Santa María Bertila Boscardin
«Jesús mío, mejor hazme morir mil veces antes de que yo haga una única acción para ser vista», escribió en su diario. Su camino hacia la santidad era una imitación de las virtudes de la Santísima Virgen...
Un amor sin igual por el Catecismo, el sacrificio por los enfermos, los sufrimientos ofrecidos con alegría a Dios por su designio salvífico: el esplendor de santa Maria Bertila Boscardin (1888-1922) está al mismo nivel de la humildad con que vivió cada día en la tierra. «Jesús mío, mejor hazme morir mil veces antes de que yo haga una única acción para ser vista», escribió en su diario. Era hija de campesinos analfabetos, a los que ayudaba en las labores del campo. Su historia recuerda que cada vía hacia la santidad tiene sus carismas: «Mi camino es el de los carros, el más común», un camino hecho de muchos pequeños gestos cotidianos de caridad.
Pronto sintió la vocación religiosa y le pidió a su párroco que escogiera para ella la congregación adecuada. Así, a los 16 años, entró en un convento de hermanas Doroteas. Después de los primeros votos fue destinada al hospital de Treviso, donde se diplomó en enfermería, dedicándose al cuidado de los enfermos, especialmente de los niños, a los que consolaba física y espiritualmente. Para hacer la vida más fácil a las otras religiosas, escogía los horarios nocturnos. «A Dios toda la gloria, al prójimo toda la alegría, a mí todo el sacrificio», decía.
Sufrió mucho cuando, durante la Primera Guerra Mundial, se vio obligada a dejar el hospital y mudarse a Lombardía, donde no llevó consigo ninguna de sus cosas personales, excepto el pequeño catecismo que el párroco le había regalado durante su infancia. Lo cuidaba como un tesoro precioso. «No solo encontraba su gozo escuchando las explicaciones, sino que desde que tenía diez años la cara Annetta [Anna Francesca era el nombre de Bautismo, ndr] comenzó a enseñarlo a los otros. Aunque no tenía una inteligencia abierta a las materias escolares, asimilaba con un seguro instinto sobrenatural la doctrina cristiana», dijo Pío XII en su beatificación. Cuando las religiosas le cambiaron el hábito para la sepultura encontraron ese catecismo, ya deshecho por el uso, en el bolsillo de María Bertila.
Su camino hacia la santidad era una imitación de las virtudes de la Santísima Virgen. «Virgen querida, no te pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni placeres, ni siquiera espirituales. Para mí en este mundo no quiero otra cosa sino lo que tú quisiste en el mundo: creer sin ver o probar nada». Vivía en la obediencia y con la voluntad de hacerse sierva de todos, consciente de la enseñanza evangélica sobre cómo ser grandes en el Reino de los cielos. Respondió a la enfermedad (a los 22 años ya había sido operada por un tumor) con la acostumbrada alegría que se ve en las páginas del diario y en los relatos de quienes la conocían. Huía de las vanidades del mundo, y amaba y se sentía amada radicalmente por Cristo. Por eso, ya agonizante, rogó a la madre superiora que dijera a las religiosas estas palabras: «Trabajad solo por Jesús, por Jesús… todo es nada, todo es nada, todo es nada».
Para saber más:
Diario, de santa María Bertilla Boscardin
Homilía de san Juan XXIII para la canonización (11 de mayo de 1961)