Santa Elena
Santa Elena (c. 249-329), célebre por haber sido la madre del emperador Constantino y una mujer llena de fe, que encontró la Vera Cruz, era de origen humilde
Santa Elena (c. 249-329), célebre por haber sido la madre del emperador Constantino y una mujer llena de fe, que encontró la Vera Cruz, era de origen humilde. Según lo que escribió san Ambrosio (340-397), era una buena stabularia, en práctica una mesonera que se ocupaba de los establos. Se dice que nació en Bitinia, en la antigua Drepanum, ciudad que el hijo llamó más tarde, en su honor, Helenópolis. Fue tal vez mientras pasaba por aquellas tierras cuando un militar de carrera, Constancio Cloro, se enamoró de ella y la tomó como mujer (o como concubina); de dicha unión nació Constantino, su único hijo. El inicio del período de la tetrarquía (293-305) cambió su vida, dando paso a la humillación. Cuando Constancio Cloro se convirtió en césar del emperador de Occidente Maximiano, que le dio como mujer a su hijastra Teodora, decidió repudiar a Elena, a la que echó de casa. A continuación, el joven Constantino fue invitado a la corte de Diocleciano, emperador de Oriente.
No se sabe precisamente cómo consiguió vivir la futura santa esos años escondida, pero es posible que estuviese cerca del hijo, incluso sin vivir en la corte. En el 306, a la muerte del padre, Constantino fue proclamado por los soldados emperador de Occidente. Seis años más tarde Constantino derrotó a Majencio en la batalla de Puente Milvio, precedida por la célebre visión de la cruz luminosa y de un escrito profético (In Hoc signo vinces, en la traducción en latín). Con el Edicto de Milán (313), el cristianismo obtuvo el definitivo reconocimiento de la libertad de culto, tras las largas campañas persecutorias de los tres siglos precedentes. Es difícil establecer si fue el emperador quien acercó a la madre a la fe cristiana, como escribió Eusebio de Cesarea en su Vida de Constantino (337), o viceversa, como sostiene san Ambrosio. Pero es cierto que Elena no se dejó engañar por los lujos y privilegios imperiales, ni siquiera después de que el hijo le concediese el título de Augusta, haciendo emitir monedas con su imagen.
En cambio, ella dio pruebas de tener una gran devoción y caridad. Ayudaba a los pobres con vestidos y donaciones de dinero, los invitaba a menudo a comer y los servía; también liberó a algunos prisioneros de una injusta opresión. Iba a la iglesia con vestidos modestos, como una simple fiel. En el 326 tuvo lugar la compleja y oscura tragedia familiar que tuvo como protagonista - en negativo - a Constantino, que mandó el asesinato del primogénito Crispo y de la segunda mujer Fausta. Por aquel entonces, ya en el final de su vida terrena, Elena se embarcó en una peregrinación a Tierra Santa, presumiblemente también para pedir la gracia del arrepentimiento de su hijo. La emperatriz peregrina impulsó (como decía ya Eusebio) la construcción de la basílica de la Natividad en Belén, en la gruta donde había nacido Jesús, y la de la Ascensión en el Montez de los Olivos.
Durante todo el tiempo en Tierra Santa colaboró con el obispo san Macario de Jerusalén. Hizo destruir un templo pagano que surgía en el Calvario. Y tras las excavaciones, que sacaron a la luz el Santo Sepulcro, encontró la Cruz en la que había sido crucificado Jesús, junto al Titulus Crucis con su triple inscripción en latín, hebreo y griego (Jn 19, 19-22), los clavos de la crucifixión y las cruces de los dos ladrones. Promovió entonces la edificación de la basílica del Santo Sepulcro, formada por las iglesias del Martyrion y del Anastasis (Resurrección). Las reliquias de la Vera Cruz fueron distribuidas en varios lugares de la cristiandad, como demuestran, alrededor del 348-350, las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén («toda la tierra está llena de las reliquias de la Cruz de Cristo»). Los testimonios más antiguos sobre cómo tuvo lugar la identificación de la Vera Cruz se hayan en los escritos de Sócrates el Escolástico (c. 380-440), Sozomeno (c. 400-450) y Teodoreto de Ciro (c. 393-457), con versiones muy similares, fundadas sobre una tradición consolidada.
Este es el informe de Teodoreto: «Cuando la emperatriz pasó por el lugar en el cual el Salvador había sufrido, inmediatamente ordenó que el templo idólatra que había sido construido fuera destruido y que se quitara la tierra sobre la cual se erguía este último. Cuando la tumba, que había permanecido cerrada durante mucho tiempo, fue descubierta, se vieron tres cruces al lado de sepulcro del Señor. Todos estuvieron seguros que una de esas cruces era la de Nuestro Señor Jesucristo y que las otras dos eran las de los ladrones que habían sido crucificados con Él. Y aún así no fueron capaces de establecer cual de las tres había llevado el Cuerpo del Señor y había recibido su preciosa Sangre. Pero el sabio y santo Macario, gobernador de la ciudad, resolvió esta cuestión de la siguiente manera. Hizo que cada una de las cruces tocara a una señora de posición elevada que sufría una enfermedad desde hacía mucho tiempo, mientras se oraba sinceramente, y así reconoció la virtud que residía en la del Señor puesto que, cuando se acercó la Cruz a la señora, esta expulsó la terrible enfermedad y se curó completamente».