Santa Cecilia por Ermes Dovico

San Pío X

«Restaurar todo en Cristo» fue el principio inspirador de los once años de pontificado de san Pío X (1835-1914), el papa de humildes orígenes que supo analizar lúcidamente y condenar los errores del modernismo

Santo del día 21_08_2020 Italiano English

«Restaurar todo en Cristo» fue el principio inspirador de los once años de pontificado de san Pío X (1835-1914), el papa de humildes orígenes que supo analizar lúcidamente y condenar los errores del modernismo. Reconoció su raíz malvada y profetizó que llevaría a una sociedad atea. El Santo Padre afrontó de manera orgánica la cuestión en su encíclica más célebre, la Pascendi Dominici Gregis (8 de septiembre de 1907), en la cual definió el modernismo «síntesis de todas las herejías». Pío X tenía muy claro que esta corriente pseudocristiana, surgida a finales del siglo XIX con el pretexto de adaptar el mensaje eterno de Cristo a los cambios sociales, atacaba los mismos fundamentos de la fe, guiñando un ojo a la masonería.

Ayer como hoy, los modernistas rechazaban los dogmas y la enseñanza de los antiguos Padres, se oponían a la autoridad del papa, teorizaban el indiferentismo religioso y el sometimiento de la Iglesia al Estado, exaltaban la filosofía moderna despreciando la Escolástica, separaban fe y razón, negaban la veracidad de las Sagradas Escrituras, la institución de los Sacramentos por parte de Cristo, los milagros y la acción de Dios en la historia. Por ello, san Pío X escribía: «El error de los protestantes dio el primer paso en este camino; el segundo fue del modernismo: en breve le seguirá el ateísmo». Sabiendo que tenía que actuar por la salvación de las almas, durante su pontificado fueron excomulgados o suspendidos a divinis los mayores exponentes del modernismo y expulsados de los seminarios y de las universidades católicas los profesores - religiosos y laicos - que favorecían ese sistema de herejías. Antepuso al consenso del mundo la búsqueda y el cumplimiento de la voluntad de Dios, siempre con la humildad que le había llevado a definirse «un pobre párroco de campo».

En el siglo Giuseppe Sarto, segundo de diez hijos, nació en Riese (en la provincia de Treviso) en una familia de modestas condiciones. Su padre, Giovanni Battista, era granjero y su madre, Margherita Sanson, una modista muy devota que, a la muerte del marido, no quiso que su segundo hijo dejase el seminario para ayudar a la familia. Giuseppe fue ordenado sacerdote a los 23 años. Después de haber sido capellán, arcipreste, canónico, director espiritual en un seminario, fue nombrado, con 49 años, obispo de Mantua, distinguiéndose por la centralidad que daba a la formación religiosa. «¡Doctrina cristiana! ¡Doctrina cristiana!», exhortaba durante sus visitas pastorales en las varias parroquias, puesto que era consciente de que «ir a menudo a Misa e ignorar las verdades de la fe son cosas que se eliminan entre ellas porque no es posible aceptar verdades que no se conocen».

En 1889 participó en el primer Congreso catequístico nacional y votó a favor de un nuevo «catequismo popular histórico-dogmático-moral redactado en preguntas breves y respuestas aún más breves». Tomó la decisión de redactar personalmente un texto con formato de diálogo, del cual derivó después el famoso Catequismo Mayor (después llamado Catequismo de san Pío X), cuya primera edición - compuesta por 993 preguntas y respuestas - fue publicada en el tercer año de su pontificado (1905) y fue seguida por dos versiones más breves.

Su elección al trono pontificio, precedida por un decenio como patriarca de Venecia, tuvo lugar el 4 de agosto de 1903. Dos meses más tarde expuso su programa en la primera de sus dieciséis encíclicas (E Supremi): «Las razones de Dios son Nuestras razones; está establecido que a ellas estarían dedicadas todas Nuestras fuerzas y la vida misma. Por esto, si alguien pregunta qué lema sea la expresión de Nuestra voluntad, responderemos que este es uno solo: Renovar todas las cosas en Cristo».

Siguiendo esta dirección, el nuevo pontífice sostuvo el Movimiento Ceciliano, que pretendía volver a dar el merecido espacio en la liturgia al canto gregoriano y a la polifonía clásica, siendo consciente que, «como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles» (Inter Sollicitudines).

Su gran devoción a la Virgen y amor por la Eucaristía eran el alimento de su santidad. Recomendó participar en la Misa diaria y estableció la edad de la Confesión y de la Primera Comunión «a la edad del uso de la razón» (7 años). Vistos los crecientes ataques a la inocencia de los niños, Pío X (como otros santos) sostenía de hecho la necesidad de acercarles lo antes posible al Cuerpo de Nuestro Señor.

Un hecho entre muchos recuerda lo grande que fue su fe y la centralidad que Cristo tenía en su vida. Pocos días después de haber recibido de san Aníbal María de Francia (fundador de los Rogacionistas) el manuscrito con las revelaciones de Jesús a la humilde Luisa Piccarreta, san Pío X le dijo: «Ves corriendo a dar a los periódicos El Reloj de la Pasión de Piccarreta. ¡Leedlo de rodillas, porque es Nuestro Señor quien habla!».