San León Magno

Se dedicó a consolidar la unidad de la Iglesia, protegiéndola de las herejías y los impulsos divisorios. Consiguió convocar el Concilio de Calcedonia (451), durante el cual los obispos leyeron solemnemente su epístola dogmática a Flaviano. En 1754, Benedicto XIV lo proclamó Doctor de la Iglesia

Santo del día 10_11_2023 Italiano English

Fue muy consciente de la gran responsabilidad que conlleva el ministerio petrino y uno de los más grandes pontífices de la historia. San León Magno (c. 390-461) guió la Iglesia durante más de 21 años, protegiéndola de las herejías y los impulsos divisorios mientras en Occidente el Imperio romano se derrumbaba. Ya era uno de los personajes más escuchados del clero cuando era diácono. Acudían a él para pedirle consejo otros santos como Juan Casiano y Cirilo de Alejandría. Su prestigio era enorme también en la corte imperial, hasta el punto de ser elegido para llevar a cabo una misión en la Galia, donde consiguió evitar el peligro de una guerra civil. Estando en esta misión le llegó la noticia de la muerte de Sixto III y la petición de volver a Roma porque había sido elegido como su sucesor. Era el año 440.

León se dedicó a consolidar la unidad de la Iglesia. Promovió incesantemente el primado romano como fruto de la voluntad divina de confiar a Pedro el papel de pastor universal, porque «a un único apóstol le es confiado aquello que es comunicado a todos los apóstoles». Defendió con firmeza la disciplina eclesiástica, no dudó en reprender a los obispos que se alejaban de ella, gestionó con gran lucidez los hechos que concernían los vicariatos de Arlés y Tesalónica y devolvió a su justo rango el patriarcado de Constantinopla, que ambicionaba elevarse por encima de las demás sedes patriarcales de Oriente. El celo que demostró en el cuidado de las almas se puede constatar en las 143 cartas y 96 sermones que han llegado hasta nosotros, en los que expone contenidos dogmáticos y exhorta a los fieles al bien con la misma elegancia y claridad.

Su oposición a las herejías fue firme. Combatió a los pelagianos, los nestorianos y los maniqueos. Y, especialmente con el famoso Tomus ad Flavianum -una carta dogmática enviada al patriarca Flaviano, también este defensor de la ortodoxia católica y, por esta razón, perseguido-, desautorizó al monje oriental Eutiques y su monofisismo, que negaba heréticamente la naturaleza humana de Jesús: el Santo Padre confirmó la doctrina de la Encarnación y la coexistencia de la naturaleza humana y divina en la única persona de Cristo. Tras la farsa del Segundo Concilio de Éfeso, en el que se impidió a los enviados papales leer la carta de León, el papa consiguió convocar el Concilio de Calcedonia (451), durante el cual los obispos leyeron solemnemente su epístola dogmática a Flaviano. «Pedro ha hablado por boca de León», dijeron los Padres conciliares. Y era verdad. Calcedonia es una piedra angular de la cristologia, coronación de los concilios de Nicea (325), Constantinopla (381) y del primero de Éfeso (431).

El pueblo romano, probado por las carestías y las invasiones de los bárbaros, se dirigió a él. También el emperador le pidió ayuda cuando los hunos cruzaron los Alpes en el año 452. Por petición de Valentiniano III, León se reunió cerca de Mantua con Atila (al que, según la tradición, se le aparecieron Pedro y Pablo con las espadas desenvainadas en defensa del papa; en la foto, un cuadro con este tema de Rafael) y lo disuadió de continuar la invasión. Tres años más tarde, cuando los vándalos de Genserico invadieron Roma, el santo salió a su encuentro indefenso y rodeado por el clero. Los vándalos le concedieron no incendiar la ciudad y no saquear las basílicas, en las que se había refugiado la población. En una fase crítica para la Iglesia y de decadencia para el imperio, san León Magno contribuyó a reforzar la autoridad del papado, actuando como teólogo excelso y gran pastor. En 1754, Benedicto XIV lo proclamó Doctor de la Iglesia.

Para saber más:

Catequesis de Benedicto XVI sobre san León Magno (audiencia general del 5 de marzo de 2008)