San Cirilo de Jerusalén
Doctor de la Iglesia, participó en la disputa teológica sobre la herejía arriana y nos ha dejado páginas muy hermosas sobre la preparación de los catecúmenos al bautismo y la presencia real de Cristo en la Eucaristía
Proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII, san Cirilo de Jerusalén (hacia 313-387) participó en la disputa teológica sobre la herejía arriana y nos ha dejado páginas muy hermosas sobre la preparación de los catecúmenos al bautismo y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Recibió una óptima formación literaria, fue ordenado sacerdote por el obispo de Jerusalén, san Máximo, y desarrolló su ministerio en una ciudad que, bajo el emperador Constantino, había recuperado su esplendor gracias al descubrimiento del Santo Sepulcro (al que siguió la construcción de la basílica constantiniana, consagrada en el año 335) y la Vera Cruz, hallada por santa Elena con la valiosa ayuda de san Macario.
Alrededor del año 350, san Cirilo se convirtió en obispo de Jerusalén, con el favor de Acacio (†366), metropolita de Cesárea y filo-arriano, que probablemente pensaba que, en él, tendría un aliado. Este hecho hizo dudar, durante un tiempo, de la ortodoxia de Cirilo; pero en realidad, entre él y Acacio surgieron enseguida enormes conflictos, que derivaban tanto de cuestiones de precedencia canónica entre las dos sedes episcopales, como por las enseñanzas del santo. En su doctrina cristológica, Cirilo no usó el término «consubstancial» presente en el Credo niceno rechazado por el arrianismo, pero combatió las fórmulas arrianas afirmando claramente la divinidad del Hijo y su ser coeterno con el Padre. En el año 381 participó en el Concilio de Constantinopla, donde suscribió la doctrina sobre la consubstancialidad, convencido de la absoluta corrección del término en relación con la idéntica sustancia de las tres Personas de la Santísima Trinidad.
Mientras tanto, la facción arriana lo había condenado tres veces al exilio: la primera en el año 357, por disposición de un sínodo convocado por Acacio (le acusaron de vender bienes de la diócesis, que Cirilo había utilizado para ayudar a los pobres en tiempos de carestía); la segunda en el 360 por deseo del emperador Constancio (influido por el metropolita de Cesarea); y la tercera en el 367 por decisión de Valente, otro emperador arriano. El último exilio fue más largo y duró once años, dado que Cirilo pudo volver a Jerusalén sólo tras la muerte de Valente.
En la Ciudad Santa, a principios de su episcopado, había admirado en el cielo, encima del Calvario, «una cruz de luz gigantesca que se extendía hasta el santo Monte de los Olivos», como escribió en la Carta a Constancio del 351. Entre los escritos de Cirilo se conservan 24 famosos sermones, recogidos bajo el título de Catequesis. Las primeras diecinueve catequesis, incluida la Procatequesis introductoria, están dirigidas a los catecúmenos que esperan el bautismo, para ayudarles a comprender la importancia del sacramento que están a punto de recibir, la realidad del pecado, la necesidad de la penitencia y el don de la fe. Las últimas cinco, llamadas «mistagógicas», están dirigidas a los recién bautizados para guiarlos hacia la profundización de los misterios pascuales y de la gracia recibida: «Como el Salvador, después del bautismo y la bajada del Espíritu Santo, salió a combatir contra el adversario, así también vosotros después del santo bautismo y la unción mística, revestidos por la armadura completa del Espíritu Santo, resistís al poder adversario y lo combatís diciendo: “Todo lo puedo en Aquel que me consuela”».
Para saber más:
Catequesis de Benedicto XVI sobre san Cirilo de Jerusalén (audiencia general del 27 de junio de 2007)