Santos Ponciano e Hipólito
Antes de ser deportados a Cerdeña juntos, los santos mártires Ponciano e Hipólito († 235) se habían encontrado en frentes opuestos...
Antes de ser deportados a Cerdeña juntos, al comienzo de la persecución de Maximino el Tracio, los santos mártires Ponciano e Hipólito († 235) se habían encontrado en frentes opuestos. De hecho, Ponciano era el papa legítimo, mientras que Hipólito era un antipapa, el primero en la historia.
Hipólito fue sacerdote y, según algunas fuentes, también obispo. Escritor culto, era probablemente originario de Asia Menor, por lo que escribía en griego: esto explica por qué sus obras tuvieron más éxito en Oriente que en Occidente, donde, sin embargo, se le redescubrió en la era contemporánea. Compuso varios comentarios sobre las Sagradas Escrituras, un libro sobre el Anticristo y tratados contra las herejías de Marción y los montanistas. También se le atribuye un compendio, titulado Tradición apostólica (algunos pasajes de esta obra se mencionan en el Catecismo), cuya belleza se plasma a través de las oraciones, fórmulas y usos litúrgicos de la Iglesia primitiva. También hay un capítulo dedicado a la importancia de la señal de la cruz, en el que se recomienda: «Esfuérzate en todas las circunstancias por persignar dignamente tu frente. Este signo de la Pasión es un medio seguro contra el diablo, siempre que lo hagas con un espíritu de fe y no por ostentación, sabiendo cómo protegerte con él como si fuera tu escudo».
Hipólito llegó a Roma durante el pontificado de san Ceferino (199-217). Con el tiempo lo acusó de ser débil contrastando las herejías de la época (sobre todo el monarquismo, que negaba la Santísima Trinidad). También tachó injustamente de hereje al diácono del papa, san Calixto. Hipólito mismo había desarrollado una doctrina cristológica imprecisa, esto contribuyó a confundir más las cosas. Finalmente, cuando Ceferino murió y Calixto (217-222) fue elegido como su sucesor, Hipólito se rebeló y acordó ser elegido papa por una pequeña cantidad de seguidores, convirtiéndose así en antipapa y considerándose representante de la verdadera Iglesia. Este cisma continuó durante los pontificados de san Urbano I (222-230) y del otro santo conmemorado hoy, Ponciano (230-235).
Llegó el año 235, en el que el emperador Alejandro Severo, que había sido tolerante con los cristianos, fue asesinado. Ese mismo año subió al poder Maximiliano el Tracio, quien inmediatamente mostró disgusto por el cristianismo y en particular por el clero. El nuevo emperador hizo deportar tanto al papa Ponciano como a Hipólito a Cerdeña y los condenó ad metalla, es decir, a trabajos forzados en las minas. El 28 de septiembre, ya en la isla, el Santo Padre, al no poder gobernar la Iglesia, abdicó (el Catálogo de Liberia utiliza la expresión discinctus est). Unas semanas después, Antero fue elegido en su lugar († 3 de enero de 236) para conducir la Barca de Pedro durante cuarenta días, tras los cuales sufrió también el martirio. Mientras tanto, Hipólito, probablemente tocado por la caridad de Ponciano y su amor a la Iglesia en aquella prueba extrema, regresó a la comunión con la Iglesia, testificando que se debía seguir al papa legítimo.
Ponciano murió entre octubre y noviembre del año 235 debido a las privaciones y el trato inhumano al que fue sometido. Por ese tiempo también Hipólito se fue al Cielo. Gracias a la lealtad que mostró a Cristo y a su Vicario en la tierra «en el tiempo en que la espada rasgaba las entrañas de la Iglesia… mereció ser nuestro mártir», escribió en un epigrama san Dámaso. Fue entonces cuando otro santo, el papa Fabián (236-250) trasladó los restos de los dos mártires a Roma, como se lee en la Depositio Martyrum, indicando que el día de su entierro fue el 13 de agosto. A Ponciano se le enterró en las catacumbas de San Calixto y a Hipólito en la vía Tiburtina.