Cuatro Santos Coronados por Ermes Dovico

San José Obrero

El 1 de mayo de 1955, Pío XII instituyó la fiesta de «San José Obrero» para ayudar a los trabajadores a no perder de vista el sentido cristiano del trabajo

Santo del día 01_05_2020 Italiano

El 1 de mayo de 1955, Pío XII instituyó la fiesta de «San José Obrero» para ayudar a los trabajadores a no perder de vista el sentido cristiano del trabajo, plenamente encarnado en la humildad del carpintero de Nazaret y glorioso padre putativo de Jesús. En el discurso con el que se instituyó la fiesta litúrgica de hoy, el papa Pacelli señalaba un pensamiento distorsionado sobre la fiesta del trabajo, un pensamiento muy ligado a la visión marxista de la lucha de clases y privado de toda referencia a Dios Creador. El pontífice recordó que «el enemigo de Cristo siembra cizaña en el pueblo italiano […]. Especialmente en la clase trabajadora se ha hecho y se hace de todo para difundir falsas ideas sobre el hombre y el mundo, sobre la historia, sobre la estructura de la sociedad y de la economía».

Pío XII tenía bien claro el principio de que el trabajo debe ser un medio para la salvación eterna, no obstáculo que «contrasta con el orden de Dios». Por lo que explicaba que la Iglesia no puede limitarse a pedir «un orden social más justo», sino que primero debe asegurar al trabajador una buena formación cristiana, solicitar legisladores y empleadores, indicar los principios fundamentales, que no son otros que el reconocimiento de Cristo (verdadero y justo) y de su reinado sobre la historia. Esto es lo que Juan Pablo II llamará el «Evangelio del trabajo», un concepto muy alto y magistralmente definido en su Laborem Exercens: «Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret permanecían estupefactos y decían: ¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ... ¿No es acaso el carpintero?».

Ya el Antiguo Testamento estaba lleno de referencias hacia el trabajo humano («Comerás del trabajo de tus manos», dice por ejemplo el Salmo 127) y el Nuevo - donde Dios aparece a veces como viñador, sembrador, pastor - completa la pedagogía divina sobre el significado del trabajo. Y nos indica como sumo ejemplo la obra silenciosa y providencial de José, que con el trabajo de sus manos aseguró el sustento del Niño Jesús y la Virgen María, participando (también) así de manera extraordinaria en el plan de salvación. Escribe Juan Pablo II, esta vez en Redemptoris Custos: «El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la Encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención».

A Dios le gustó que el eterno Hijo fuera llamado «el hijo del carpintero» (Mt 13,55). El mismo Jesús aprendió el oficio de José y lo ejercitó en la vida oculta, mientras crecía en sabiduría y gracia, hasta el inicio de su actividad pública. De esta manera ennobleció enormemente el trabajo manual, que en el mundo romano era considerado indigno (cf. Cicerón), acercándolo en dignidad al trabajo intelectual y elevando así los dos: Jesús siempre exalta al escriba humilde que se hace «discípulo del Reino de los cielos» (Mt 13,52) y los Hechos de los Apóstoles recuerdan que Él «hizo y enseñó».

Sólo actuando según la voluntad de Dios el trabajador realiza su plena vocación, destinada principalmente a ganar los bienes celestiales (Mt 6, 25-34), único y verdadero fin último. San José entendió esto. Y las palabras de Pablo VI sobre él nos ayudan a seguir su santo ejemplo: «San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».