grossi
Pasaba horas en el confesionario, educaba las conciencias a las virtudes cristianas y se nutría de oración, penitencia y contemplación del Santísimo Sacramento. Pablo VI lo puso como «ejemplo sereno y persuasivo para los sacerdotes comprometidos directamente en el cuidado de las almas», puesto que en él pueden encontrar «un nuevo modelo de santificación y celo»
Este sacerdote se convirtió en santo desarrollando su ministerio en fidelidad a Dios, al que sirvió en la cotidianidad. Pasaba horas en el confesionario, educaba las conciencias a las virtudes cristianas y se nutría de oración, penitencia y contemplación del Santísimo Sacramento. Párroco durante 44 años, la vida de san Vicente Grossi (1845-1917) es extraordinaria por su normalidad y demuestra, una vez más, que los caminos de la santidad, obedeciendo únicamente a Dios, son múltiples. En este sentido, en su beatificación Pablo VI lo puso como «ejemplo sereno y persuasivo para los sacerdotes comprometidos directamente en el cuidado de las almas», puesto que en él pueden encontrar «un nuevo modelo de santificación y celo».
Penúltimo de diez hijos, nació en una familia de molineros. Después de la Primera Comunión manifestó a sus padres el deseo de ser sacerdote siguiendo el ejemplo de su hermano José. De todas formas, se quedó hasta los 19 años con su familia para ayudarla. En 1873, cuatro años después de ser ordenado sacerdote, tuvo su primer cargo como párroco en un barrio de su pueblo natal, Pizzighettone (provincia de Cremona), donde había trabajado «un desgraciado antecesor», según la definición que dio del mismo el obispo. Con paciencia y sacrificio el santo consiguió recuperar muchas almas a Dios, transformando el barrio en un «conventito», como lo llamaban algunos hermanos. Prestaba mucha atención a la formación de los jóvenes porque se había dado cuenta de la fragilidad social y moral en la que crecían muchos de ellos. A su alrededor se formó un grupo especial de jóvenes a las que dirigió a la vida comunitaria.
Después fue enviado a una parroquia en la que había una fuerte presencia metodista. «Los metodistas deben entender que también les amo a ellos», era su propósito. La misión fue un éxito. El pastor de la comunidad metodista iba a escuchar sus homilías y las familias protestantes empezaron a llevar a sus hijos a la escuela parroquial. Su proyecto relacionado con la comunidad femenina se concretizó en la fundación de las Hijas del Oratorio, congregación que puso bajo la protección de san Felipe Neri. Instruía a las religiosas con catequesis y continuas lecturas, para que tuvieran una sólida preparación católica, y las exhortaba a educar a los jóvenes cristianamente con la «santa jovialidad» de su protector. Les enseñaba a todos a tener una fe revivida por las buenas obras: «Trabajad, trabajad porque al Paraíso hay que llegar cansados… allí se vive de rentas».