Santa Cecilia por Ermes Dovico

Visitación de la Santísima Virgen María

San Francisco de Sales alababa así la solicitud de María por Isabel: “Caridad y humildad no son perfectas si no pasan de Dios al prójimo. No es posible amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hombres, que vemos. Esto se cumple en la Visitación”.

Santo del día 31_05_2024 Italiano English

Cuando María recibió el anuncio de la concepción virginal de Jesús por parte del ángel, también conoció la maternidad de Isabel, signo explícito de la omnipotencia de Dios. La Virgen Santísima partió de Nazaret para visitar a la anciana pariente y ayudarla. El evangelista Lucas dice que María, después de un viaje entre las montañas, llegó “de prisa” a una ciudad de Judea, identificada desde la antigüedad con Ain Karem, a unos siete kilómetros de Jerusalén (hoy un barrio). En Ain Karem hay una iglesia dedicada a san Juan Bautista y otra a la Visitación, esta última construida sobre el lugar donde según la tradición vivía la familia de Zacarías. Sabemos que al oír el saludo de la Virgen, Isabel sintió que el niño que llevaba en el seno saltó de alegría (Juan Bautista, que prepararía el camino a Jesús) y, llena de Espíritu Santo, llamó a María “madre de mi Señor” (Lc 1,43).

Así Isabel proclamó la verdad que se encuentra en el centro de la Encarnación, es decir, de la historia de la salvación, reconociendo tanto el papel del Hijo presente en el seno de María, como el de la que la gracia divina había elegido por Madre. De aquí viene el elogio a María, que había ido a visitarla, un elogio que Dios inspira y que los cristianos repiten desde hace siglos cada vez que rezan el Ave Maria: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”. En la Visitación, el segundo misterio gozoso del Rosario, Isabel reconoce a María como Madre de los redimidos y modelo de fe (“Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”). Las dos son madres por gracia, la primera a pesar de su esterilidad, la segunda no obstante su virginidad. La primera llamada a dar a luz el Precursor, la segunda el Redentor.

El texto de Lucas también recuerda que todo honor a la Virgen refleja la gloria de Dios. Después del elogio por parte de su pariente, María eleva inmediatamente su himno de alabanza, el Magnificat (rico de referencias del Antiguo Testamento), en el que exalta al Todopoderoso, declarándose una vez más, después de la Anunciación, su sierva. Indica a los fieles la misericordia y justicia de Dios y anuncia una profecía que se refiere directamente a ella y que se cumple desde hace más de dos mil años: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.

La fiesta de la Visitación –celebrada ya en Occidente hacia el siglo XII con el título de Nuestra Señora de las Gracias– se extendió particularmente después de 1263 gracias a los franciscanos, cuando san Buenaventura la recomendó en el Capítulo general de Pisa. En 1389 Urbano VI fijó la fecha de la fiesta al 2 de julio, pidiendo a la Virgen su intercesión para poner fin al Cisma de Occidente. El año siguiente, Bonifacio IX la extendió a toda la Iglesia, y su decisión fue confirmada en 1441 por el Concilio de Basilea, Florencia y Ferrara. La elección del 2 de julio se basa sobre todo en el relato de san Lucas, que dice que María, que partió después de la Anunciación (al sexto mes del embarazo de su pariente), se quedó con Isabel unos tres meses. Se ha tomado el día 2 de julio pensado que María se quedó otros ocho días después del nacimiento del Bautista, que ya la Iglesia primitiva celebraba el 24 de junio (a este respecto, ver también la fecha de Navidad), porque en el octavo día era la circuncisión y la imposición del nombre.

Esa opción privilegiaba la celebración del final de la visita de María, mientras que con la reforma del calendario de 1969 se ha elegido el 31 de mayo, último día del mes mariano por excelencia. Con todo, se mantiene la celebración el 2 de julio en la forma extraordinaria del Rito romano. Tampoco se puede excluir la influencia de la Iglesia bizantina, que desde el siglo V celebraba el 2 de julio el recuerdo de la deposición del Maphorion (un manto usado por la Virgen para cubrirse los hombros y la cabeza) en el santuario de Blanquerna, en Constantinopla. Al misterio de la Visitación están dedicadas diferentes órdenes religiosas, la más conocida de las cuales es la que san Francisco de Sales fundó en 1610. El santo francés alababa así la solicitud de María por Isabel: “Caridad y humildad no son perfectas si no pasan de Dios al prójimo. No es posible amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hombres, que vemos. Esto se cumple en la Visitación”.