Santo Domingo Savio
El mundo podría convertirse en una anticipación del Paraíso si solo se enseñara y se hiciera que los niños leyeran la vida de santo Domingo Savio
El mundo podría convertirse en una anticipación del Paraíso si solo se enseñara y se hiciera que los niños leyeran la vida de santo Domingo Savio (1842-1857), el pequeño gigante de santidad que floreció por completo en la escuela de san Juan Bosco. Don Bosco fue, además, su primer y más grande biógrafo y vio en esa alma elegida el ejemplo supremo de lo que deseaba para sus niños.
Fue el segundo de los diez hijos de Carlo, un herrero, y Brígida, una costurera. Domingo nació el 2 de abril y fue bautizado el mismo día. Desde la más tierna infancia mostró signos de su profunda espiritualidad, hecha de oración, penitencia y un gran sentido de lo sagrado, que le venía de su amor a Dios y Nuestra Señora. En una ocasión no quiso sentarse a la mesa ante la presencia de un invitado que ni siquiera se hizo la señal de la cruz: «No puedo comer con alguien que devora todo como los animales».
Recibió la Primera Comunión a la edad de siete años y ya en ese momento tenía ideas muy claras, que exponía en pocas líneas: «Me confesaré muy a menudo y recibiré la comunión cada vez que el confesor me dé permiso. Quiero santificar las fiestas de guardar. Mis amigos serán Jesús y María. La muerte antes que pecar». Iba a la escuela caminando unos quince kilómetros al día, por caminos inseguros, pero cuando se le preguntó si tenía miedo su respuesta fue: «¡Sin miedo! No estoy solo. Tengo al Ángel Guardián que me acompaña». El 2 de octubre de 1854, Domingo conoció a Don Bosco, le expresó su deseo de estudiar para ser sacerdote y el santo educador decidió convertirlo en su alumno en el oratorio de Valdocco, en Turín. Una tarde, el maestro le dirigió estas palabras a él y a los otros niños. «Es la voluntad de Dios que nos hagamos santos. Dios nos prepara un gran premio en el cielo si nos hacemos santos». Así que le pidió a Don Bosco que lo ayudara con esa obra y sintió el deseo de responder sirviendo al Señor con alegría.
En su crecimiento hacia la santidad, Domingo comenzó a confesarse cada ocho días e ir a misa todos los días, recibiendo siempre la Eucaristía. Amenizaba los juegos, enseñó el catecismo a sus amigos y era su guía y pacificador. No tenía miedo de tomar decisiones incómodas, como cuando rompió periódicos obscenos traídos al oratorio por un niño más fuerte que él, o cuando despidió a un protestante que se había acercado para difundir sus ideas religiosas a los otros niños. La madre de Don Bosco, entre otros, pronto se dio cuenta de su santidad. La venerable Margarita Occhiena le dijo a su hijo: «Tienes muchos jóvenes buenos, pero nadie supera el hermoso corazón y el alma de Domingo. Siempre lo veo rezando, quedándose en la iglesia incluso después de los demás; todos los días deja de ir al recreo para visitar el Santísimo Sacramento. Está en la iglesia como un ángel que habita en el Paraíso».
Su gran amor por la Virgen lo llevó a fundar la Compañía de la Inmaculada en 1856, dos años después de la definición del dogma por Pío IX. En la iniciativa de la fundación involucró a sus mejores amigos, a quienes dijo: «Unámonos, fundemos una compañía para ayudar a Don Bosco a salvar muchas almas».
Durante la epidemia de cólera de 1854-1856, Domingo estuvo entre los 44 niños que aceptaron la invitación de Don Bosco para ofrecerse como voluntario para ayudar a los enfermos. El niño se distinguió en esta actividad, sin contagiarse, tal como había prometido el santo maestro - siempre que estuvieran «en la gracia de Dios» - a todos los voluntarios.
Posteriormente, su salud frágil cedió a la tuberculosis, lo que lo obligó a repetidas sangrías, que aceptó serenamente pensando «en los clavos que traspasaron las manos y los pies de Nuestro Señor».
Cuando se dio cuenta de que había llegado su hora, le dijo a su padre: «Ha llegado el momento. Toma mi libro de oraciones y léeme las oraciones de la buena muerte». Respondió devotamente a cada invocación y finalmente dijo estas palabras: «¡Nunca he visto cosa tan bella!». Era el 9 de marzo de 1857 (uno de los dos días en que se celebra su memoria litúrgica, que la Familia Salesiana y las diócesis piamontesas celebran el 6 de mayo). Domingo aún no tenía 15 años. En un sueño, Don Bosco supo la razón de esas últimas palabras terrenales de su alumno: «Fue María Santísima quien vino a llevarme, mi mayor consuelo en la vida y en la muerte. Dígale a sus hijos que nunca se olviden de dirigirle sus oraciones a Ella».
Patrón de: los monaguillos, las mujeres embarazadas, los pueri cantores
Para saber más: La vida del joven Domingo Savio, de san Juan Bosco (en italiano)