San Juan Bosco
Pedagogo, escritor, editor, santo adornado de innumerables dones místicos, padre para una multitud de niños y jóvenes necesitados, a los que educó en el trabajo y en la vida cristiana en una Turín en plena fiebre industrial, san Juan Bosco (1815-1888) mantuvo siempre la mirada fija en la eternidad
Pedagogo, escritor, editor, santo adornado de innumerables dones místicos, padre para una multitud de niños y jóvenes necesitados, a los que educó en el trabajo y en la vida cristiana en una Turín en plena fiebre industrial, san Juan Bosco (1815-1888) mantuvo siempre la mirada fija en la eternidad en el delicadísimo periodo histórico de la Italia del Risorgimento y unitaria, cuyo control lo ejercieron en gran parte fuerzas liberales masónicas y anticatólicas. Como escribió Pío XI en el decreto para su canonización, las obras y las gracias supernaturales que distinguieron toda la vida del santo «hicieron universal la opinión de que, por providente disposición divina, con el fin de promover la restauración cristiana de la sociedad humana, desviada del sendero de la verdad, Dios había enviado a Juan Bosco».
La suya fue una infancia llena de problemas. Nacido en Castelnuovo d’Asti (hoy Castelnuovo Don Bosco) en una familia de campesinos, su padre, Francesco, murió cuando todavía no tenía dos años, y su madre, Margherita - hoy venerable - tuvo que multiplicar sus trabajos. La educación materna fue fundamental para él, que con apenas nueve años tuvo la primera revelación celeste bajo la forma de un sueño profético. Como escribirá en las Memorias, vio «una gran cantidad de muchachos. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban». En ese instante vio a un hombre majestuoso, con el rostro tan luminoso que no conseguía fijar la vista en él: se presentó como «el Hijo de Aquella que tu madre te enseñó a saludar tres veces al día», pidiéndole que se hiciera amigo de esos muchachos, con la caridad y la ciencia: «Explícales que el pecado es algo malo, y que la amistad con el Señor es un bien precioso». Junto a él apareció una mujer majestuosa y después animales feroces, que se convertían en corderos mansos y alegres. «Este es tu campo, aquí debes trabajar», le dijo la mujer, añadiendo: «Lo deberás hacer por mis hijos».
Juan mostró desde niño sus talentos y el deseo de estudiar, que, sin embargo, siempre tuvo que conciliar con las dificultades familiares. Trabajó como recadero, camarero, herrero, carpintero, aprendiendo los rudimentos de los oficios que después transmitirá a los muchachos en los laboratorios artesanales creados en los oratorios. En Chieti conoció a Luigi Comollo (1817-1839), a menudo insultado y golpeado por los compañeros, a los que dirigía palabras de perdón, mientras que Juan procuraba defenderle peleándose con quien le atacaba. Entre los dos nació una profunda amistad en Cristo, que recordará así: «Puedo decir que de él he empezado a aprender a vivir como cristiano». Mientras tanto, había fundado la «Sociedad de la Alegría», con la que procuraba atraer a la oración a sus coetáneos, atrayéndoles con juegos y acrobacias, en lo que era muy hábil.
Siguió el encuentro con don Giuseppe Cafasso (1811-1860), el santo que aconsejó a Juan en algunos momentos decisivos, como cuando se decidió a entrar en el seminario, donde pudo profundizar su conocimiento en las Sagradas Escrituras y estudiar dogmática y moral. En 1841 fue ordenado sacerdote y el 8 de diciembre del mismo año, antes de celebrar Misa, encontró al albañil Bartolomeo Garelli, de dieciséis años, huérfano, pobre y analfabeto. En poco tiempo se juntaron otros muchachos en dificultades: nació así el Oratorio de San Francisco de Sales, dedicado al gran santo francés, cuyos escritos habían sido preciosos en su maduración espiritual.
La obra de don Bosco se extendió rápidamente, y en 1854 instituyó la Sociedad Salesiana para hacer continua en el tiempo esa caridad que se fundaba en la idea de formar «ciudadanos honrados y buenos cristianos» con la finalidad que más le interesaba: la salvación de las almas. Como dijo el santo adolescente, Domingo Savio: «Nosotros, aquí, en la escuela de don Bosco, hacemos que la santidad consista en estar muy alegres y en el cumplimiento perfecto de nuestros deberes». El sistema preventivo que era la base de su pedagogía se apoyaba en tres columnas: razón, religión, ternura. En 1872, con la ayuda de santa Maria Domenica Mazzarello, fundó las Hijas de María Auxiliadora para extender a las muchachas la misma caridad educativa ofrecida a los muchachos, a los que decía: «Estad alegres, pero no pequéis».
Por estos motivos consagró toda su vida a defender a la Iglesia, que el poder agredía cada vez más. Célebre es el sueño en el que vio una terrible batalla en el mar, donde la gran barca guiada por el Papa era atacada por una multitud de embarcaciones, hasta encontrar anclaje seguro entre dos columnas: en la primera estaba la Eucaristía, con un escrito «Salud de los creyentes», en la otra, María Inmaculada, «Ayuda de los cristianos». Exhortó a Vittorio Emanuele II a no firmar la ley sobre la supresión de las Órdenes religiosas y la reversión de sus bienes al estado («la familia de quien roba a Dios sufre y no llega a la cuarta generación», le profetizó), tuvo conflictos con los protestantes y sufrió la oposición de la prensa laicista. Porque comprendía la importancia de la prensa para favorecer o destruir una sociedad orientada a Cristo, editó numerosas publicaciones (El sistema métrico decimal, la Historia de Italia, Lecturas Católicas, etc.) y escribió vidas de santos, pontífices y otras diferentes obras sobre la historia y las verdades enseñadas por la Iglesia.
Fue también taumaturgo, y los prodigios que realizó son incontables. Se entiende por qué Satanás intentó obstaculizarle de todas las maneras, incluso molestando su sueño durante las horas nocturnas. Pero don Bosco soportaba todo para preservar las almas de aquellos hijos que Jesús y María ya le habían confiado en el sueño que tuvo a los nueve años. «Hay que decir al demonio que cese de engañar a tantos jóvenes, que cese de atraer tantos al Infierno, entonces también yo cesaré de sacrificarme por ellos». En sus últimos días terrenos, recomendó a un colaborador suyo que dijera a sus muchachos «Di que les espero a todos en el Paraíso».
Patrón de: educadores, jóvenes, estudiantes, editores
Para saber más:
Geminata Laetitia, carta decreto de Pío XI para la canonización (1 de abril de 1934)
Memorias, de san Juan Bosco (aquí su Opera Omnia)