Dermine: Olvidar al diablo significa negar también la Redención
Si dejamos de hablar del demonio, entonces no sabemos de qué tenemos ser salvados, tal y como recuerda el exorcista dominico entrevistado durante la Giornata della Bussola (Jornada de la Brújula Cotidiana) en Toscana. También invita a no subestimar la acción más ordinaria pero más peligrosa: la tentación.

El diablo existe, lo afirman las Escrituras y la tradición de la Iglesia, así como la experiencia de quienes lo combaten sobre el terreno, como el exorcista dominico François Dermine, que concluyó la Giornata della Bussola (Jornada de la Brújula Cotidiana) en la región italiana de Toscana con una concurrida intervención sobre demonología, prolongada por las numerosas preguntas del público, a pesar de que muchos puedan considerar el tema como algo “superado”. En un momento de descanso de esta intensa jornada hemos conseguido realizarle una breve entrevista al padre Dermine, que ha respondido con claridad cristalina y un toque de ironía: “Es el polvo, no es el demonio”, comenta en broma cuando estornuda. El exorcista va directo al grano: negar la existencia del diablo significa negar también el misterio de la salvación. E invita a no subestimar la acción más ordinaria y sin embargo más peligrosa: la tentación.
Padre Dermine, muchos de nuestros contemporáneos se preguntarán por qué seguir hablando del diablo en el siglo XXI…
Si no hablamos de él, la vida cristiana y el misterio de la Encarnación y de la Redención no tienen ningún sentido, porque Jesús se encarnó “para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3,8). Éste es el sentido de la Encarnación. Si no existe el demonio, tampoco se puede hablar del misterio de la salvación, porque éste se refiere a la salvación de un ser más fuerte que nosotros, que se llama precisamente el demonio. De lo contrario, ¿qué vino a hacer Jesucristo? No tiene sentido. Tenemos que ser salvados de las obras del demonio. Pero si no existe, no sabemos de qué debemos ser salvados: misterio de la salvación, ¿de qué?
Si no hablamos del demonio y de los ángeles —sean buenos o malos—, descuidamos la parte más importante de la creación, es decir, los seres angelicales (buenos y malos). Mientras que los seres humanos necesitan un espacio para existir y, por lo tanto, no pueden ser creados de forma infinita por Dios, el problema no se plantea para los ángeles, que son espíritus puros y, por lo tanto, Dios puede crear tantos como quiera. El propósito de la creación es crear el mayor número posible de personas que puedan alcanzar la felicidad eterna, y Dios se preocupa por ello, por lo que crea y crea, pero no puede crear seres humanos como crea ángeles: no hay lugar aquí en la Tierra. Si los seres humanos fueran tan numerosos como los ángeles, estaríamos apiñados unos junto a otros.
Lewis decía que el diablo tiene dos formas de engañarnos, una es hacernos creer que no existe y la otra es hacernos creer demasiado y hablar de él de forma morbosa. ¿No es esto también válido para los ángeles buenos, cuando se les somete a un enfoque deformado, en el sentido de la New Age?
Sí, sin duda la Nueva Era ha tergiversado la angelología a su favor y esto supone sin duda un peligro, aunque bastante reciente. Esta “prudencia” que debemos tener debido a la invasión de la New Age es reciente y no debe llevarnos a descuidar precisamente un aspecto importante de la cosmología, porque, repito, si faltan los ángeles, falta la parte principal de la creación, y desde el punto de vista de la vida cristiana es todo menos superfluo.
Y en cuanto a los ángeles malos, ¿por qué hay un interés enfermizo por ellos? Por ejemplo, cuando se oye hablar de sesiones de espiritismo o de hechos de actualidad en los que interviene el satanismo…
Porque sin duda la figura del demonio atrae, y sobre todo los perversos necesitan un “santo patrón” —perdón por la expresión—, por lo que el más representativo es Satanás, que se rebeló contra Dios y, por hacer lo que le daba la gana, rechazó la felicidad eterna. Satanás es el rebelde por excelencia y, por lo tanto, le resulta útil a quienes buscan figuras de este tipo para dar consistencia a sus decisiones.
En cuanto a su ministerio específico como exorcista, ¿cuáles son los peores daños que inflige el demonio?
El exorcista se ocupa de la acción extraordinaria del demonio, que se ensaña con el ser humano de forma violenta, algo que no hace habitualmente, ya que suele actuar de una manera mucho más peligrosa que se llama tentación. No debemos exagerar la acción extraordinaria corriendo el riesgo de subestimar la tentación: mientras que una persona acosada duramente, incluso poseída, puede salvarse —lo recalco, un poseído puede salvarse—, en cambio, un pecador que cede a la tentación no puede salvarse, por lo que debemos tener cuidado de no prestar demasiada atención o peso a la acción extraordinaria del demonio, que precisamente por ser extraordinaria corre el riesgo de deslumbrarnos y hacernos descuidar la acción ordinaria.
Y eso nos haría ilusionarnos pensando que, en cambio, no tiene poder sobre nosotros... ¿Entonces cuáles son los medios ordinarios para defenderse, precisamente, de esta acción ordinaria?
Consisten en tender a la santidad, en tender hacia Dios y hacia el prójimo. Y la confesión.
Una última pregunta pensando en el nombre elegido por el nuevo Pontífice. Fue León XIII quien quiso la oración a San Miguel después de una visión de Roma infestada por demonios que amenazaban a la Iglesia y al mundo. ¿Sigue siendo actual esa oración?
Me ha disgustado mucho que se suprimiese, en el pasado se recitaba después de cada misa. Yo conocí esa época, era una forma excelente de protección y de entrega a Dios.