Cristo Rey por Ermes Dovico

Corpus Christi

La solemnidad del Corpus Christi se celebró por primera vez en 1247

Santo del día 08_06_2023 Italiano English

«¿Cómo habéis hecho para extraer un pedazo de corazón vivo de una persona?». Es la pregunta planteada en 2005 por Frederick Zugibe (1928-2013), experto en medicina forense y profesor de la Universidad de Columbia, después de analizar un fragmento de Hostia consagrada que en 1996 se convirtió en carne sangrante en la parroquia de Santa María, en Buenos Aires. El profesor Zugibe había recibido una muestra de la Partícula Sagrada, pero sin que se le dijera de qué se trataba. A años de distancia, los análisis, previamente realizados por otros científicos, siempre contaban con los mismos resultados: demostraban que esa muestra era, en todos los aspectos, un fragmento vital de corazón humano. Curiosamente se podía encontrar la presencia de glóbulos blancos intactos y el grupo sanguíneo era AB, el mismo encontrado por el reconocimiento (el último de los cuales se llevó a cabo en los años Setenta del siglo XX) sobre las reliquias del milagro eucarístico de Lanciano, que ocurrió en el siglo VIII.

Estos hechos ayudan a recordar la grandeza del misterio de la solemnidad del Corpus Christi de una manera especial. Es el misterio de la Eucaristía, el corazón de nuestra fe y el sacramento de los sacramentos instituidos por Jesús en la Última Cena, como alimento y bebida de salvación. Son precisamente las palabras solemnes de Nuestro Señor, recogidas en los cuatro Evangelios y también transmitidas por san Pablo (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20; Jn 6, 53-58; 1 Cor 11, 23-29), que no dejan dudas sobre su presencia real en la Eucaristía. A este milagro, que actualiza el sacrificio de Cristo cada vez que se celebra una Misa, la Iglesia ha dado el nombre de transubstanciación, para expresar lo que sucede en el momento de la consagración: las especies de pan y vino, manteniendo sus características sensibles, se convierten completamente en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

La solemnidad del Corpus Christi se celebró por primera vez en 1247 en la diócesis de Lieja. En su origen hubo exhortaciones de santa Juliana de Cornillon (1192-1258), una monja agustina que, cuando tenía unos 16 años, tuvo una primera visión, repitiéndose otras veces, mientras adoraba al Santísimo Sacramento. Juliana vio una luna en todo su esplendor, que simboliza la Iglesia peregrina en la tierra, atravesada por una franja oscura, lo que indica la ausencia de una fiesta. Como Jesús mismo le explicó más tarde, la fiesta serviría para aumentar la fe y reparar las ofensas contra el Santísimo Sacramento. Durante varios años la santa no habló con nadie sobre estas revelaciones. Luego decidió recurrir a algunos de los principales teólogos y eclesiásticos de la época (incluido el archidiácono de Lieja, Jacques Pantaléon, futuro Urbano IV), instándolos a establecer esta fiesta, como lo hizo en primer lugar el obispo de Lieja, Robert de Thourotte.

En 1263 tuvo lugar el famoso milagro eucarístico de Bolsena. Un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, llegó en peregrinación a Italia porque le asaltaron las dudas sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Estas dudas desaparecieron solo después de celebrar la Misa en la iglesia de Santa Cristina, en Bolsena. Fue allí donde, en el momento de la consagración, la Hostia comenzó a sangrar sobre el corporal. Urbano IV, que se encontraba cerca de Orvieto, verificó de inmediato este suceso. Al año siguiente, el mismo pontífice encargó a santo Tomás de Aquino que escribiera el oficio litúrgico del Corpus Christi, dándole al Doctor Angelicus la oportunidad de componer sublimes himnos eucarísticos, como Adoro Te devote, Pange Lingua, Sacris Solemniis y Verbum supernum prodiens. Además, con la bula Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264), extendió esta solemnidad a toda la Iglesia, fijándola el primer jueves después de la Octava de Pentecostés.

Así escribió Urbano IV en la bula: «Aunque este sacramento sagrado sea celebrado todos los días en el solemne rito de la Misa, sin embargo, creemos útil y digno que se celebre, al menos una vez en el año, una fiesta más solemne. Las otras cosas de las que hacemos memoria, las captamos con el espíritu y la mente, pero no captamos con esto su presencia real. Pues en esta conmemoración sacramental de Cristo está presente Él en medio de nosotros, con una forma distinta, pero en su verdadera sustancia. Pues antes de subir al cielo dijo a los apóstoles y a sus sucesores: “Mirad, yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo”».

Por esta razón, el beato Carlo Acutis (1991-2006) llamó a la Eucaristía «mi autopista hacia el Cielo». Sabiendo que podía adorar a Jesús en cualquier momento en el silencio del sagrario, nos enseñó que somos más afortunados que las personas que vivieron hace dos mil años en Tierra Santa, porque ellos tenían que moverse continuamente para seguirlo, mientras que nosotros no, porque «Jerusalén está en nuestra propia casa».