Santos Marcelino y Pedro
En los primeros siglos del cristianismo, los santos Marcelino y Pedro († 304), martirizados durante las persecuciones de Diocleciano, gozaron de gran popularidad
En los primeros siglos del cristianismo, los santos Marcelino y Pedro († 304), martirizados durante las persecuciones de Diocleciano, gozaron de gran popularidad. Le debemos a san Dámaso (c. 305-384), el papa que compuso diversos epigramas famosos en honor de los mártires e identificó varios sepulcros, la noticia más antigua escrita sobre su martirio. Dámaso refirió haber conocido la historia de Marcelino y Pedro cuando era solo un niño, directamente de la voz de su verdugo. Según el relato de Dámaso, el juez ordenó la ejecución de la condena a muerte de los dos cristianos en medio de un bosque, a fin de que el lugar de su entierro permaneciera desconocido para los demás fieles. Marcelino y Pedro fueron obligados a cavar sus fosas con sus propias manos y luego fueron decapitados. Una piadosa dama, llamada Lucila, supo de este hecho y se preocupó de que sus cuerpos fueran trasladados, para sepultarlos con dignidad.
Por el Martirologio Jeronimiano, que los conmemoraba el 2 de junio, nos enteramos de que Marcelino era un sacerdote y Pedro un exorcista (una de las antiguas órdenes menores, que incluía la recitación de oraciones particulares para los catecúmenos y, si fuera necesario, para los poseídos); sus tumbas se colocaron en la tercera milla de la vía Labicana en las catacumbas de Ad Duas Lauros (“Cerca de los dos laureles”, en el área actual de Tor Pignattara), más tarde nombradas después de los dos mártires. Como informa el Liber Pontificalis, durante el pontificado de san Silvestre (314-335) esta área fue donada a la Iglesia por santa Elena, madre del emperador Constantino. Constantino hizo construir una basílica en su honor, donde hoy se encuentra la Iglesia de San Marcelino y Pedro ad Duas Lauros. En confirmación de la importancia de su culto, Virgilio (papa del 537 al 555) hizo insertar sus nombres en el Canon Romano, la oración eucarística más antigua de la Iglesia.