San Juan de Dios
El santo, verdadero innovador de la asistencia hospitalaria y fundador de los Hermanos Hospitalarios, organizó el hospital en distintas secciones, separando a los ancianos abandonados y los distintos tipos de enfermos: con él nació el hospital moderno
Las personas que la actual cultura laicista descarta porque las juzga indignas de vivir, difundiendo así una mentalidad eutanásica, eran las más queridas para san Juan de Dios (1495-1550), verdadero innovador de la asistencia hospitalaria y fundador de los Hermanos Hospitalarios, que un día vio el rostro de Jesús en un enfermo al que le estaba lavando los pies.
Después de una vida aventurera, descubrió su vocación con más de 43 años. João Cidade, este es su nombre de nacimiento, nació en Portugal y siendo niño dejó la casa paterna para ir junto a un clérigo a Oropesa, en España, donde transcurrió buena parte de su juventud trabajando como pastor al servicio de una familia. A los 27 años se enroló en el ejército de Carlos V para luchar en la batalla de Fuenterrabia, en la frontera con Francia, corriendo el riesgo de ser ahorcado por haber perdido el botín. En 1529, participó en la importante campaña militar para liberar a Viena del asedio de los musulmanes del Imperio otomano.
En los años sucesivos viajó por media Europa realizando diversos trabajos, desde albañil a vendedor ambulante. Volvió brevemente a Portugal, donde descubrió que sus padres habían muerto. Su fase de vagabundo se concluyó en 1538, cuando se trasladó definitivamente a Granada, ciudad en la que abrió una pequeña librería. El 20 de enero del año siguiente, un hecho marcó la dirección de su vida: escuchó una predicación de Juan de Ávila, santo y doctor de la Iglesia, que lo iluminó sobre la necesidad de sufrir por Jesús. Sintiéndose pecador, inició a hacer actos de penitencia y humillación en público, incluso arrancarse los cabellos. Lo tomaron por loco y lo encerraron en el Hospital Real, pero también este drama se reveló una gracia de la Providencia. En este hospital sufrió maltratos y tomó conciencia de las miserables condiciones en las que vivían los enfermos mentales. La guía espiritual de Juan de Ávila le ayudó a comprender qué significaba ofrecer el propio sufrimiento a Dios.
Readquirió el pleno dominio de sí mismo y fue en peregrinación al santuario de Santa María de Guadalupe, en Extremadura, para saber cómo entregarse al Señor. El consejo celeste le llegó de dos visiones de la Virgen. En la primera, la Santísima Virgen le entregaba los indumentos con los que vestir al pequeño Jesús; en la segunda, mientras sostenía en la mano una corona de espinas, le dijo: «Conquistarás la corona que mi Hijo ha preparado para ti con espinas, trabajo y sufrimiento». A su vuelta a Granada, Juan se volcó con los enfermos, dedicando especial atención y afecto a los enfermos mentales, conocedor de su fragilidad. Pronto atrajo a numerosos discípulos, obtuvo la ayuda de varios benefactores y el firme apoyo del arzobispo, que le sugirió que llevara un hábito distintivo y lo llamó así: ¡Juan de Dios!
El santo iba por las calles pidiendo limosna de una manera sumamente original: «¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! ¡Haced el bien, hermanos!». Fatebenefratelli [italiano para “Haced el bien, hermanos”, fate il bene, fratelli] es el nombre con el que fueron conocidos popularmente los miembros de la nueva congregación [Hermanos Hospitalarios], elevada a orden religiosa en 1586 por Sixto V, cuando el instituto hospitalario - que prevé la profesión de un cuarto voto, el del cuidado a los enfermos - ya había superado la frontera española. Con la firme confianza en «Cristo que provee», Juan superó innumerables dificultades. Cuando se ocupaba de los enfermos, pensaba tanto en su salud como en la salvación de sus almas. La virtud de la caridad estuvo acompañada por el don de la ciencia, porque el santo organizó el hospital en distintas secciones, separando a los ancianos abandonados y los distintos tipos de enfermos: con él nació el hospital moderno. Los Fatebenefratelli iniciaron también a especializarse en medicina y cirugía, estudiando en escuelas adecuadas, anexas a los nosocomios que ellos fundaron.
Cuando enfermó de pulmonía, le confió al arzobispo que había tres cosas que le afligían: «La primera, haber servido tan poco a Nuestro Señor, del que he recibido tanto. La segunda, los necesitados, las personas que han salido del pecado y los pobres reacios que he tomado a mi cargo. La tercera, las deudas que he contraído por Jesucristo». Se tranquilizó sólo cuando el arzobispo se comprometió personalmente a saldar sus deudas. Murió el 8 de marzo de 1550, al amanecer de su 55 cumpleaños, tras arrodillarse y haber estrechado contra su pecho el crucifijo.
Patrono de: enfermeros, médicos y hospitales
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