Todos los Santos
La fiesta de Todos los Santos tiene origen en los primerísimos siglos del cristianismo y en la costumbre de los fieles de conmemorar la muerte de los mártires en los lugares del martirio.
La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Todos los Santos, incluidos los que no han sido canonizados y cuyos nombres no conocemos, «unidos en Cristo en la gloria», como recuerda el Martirologio Romano. Este día, «en un único júbilo de fiesta, la Iglesia aún peregrina en la tierra venera la memoria de aquellos de cuya compañía exulta el cielo, para ser animada por su ejemplo, alegrada por su protección y coronada por su victoria ante la majestad divina en los siglos eternos». Esta multitud de santos que veneramos en honor del testimonio que han dado en los siglos a Cristo Crucificado y Resucitado, son un anticipo de la gloria de la Jerusalén celeste y firme esperanza para todos los que morirán en gracia de Dios.
Citando la Lumen Gentium, el Catecismo habla sobre la comunión de los santos que «nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (CIC 957). De la comunión entre la Iglesia triunfante en el cielo y la Iglesia militante, peregrina sobre la tierra, deriva la certeza de que los santos siguen ocupándose de nosotros desde el Paraíso, de manera incluso más eficaz de lo que ya hacían en la Tierra. En la economía de la salvación es, por tanto, importante rezarles: «Su intercesión - enseña siempre el Catecismo - es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero» (CIC 2683).
Esta fiesta de precepto lleva en sí una enseñanza luminosa, que hay que transmitir a las generaciones con toda su potencia salvífica, especialmente en esta época en la que se minimiza el significado anticristiano que ha sido asumido, al menos en los últimos tiempos, por Halloween.
La fiesta de Todos los Santos tiene origen en los primerísimos siglos del cristianismo y en la costumbre de los fieles de conmemorar la muerte de los mártires en los lugares del martirio. Desde al menos el siglo IV, como sabemos por san Basilio (c. 329-379), se había establecido el uso entre diócesis cercanas de intercambiarse las reliquias de los mártires y poner en común las fiestas. Además, con las persecuciones de Diocleciano (244-313), su número había aumentado hasta tal punto que ya no bastaban los días del año para conmemorarlos en fechas separadas. Así, en Oriente nació la idea de una memoria litúrgica general que se celebraba el primer domingo después de Pentecostés, o el 13 de mayo (los testimonios más antiguos conciernen a Edessa y Antioquía). Ambas fechas se difundieron también en Occidente (el 13 de mayo del año 609, en particular, el Panteón fue transformado en basílica cristiana y dedicado a la Virgen con el nombre de Sancta Maria ad Martyres), hasta cuando, en el año 835, Gregorio IV hizo desplazar definitivamente la celebración al 1 de noviembre.