¿Qué harán los países pobres si los “ricos” enferman?
Incluso en medio de la epidemia, Oxfam no cambia de lema: pide a los países ricos que ayuden a los países pobres a luchar contra el coronavirus. Pero la ONG no se pregunta por qué los países pobres son pobres. La respuesta está en el tribalismo, la corrupción y la violencia de sus clases dirigentes. Sería mejor pedirles el dinero necesario a ellos.
Oxfam, la confederación de organizaciones sin ánimo de lucro comprometida con la lucha contra la pobreza desde 1942, lanza una recogida de firmas para dirigir cinco peticiones a los líderes del G20: asegurar el acceso gratuito a la atención sanitaria para todos; apoyar la difusión de las prácticas de prevención del coronavirus; duplicar el gasto sanitario de los ochenta y cinco países más pobres del planeta financiándolos con ayudas y la cancelación de la deuda; contratar y formar a diez millones de nuevos trabajadores sanitarios; hacer de las vacunas y las terapias un bien público mundial.
En definitiva, Oxfam quiere que los países industrializados asuman una vez más la carga de ayudar a los países en desarrollo. La ONG siempre ha luchado con el dinero de estos países (especialmente el de una parte concreta de ellos: Estados Unidos, Unión Europea y otros estados europeos) contra la pobreza mediante la prestación de ayuda humanitaria y la ejecución de proyectos de desarrollo.
Sin embargo, en realidad, la ayuda humanitaria no acaba con la pobreza, sino que mitiga algunos de los inconvenientes que ésta provoca proporcionando a los pobres lo que no pueden obtener por sí mismos. Si no se sigue prestando asistencia, los que la reciben vuelven a caer en la pobreza. En otras palabras, los que reciben ayuda siguen siendo pobres, pero sufren menos por la falta de recursos. Por otra parte, los proyectos de desarrollo, si tienen éxito, permiten a las personas a las que van dirigidos ser autosuficientes. Sin embargo, muchos proyectos, tanto por dificultades objetivas como, aún más, por opciones inspiradas en ideologías antioccidentales -hostilidad hacia el mercado, el modo de producción capitalista, el modelo de vida occidental- están diseñados para superar simplemente el umbral de la pobreza, añadiendo algunos recursos a los limitados, irregulares e inciertos recursos que produce la economía de subsistencia. Así que los que se benefician de ellas siguen necesitando ayuda en la vida diaria y cuando surgen dificultades.
Cuando se actualizan los datos sobre la pobreza, aunque con una justa satisfacción por su constante disminución, no se explica que quienes apenas superan el umbral siguen sin poder comprarse un par de gafas, ir al dentista, vivir en casas o barrios seguros, y difícilmente se recuperan de un accidente o consiguen hacer frente a una crisis por sus propios medios.
Para agravar la situación, la mayoría de las personas de las que se ocupa Oxfam y otras organizaciones internacionales que actúan en intervenciones humanitarias -ONG, organismos de las Naciones Unidas, fundaciones...- son pobres porque viven en países mal administrados, en los que la asistencia y la seguridad social funcionan poco o nada, donde muchas dificultades dependen de la desatención (o incluso peor) de quienes controlan el aparato estatal: más que de la falta de recursos, de su uso irreflexivo. Casos ejemplares son Zimbawe, aniquilado por decenios de políticas económicas absurdas; el Sudán meridional, que escapó a la persecución de un gobierno criminal sólo para sumirse, dos años después de su secesión del Sudán, en un sangriento conflicto tribal; Guinea Ecuatorial, durante cuarenta y un años gobernado por una familia que usa como quiere los beneficios obtenidos del petróleo que este país tiene como patrimonio.
Siguiendo en el continente africano (aunque se podría aplicar igualmente a países pobres de otros continentes), además de los enfrentamientos políticos, religiosos y tribales que generan crisis sociales y económicas, los gobiernos e instituciones son los responsables de las emergencias sanitarias derivadas de las condiciones insalubres de vivienda y trabajo, de la malnutrición y la desnutrición, y de los sistemas de salud inadecuados. El factor humano también está en el origen de las emergencias debidas a fenómenos climáticos adversos, ya que multiplica los daños. En los ochenta y cinco países más pobres del planeta, cientos de millones de personas caen enfermas y muchas mueren como resultado de enfermedades que han desaparecido o pueden ser tratadas en otros lugares y cuya aparición puede ser prevenida, y muchos sufren con impotencia y abandonados a sí mismos inundaciones, sequías, huracanes, incluso invasiones de langostas.
En la República Democrática del Congo hay hoy en día cinco epidemias que hay que combatir: además del Covid-19, la malaria, que en 2019 afectó a un millón y medio de personas; el cólera, que es endémico, y del que el año pasado hubo más de treinta mil casos; el sarampión, que en 2019 mató a más de seis mil personas, en su mayoría niños, e infectó a trescientas diez mil; y finalmente el ébola, que apareció en agosto de 2018 y que finalmente parece haber sido derrotado porque desde el 3 de marzo no ha habido infecciones (pero debe pasar cuarenta y dos días sin nuevos casos para estar seguros). Los OMS, en colaboración con UNICEF, Médicos sin Fronteras y otros organismos, en 2019 vacunaron en el Congo a dieciocho millones de niños contra el sarampión, proporcionaron medios, dinero y servicios a la población y capacitaron a sesenta trabajadores de la salud empleados por el Ministerio de Salud del Congo, que ahora pueden llevar a cabo una serie de servicios y actividades. Para combatir el ébola, la OMS, MsF y otras ONG han creado de la nada ambulatorios, clínicas, estaciones móviles, ayudadas por primera vez por una vacuna que ha permitido contener la epidemia, el número de enfermos y las víctimas.
¿Qué será de éstas y de todas las demás emergencias humanitarias anteriores al coronavirus, que no se han resuelto en absoluto, ahora que todos los países del planeta deben pensar en poner su sistema de salud en condiciones de hacer frente a la epidemia y deben utilizar los recursos de que disponen para frenar la crisis económica y social generada por el virus? Oxfam debería recoger firmas para instar a los gobiernos de los ochenta y cinco países más pobres a que cumplan sus exigencias. Debería hacerlo porque en su mayoría no son países pobres en absoluto, al contrario. Debería hacerlo porque sería lo correcto. No lo hace porque sabe que no le escucharían y porque está acostumbrado a pensar que los países “ricos” deben y pueden proveer, como siempre lo han hecho.