Santo Tomás
Fue asesinado a golpes de lanza, uno de sus símbolos iconográficos. Muchas de sus reliquias están custodiadas en la basílica de Santo Tomás Apóstol en Ortona, en los Abruzos
A menudo somos injustos con santo Tomás, llamado también Dídimo (ambos nombres, el primero arameo y el segundo griego, significan «mellizo»), cuando recordamos sólo su incredulidad que, por otra parte, tiene un papel providencial en la economía de la salvación, como explicó eficazmente san Gregorio Magno en una de sus homilías: «Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente. […] ¿Qué nos hace ver, hermanos, todo esto? ¿Acaso atribuís a la casualidad el que este discípulo elegido por el Señor estuviera ausente y, al llegar más tarde, oyera hablar del hecho; y que al oír, dudara; y que al dudar, tocara; y que al tocar, creyera? No, esto no sucedió por casualidad, sino por disposición divina. La clemencia del Señor actuó de manera maravillosa, puesto que este discípulo, con sus dudas, mientras tocaba las heridas del cuerpo del Maestro, nos curaba a nosotros de nuestras heridas de incredulidad».
La presencia tangible de Cristo resucitado transforma la incredulidad de Tomás - que Jesús le había reprochado - en una profesión de fe abierta y conmovida: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28), exclama de corazón el Apóstol, superando toda duda y ayudando con su testimonio a todos aquellos a los que Jesús dice: «Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Al lado de este célebre episodio, hay que recordar otros dos pasajes significativos en los que el santo es citado por el evangelista Juan. En el primero, surge el amor auténtico de Tomás por el Señor. De hecho, en el relato que precede la resurrección de Lázaro, cuando Jesús decide volver a Judea y los discípulos dudan porque saben que los judíos quieren matar a su Maestro, el que vence sus dudas es Tomás: «¡Vamos también nosotros y muramos con él!» (Jn 11, 16). El segundo episodio está relacionado con la Última Cena, cuando Jesús exhorta a los Apóstoles a tener fe porque Él irá a preparar un lugar para ellos en la casa del Padre «y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Es Tomás el que plantea la pregunta sobre cuál es este camino y, de nuevo, en beneficio de las generaciones futuras, Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6).
Según la tradición, santo Tomás evangelizó Siria, Persia y la India, donde dio testimonio de Cristo hasta el martirio, acaecido en el año 72, cerca de la actual Mylapore. Fue asesinado a golpes de lanza, uno de sus símbolos iconográficos. Los escritos que llevan su nombre son apócrifos porque se remontan a épocas posteriores, del siglo II al siglo V, y tienen unos fuertes acentos gnósticos. Muchas de sus reliquias están custodiadas en la basílica de Santo Tomás Apóstol en Ortona, en los Abruzos.
Patrono de: arquitectos, geómetras; India