Santa Rosa de Lima
Fue una mística llena de innumerables dones celestes que ofreció toda su vida en oblación a Dios por la salvación de las almas y la conversión de los pueblos del Nuevo Mundo
«Escuchad, escuchad todos. Por orden de Cristo, con sus mismas palabras os doy esta advertencia: no podemos obtener la gracia si no aceptamos los sufrimientos». Esto escribía la primera americana en ser canonizada, santa Rosa de Lima (1586-1617), una mística llena de innumerables dones celestes que ofreció toda su vida en oblación a Dios por la salvación de las almas y la conversión de los pueblos del Nuevo Mundo.
Cuarta de trece hijos, nació de padres españoles emigrados a Perú que la bautizaron con el nombre de Isabel. Fue una criada de origen indio, que la quería mucho, la que, asombrada por la belleza de la niña, la llamó Rosa por primera vez. A partir de ese momento ese nombre, a pesar de las protestas de la santa que no quería caer en la vanidad, fue ‘confirmado’ en más ocasiones. Sin conocerla, así la llamó el misionero español santo Toribio, que la confirmó. Seguidamente la Virgen le dijo: «Mi Hijo divino aprueba el nombre de Rosa, pero quiere que se añada el mío. Por tanto, de ahora en adelante te llamarás Rosa de Santa María».
Efectivamente, no se puede comprender la vida de Rosa sin la referencia constante a la Madre celeste, a la que ella amaba con ternura y a la que imitaba desde su más tierna infancia, recibiendo a cambio gracias extraordinarias. A los 10 años ya había hecho voto de virginidad perpetua. A través de la lectura se sintió atraída por el ejemplo de una célebre terciaria dominica, santa Catalina de Siena (1347-1380). Ayunaba tres veces a la semana y, en secreto, hacía duras penitencia, deseosa de unirse al sacrificio de Cristo porque estaba convencida de que el «Amor con amor se paga». Deseó entrar en las clarisas pero comprendió que la Voluntad divina para su vida era otra. El 10 de agosto de 1606 vistió el hábito de la Tercera Orden Dominica en una capilla dedicada a la Virgen del Rosario.
Con la ayuda de uno de sus hermanos se construyó una pequeña celda en la extremidad del huerto de la casa familiar. Allí transcurría su tiempo, saliendo solo para la Misa diaria y para asistir en cuerpo y alma a los enfermos, a las personas necesitadas de todo tipo, españoles o indígenas, para los que había creado una especie de albergue. En un determinado momento sus jornadas se dividían así: doce horas de oración, diez de trabajo manual y solo dos de sueño. Su director espiritual le impuso más descanso. Era objeto de las vejaciones del diablo. Y también pasó por la prueba de la «noche oscura», común a los santos. Sin embargo, aceptaba cualquier dolor con leticia, obteniendo una inmensidad capacidad de amar según el corazón de Jesús y María, que la gratificaban con visitas frecuentes y coloquios espirituales. «Si los hombres supieran qué es vivir en gracia, no temerían ningún sufrimiento y soportarían con gusto cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia».
En 1615, los barcos holandeses se prepararon para atacar Lima. Rosa reunió a otras mujeres en la iglesia para rezar y, en cuanto supo del desembarco de los calvinistas, abrazó el tabernáculo para proteger el Santísimo Sacramento de las profanaciones. Los holandeses se retiraron a los pocos días debido a la muerte repentina de su almirante: la liberación de la ciudad fue atribuida a la intercesión de Rosa, considerada santa ya entonces. No todos comprendían su fervor por Dios y las almas, pero ella decía: «La dulzura y la felicidad que pueden ofrecerme el mundo son solo una sombra respecto a lo que siento».
El Domingo de Ramos de 1617 tuvo lugar su boda mística con Jesús, un privilegio rarísimo que ya había sido concedido a santa Catalina. Ese mismo año, enferma ya de tuberculosis, vivió una agonía muy dolorosa: «Que en esto se cumpla, como en todo lo demás, la Voluntad divina», dijo en el momento más duro. A primera hora del día 24 de agosto, día de san Bartolomé, fue al encuentro eterno del Esposo después de haber exclamado varias veces: «¡Jesús sea conmigo!». Tenía 31 años. Clemente X la canonizó en 1671, proclamándola patrona del Nuevo Mundo. En Perú su fiesta es el 30 de agosto, fiesta nacional.
Patrona de: las Américas, Filipinas, Indias Occidentales, Perú; floristas, jardineros, enfermos de tuberculosis