Santiago Berthieu
Este sacerdote francés fue un misionero jesuita asesinado en Madagascar durante la rebelión malgache de 1896, cuando prefirió el martirio a ceder a las presiones para renegar su fe
Santiago Berthieu (27 de noviembre de 1838 - 8 de junio de 1896) nos hace ver en sumo grado lo que significa dar la propia vida por Cristo, en unión con su sacrificio en la cruz. Este sacerdote francés fue un misionero jesuita asesinado en Madagascar durante la rebelión malgache de 1896, cuando prefirió el martirio a ceder a las presiones para renegar su fe.
Segundo de siete hijos, había nacido en una familia de campesinos profundamente cristianos. Fue ordenado sacerdote a los 25 años y, después de nueve años de ministerio, entendió que había llegado el momento de entrar en una orden religiosa con vocación misionera. En 1873 inició el noviciado en la Compañía de Jesús. Dos años más tarde zarpó hacia la isla malgache de Santa María, entonces colonia bajo la jurisdicción francesa (y hoy territorio de Madagascar). Su misión en aquellas tierras lejanas comenzó entre grandes dificultades y trabajos, incluyendo la necesidad de aprender la lengua indígena y adaptarse al clima. Así escribía a un hermano, pocos meses después de su llegada a Santa María: «Mi inutilidad y mi miseria espiritual sirven para humillarme, pero no para desanimarme. Espero la hora en que, con la gracia de Dios, pueda hacer algo».
Después de seis años en Santa María, Santiago tuvo que trasladarse a la isla mayor de Madagascar, a causa de la expulsión de los jesuitas de los territorios franceses. Siguieron otros traslados obligados de una misión a otra, pero siempre dentro de Madagascar, que en 1883 se convirtió en el teatro de la primera guerra franco-malgache. El santo se trasladó al sur del país, y después a Tamatave, «donde me he puesto a plantar legumbres para mis hermanos», y luego al norte, donde durante dos años fue capellán «pero sin recibir sueldo, al contrario, pagando por el rancho». Después de la firma de la paz, se trasladó al centro, a Ambositra, donde permaneció seis años «en medio de numerosas dificultades y persecuciones». En 1891 los superiores lo trasladaron de nuevo, empleándolo en una misión a un día de camino de Antananarivo, la capital. Pero él continuó trabajando para la mayor gloria de Dios. «Día y noche enseño el catecismo y el resto del tiempo lo dedico a recibir gente, o a visitar a todos los del vicariato, amigos y enemigos, para ganarles a todos a nuestro Señor».
La toma del Palacio Real malgache en 1894 por parte de los franceses desencadenó la segunda insurrección local, guiada por los Menalamba (llamados así por los indumentos semejantes a chales de color rojo). El padre Berthieu cumplió verdaderos actos de heroísmo con tal de estar al lado de su rebaño, poniendo en riesgo su seguridad para ir a confortar a cristianos que corrían peligro y estaban angustiados por la violencia que les rodeaba. Al final, el 8 de junio de 1896, los combatientes Menalamba entraron en la aldea de Ambohibemasoandro, donde se encontraba entonces el jesuita. «Si alguien debe morir, seré yo», dijo el misionero cuando comprendió que los sublevados le buscaban sobre todo a él. Los indígenas pensaban que el sacerdote - como los otros misioneros - eran los mayores responsables de las desgracias que habían caído sobre Madagascar, porque predicaba a Cristo y había hecho que muchos se alejaran del culto a los ídolos.
Los Menalamba despojaron al padre Berthieu de la sotana y uno de ellos le arrancó el crucifijo, gritándole: «Es este tu amuleto? ¿Así llevas al pueblo al error? ¿Continuarás rezando por mucho tiempo?». El sacerdote le respondió: «Debo rezar hasta la muerte». En las últimas horas de su vida terrena el jesuita fue torturado de muchas maneras: le dieron patadas, fue emasculado, golpeado con machetes y piedras. Bañaron su pañuelo con fango para atárselo después a la frente y saludarle como «rey de los Vazaha», es decir, de los europeos. Todo esto en medio de una marcha de varios kilómetros, entre golpes e injurias, intercalados por sus oraciones, palabras llenas de caridad hacia sus verdugos y por tanto terror humano, pero el santo ya tendía a la eternidad.
La última etapa de su marcha fue la aldea de Ambiatibe, donde uno de los líderes de los Menalamba le hizo una última propuesta: «Abandona tu odiosa religión, no engañes más al pueblo, y te haremos nuestro consejero y nuestro jefe». Pero él le respondió: «No puedo acceder a esto. Prefiero morir». El padre Berthieu inclinó la cabeza, recogiéndose de nuevo en oración, mientras el pelotón de ejecución se preparaba a fusilarle. Los primeros disparos no le alcanzaron. Sólo el quinto disparo de fusil le alcanzó sin procurarle la muerte, que llegó solamente al sexto disparo, hecho a quemarropa. En sus catequesis en tierra malgache, recordando las enseñanzas de Jesús, había dicho a menudo: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28).