«Yo, testigo, les contaré el milagro de Juan Pablo I»
22 de julio de 2011: la argentina Candela Giarda, entonces de once años, está entubada en cuidados intensivos, pesa apenas 19 kilos, padece desde hace meses una encefalopatía epiléptica aguda, agravada por un estado séptico de bronconeumonía. “Los médicos advirtieron a la madre que Candela no pasaría la noche, prediciendo la muerte inminente de su hija”. La Brújula Cotidiana entrevistó al padre José Dabusti, el sacerdote que la noche del 22 de julio invitó a la madre de Candela, a la cabecera de la cama de su hija hoy estudiante universitaria, para pedir la intercesión del papa Albino Luciani. Presagio que, para asombro de los médicos, condujo a una mejora repentina y duradera que llevó a la Iglesia a reconocer el milagro.
Ya dio la vuelta al mundo la noticia del reconocimiento del primer milagro atribuido a la intercesión del venerable Juan Pablo I (17 de octubre de 1912 - 28 de septiembre de 1978), el Papa que murió apenas 33 días después de su elección al Trono de Pedro y que fue el aniversario de su nacimiento este 17 de octubre. El hecho, que se remonta a 2011, se refiere a una niña argentina, Candela Giarda, entonces de 11 años y ahora estudiante universitaria, que practica deportes, asiste a la parroquia, pertenece a un grupo Scout. Tiene una vida normal, como se dice en estos casos.
El decreto sobre el milagro que le concierne, promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos tras la autorización del Papa Francisco, lleva la fecha del 13 de octubre. Último día, como se sabe, del ciclo de apariciones de Nuestra Señora de Fátima, al que Albino Luciani fue muy devoto. En julio de 1977, poco más de un año antes de convertirse en Papa, el entonces Patriarca de Venecia se había encontrado a Carmelo de Coimbra con Sor Lucía dos Santos, quien en una intensa conversación le había dicho, entre otras cosas, cuál era la única salida a los problemas de la Iglesia, a saber, la necesidad de tener -como el mismo Luciani informó- «monjas, sacerdotes y cristianos con cabeza firme. Radical como los santos: ou tudo ou nada, o todo o nada, si de verdad quieres pertenecer a Dios».
Y un santo, reconocido por la Iglesia, podría algún día ser Juan Pablo I. Mientras tanto, el decreto del 13 de octubre significa que pronto podrá ser proclamado beato; solo queda decidir la fecha de la relativa ceremonia. Pero ¿en qué circunstancias sucedió el milagro? Lo narra el padre José Dabusti, párroco en Buenos Aires, a la Brújula Cotidiana a través de una conversación telefónica. Él invitó a Roxana, la madre de Candela, en pleno apogeo de una enfermedad que se había manifestado cuatro meses antes (el 20 de marzo de 2011 los primeros síntomas dolorosos, el 26 de mayo el traslado a la capital argentina), para pedir la intercesión de Juan Pablo I en el momento más crítico para la vida de su hija.
Padre José Dabusti,¿le gustaría explicar de dónde viene su devoción al Papa Luciani y qué es lo que más le llama la atención de él?
Dos cosas en particular. Cuando Albino Luciani fue elegido al solio pontificio en 1978, yo tenía 13 años. Me llamó la atención su alegría y la expresión de su rostro y, además, su humildad. Desde la adolescencia, he desarrollado un afecto íntimo por Juan Pablo I, y le rezaba internamente. Y cuando viajaba a Roma, o sabía de gente que iba allí, siempre les decía que rezaran en la tumba del Papa Luciani.
¿Puede decirnos cómo y cuándo conoció a Candela Giarda? La niña que recibió el milagro de Juan Pablo I, ahora de veintiún años.
La conocí en 2011, cuando vivía en una parroquia de Buenos Aires dedicada a Nuestra Señora, precisamente a “Nuestra Señora de la Rábida” (del nombre de un célebre convento franciscano del sur de España, en Andalucía). Cerca de la parroquia hay un hospital universitario, la Fundación Favaloro, que se especializa en la atención de alto nivel de enfermedades neurológicas, cardíacas, etc. La niña, Candela, venía de Paraná, que es una ciudad a 500 kilómetros de Buenos Aires. Candela fue hospitalizada por una enfermedad muy grave, el Síndrome Epiléptico por Infección Febril (Fires), con convulsiones repetidas. Y fue también entubada.
Candela fue acompañada a Buenos Aires por su madre, ¿correcto?
Sí, su madre, Roxana, asistía a la parroquia a rezar. A veces nos deteníamos a hablar. La acompañaba también al hospital y un día le di la unción de los enfermos a su hija. El 22 de julio de 2011, el estado de Candela era ya muy grave, también porque mientras tanto había contraído una infección en el hospital, se encontraba en un estado séptico de bronconeumonía. Los médicos advirtieron a la madre que Candela no habría superado la noche, prediciendo la inminente muerte de su hija.
¿Roxana le advirtió del empeoramiento el 22 de julio?
Sí. Me advirtió de la situación y la acompañé a la Fundación Favaloro. Mientras estábamos frente a la pequeña Candela, que para entonces había llegado a pesar apenas 19 kilos, tuve -no sé cómo decirlo, porque se trata de cosas sobrenaturales- la inspiración para invitar a su madre a pedir la intercesión de Juan Pablo I para la curación de Candela. Roxana no conocía la figura del Papa Luciani y enseguida le conté un poco sobre la historia de Juan Pablo I y el motivo por el que pedí rezar al Siervo de Dios. La madre y yo rezamos junto a dos enfermeras de cuidados intensivos. Fue una oración breve, espontánea, no recuerdo las palabras exactas, se inspiraron en ese momento.
¿Qué pasó después?
Bueno, a la mañana del día siguiente, el 23 de julio de hace diez años, la madre vino a la parroquia y me dijo que Candela había sobrevivido la noche y estaba un poco mejor. En las siguientes horas y días hubo una mejora constante, en un par de semanas fue extubada y luego, aproximadamente un mes y medio después [5 de septiembre de 2011, ed] la niña fue dada de alta. Entonces no volví a verla, ni a ella ni a su madre, porque regresaron a casa.
¿Cuándo las volvió a ver?
En 2014, todavía estaba en la misma parroquia de Buenos Aires. Candela ya no era pequeña, ahora era una adolescente y Roxana quería mostrármela. Habían venido a hacerse un chequeo en el hospital, el cual hacía periódicamente. Candela era físicamente otra persona, era evidente que se había recuperado. Caminaba, hablaba normalmente. Ese encuentro fue una gran emoción para los tres. En ese momento le dije a la madre que era necesario informar a la Santa Sede de esa recuperación, porque era un hecho absolutamente extraordinario, milagroso. Aproximadamente dos o tres meses después los tres nos volvimos a encontrar, en enero de 2015: Roxana escribió una breve narración para explicar lo sucedido, y yo hice lo mismo. Tenía un hermano que iba a ir a Roma para un congreso, en el que estaría presente el Papa Francisco, y por eso se ofreció a entregar nuestra carta y la historia de lo sucedido al Santo Padre.
Ah, ¿y luego qué?
Dos meses después me llamaron desde Roma para pedirme más información sobre el caso de Candela. Y a partir de ahí se inició todo un proceso, con el que se examinó toda la documentación, la historia clínica, etc. La vice postuladora, Stefania Falasca, también vino desde Roma para ocuparse de la causa. Mientras tanto, en 2017 se inició el proceso a nivel diocesano (en Buenos Aires) para el estudio del milagro. Fueron escuchados varios testigos, enfermeras, médicos; luego se envió toda la información a Roma para el juicio teológico y, por lo tanto, la continuación de la comprobación del milagro, que finalizó hace apenas unos días (el 13 de octubre de 2021), con la autorización del Papa para promulgar el relativo decreto de reconocimiento del milagro atribuido a la intercesión del venerable Juan Pablo I.
¿Nos puede decir algo más sobre la familia que ha tenido la gracia del milagro y si, en general, está consciente de los frutos espirituales?
La de Roxana y Candela [en la foto de abajo con el padre Dabusti, hace tres semanas, ed] es una familia formada en la fe, se podría decir una fe popular, sencilla, pero con una fuerza impresionante. La madre da testimonio de esto todo el tiempo, con su confianza en la oración. Cuando orábamos juntos, ella sabía que Dios estaba obrando, sabía que Candela no moriría. Ella lo ha dicho muchas veces. Roxana dijo entre otras cosas que para ella y su hija este milagro significa una nueva vida. Y creo que los frutos también se pueden ver mirando a las personas que estuvieron involucradas en el proceso de comprobación del milagro, porque entre éstas también había médicos no creyentes que quedaron impresionados por los hechos.