San Luis Orione
«Sólo la caridad salvará al mundo», era el programa de vida de san Luis Orione (1872-1940), el fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, que ya en el nombre revela dos rasgos fundamentales del sacerdote piamontés: su humildad y su inquebrantable confianza en la actuación de Dios en la historia
«Sólo la caridad salvará al mundo», era el programa de vida de san Luis Orione (1872-1940), el fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, el instituto que se expandió por toda Italia y en el extranjero y que ya en el nombre revela dos rasgos fundamentales del sacerdote piamontés: su humildad y su inquebrantable confianza en la actuación de Dios en la historia. Testigo de un país que se iba secularizando a pasos agigantados, el santo, muy apreciado por todos los pontífices conocidos a lo largo de su existencia terrena (de León XIII a Pío XII) y familiar a personas de todas las clases sociales, leía así aquellos tiempos difíciles para la sociedad y la fe: «Sólo la caridad podrá todavía conducir a Dios los corazones y las poblaciones y salvarlos. Es necesario prepararnos con un gran amor de Dios y llenarnos el pecho y el corazón con la caridad de Jesucristo».
Nació en Piamonte de un adoquinador y de una campesina analfabeta, que le transmitieron una educación cristiana y la aptitud al trabajo y el esfuerzo. En octubre de 1886 entró en el oratorio de don Juan Bosco (1815-1888), en Turín, y del gran santo educador aprendió enseñanzas que conservará siempre en su corazón. Tres años más tarde ingresó en el seminario de Tortona, donde estudió filosofía y teología, y para mantenerse trabajó como portero, alojándose en una pequeña habitación bajo las bóvedas de la Catedral. En este periodo, y todavía muy joven, comenzó a reunir muchachos para enseñarles el catecismo, inauguró su primer oratorio y abrió un colegio para niños pobres que deseaban estudiar. El 13 de abril de 1895 fue ordenado sacerdote y en los años sucesivos fue intensificando su apostolado, implicando a otros clérigos: nació así la Pequeña Obra de la Divina Providencia, que León XIII bendijo en 1902 y que el obispo de Tortona aprobó al año siguiente.
Fueron muchas las obras de caridad en la que se prodigó don Orione, desde las visitas a los enfermos al apoyo a los necesitados, desde la predicación a la difusión de la prensa católica. Después del terremoto que destruyó Mesina y Regio de Calabria el 28 de diciembre de 1908, el santo fue fundamental en la organización de las ayudas, acogió muchos huérfanos en las casas de su instituto y recibió de san Pío X el encargo de vicario general de la diócesis de Mesina. Idéntico impulso en favor del prójimo mostró en la asistencia a los que sufrieron el terremoto de la Mársica, en 1915, cuando excavó él mismo entre los escombros, y requisó un auto de la comitiva de Víctor Manuel III para llevar a salvo algunos niños. Entre los huérfanos abruzzeses a los que dio asilo se encontraba también Ignazio Silone, de menos de quince años en la época del seísmo, al que un día el humilde sacerdote dijo: «Mi verdadera vocación es un secreto que quiero confiarte: sería poder vivir como auténtico asno de Dios, como un auténtico asno de la Divina Providencia».
En 1915 comenzó a abrir en toda Italia los «Pequeños Cottolengos», es decir, casas para la educación y el cuidado de los enfermos y personas con discapacidad, y en el mismo año fundó las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad. A la rama femenina yuxtapuso en 1927 las Sacramentinas no videntes, a las que pidió apoyar con la oración y la adoración eucarística todas las actividades de la familia orioniana, que mientras tanto ya había echado raíces en el extranjero. Toda su vida estuvo guiada por la voluntad de llevar consuelo a los que sufren, educar la sociedad en las virtudes cristianas y salvar las almas. Célebre es el episodio de 1909, cuando, para que tres masones que impedían el acceso a los sacerdotes no le bloquearan, se disfrazó de enfermero y asistió espiritualmente al expresidente del Consejo, Alessandro Fortis, afiliado a la Masonería y anticlerical durante mucho tiempo, que se convirtió y recibió los Sacramentos poco antes de morir.
Muy devoto de la Virgen, sabía que su instituto no había nacido por casualidad: «Puede decir que la Pequeña Obra de la Divina Providencia, queridos benefactores, es, después de Dios, toda obra de María. Ha nacido por obra de María, se mantiene por obra de María. […] Esta fuerza que tenemos, estas palabras que os hacen bien, la buena voluntad que nos anima: es la Virgen quien nos lo da, queridos hijos míos».