Santos mártires coreanos
El edicto del rey Sunjo en 1802 ratificaba las persecuciones en curso desde finales del siglo XVIII. En ese tiempo había nacido, de manera singular, la primera comunidad cristiana coreana...
«No encontrando ningún medio para hacer cambiar de idea a los cristianos, es absolutamente necesario hacerles morir para destruir el germen de su locura». Así decía el edicto del rey Sunjo en 1802, que ratificaba las persecuciones en curso desde finales del siglo XVIII. En ese tiempo había nacido de manera singular, por iniciativa de laicos, la primera comunidad cristiana coreana.
Desde hacía unos dos siglos circulaban en Corea algunos escritos de Matteo Ricci y otros misioneros que habían evangelizado China. Cuando Yi Byeok, que deseaba profundizar en el cristianismo, supo que su amigo Yi Seung-hun partía para una misión diplomática, le aconsejó que se hiciera bautizar en China y le rogó que volviera con libros. El amigo siguió el consejo. Volvió con algunos volúmenes cristianos, crucifijos y un nombre de bautismo significativo: Pedro. Era el año 1784. En poco tiempo el número de los cristianos aumentó, pero se planteaba el problema de la falta de clero. El primer sacerdote llegó de China hacia 1795, después de que el obispo de Pekín hubiera informado a la naciente comunidad coreana de la necesidad de la sucesión apostólica para tener pastores legítimos y estar en comunión con la Iglesia.
La fe de los coreanos sobrevivió a las persecuciones de 1801, en la que también fue asesinado el único sacerdote, y se recrudeció de 1837 en adelante, cuando llegó el primer obispo, Lorenzo Imbert, de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París. Monseñor Imbert sufrió el martirio dos años después, pero pronto otros obispos y misioneros entraron en Corea gracias a la actividad de jóvenes como Andrea Kim Taegon, que fue el primer sacerdote indígena. En el Martirologio Romano es el primero de los 103 mártires recordados hoy (diez los extranjeros), de los cuales tres obispos y ocho sacerdotes, todos asesinados entre 1838 y 1867. Los coreanos calculan que desde el nacimiento de la primera comunidad algunas decenas de miles de cristianos han perdido la vida a causa de la fe.
Su sangre no ha quedado sin fruto. En 1886 se concedió la libertad religiosa. Y hoy en Corea se cuentan unos seis millones de católicos. La esperanza es que también en Corea del Norte, que se destaca en cuanto a las persecuciones, la fe pueda seguir el mismo curso y los hombres encuentren inspiración en las palabras de san Andrea Kim: «Queridos hermanos, sabed con certeza que nuestro Señor Jesús, venido al mundo, ha cargado sobre Sí dolores sin número, con su pasión ha fundado la Santa Iglesia y la hace crecer con la prueba y el martirio de los fieles».