San Esteban por Ermes Dovico

Santa Juana de Arco

La historia de santa Juana de Arco (1412-1431) muestra de manera excelsa que nada es imposible para Dios, y revela Su modo concreto de obrar en la historia del hombre, a través de los humildes que se abandonan a Su voluntad

Santo del día 30_05_2020 Italiano English

En el transcurso de un año pasó de ser una joven campesina analfabeta, a llevar a Francia a la victoria en diversas batallas contra los británicos que ocupaban el territorio. La historia de santa Juana de Arco (1412-1431) muestra de manera excelsa que nada es imposible para Dios, y revela Su modo concreto de obrar en la historia del hombre, a través de los humildes que se abandonan a Su voluntad.

Nació en Domrémy, en un período en el que la Iglesia era lacerada por el Cisma de Occidente. Desde la infancia mostró su devoción y caridad cristiana hacia los enfermos y los pobres. Creció en la fase más acalorada de la Guerra de los Cien Años (1337-1453).

Juana tenía apenas trece años cuando escuchó la voz de san Miguel Arcángel por primera vez, a la que pronto se agregaron dos grandes mártires de la antigüedad: santa Margarita de Antioquía y santa Catalina de Alejandría. Las voces celestiales inicialmente le hablaron sobre su vida personal y luego le ordenaron que dejara todo para ponerse a la cabeza del ejército francés. La joven hizo voto de virginidad. Después de tres encuentros con un capitán, que inicialmente se burló de ella, logró conocer al Delfín de Francia, el futuro Carlos VII, al que le dijo que había sido enviada por Dios para ayudarlo a él y a su reino legítimo. El soberano, asombrado, hizo que los clérigos y los teólogos la examinaran dos veces para comprender si esa solicitud celestial era fundada; cuanto tuvo una opinión positiva, le permitió acompañar una expedición militar en ayuda de la estratégica ciudad de Orleáns, asediada por los británicos.

Era el año 1429 y así comenzó la epopeya de Juana de Arco. El 22 de marzo envió una carta a los británicos: “¡Jesús, María! Rey de Inglaterra y vos, duque de Bedford, que se llama a sí mismo regente del Reino de Francia; vos, Guillermo de la Pole, conde de Suffolk; vos, Juan, señor de Talbot y vos, Tomás, señor de Scales [...] haced justicia al Rey del Cielo. Restituid a la Doncella [así la llamaban las voces celestiales, ndr] que ha sido enviada aquí por Dios, el Rey del Cielo, las llaves de todas las buenas ciudades que habéis tomado y violado en Francia. Ella ha venido aquí, de parte de Dios, para apoyar a la Familia Real. Ella está dispuesta a hacer las paces si queréis hacerle justicia, siempre que le restituyáis a Francia y paguéis por haberla tenido en vuestro poder. Y vosotros, arqueros y camaradas de guerra, y los otros que están bajo la ciudad de Orleans, volved a vuestro país, en el nombre de Dios [...]”. La carta no fue escuchada. La joven llegó a Orleans montada a caballo. Estaba vestida como un soldado y llevaba un estandarte blanco que representaba a Cristo Rey y con la inscripción Jesús-María.

Precedida por una caravana de sacerdotes que entonaban el Veni Creator, Juana encontró a Orleans en una situación dramática: los británicos la habían literalmente rodeado, gracias al control de once fortalezas. Antes de su llegada, la población francesa dentro de los murallas había presionado para la rendición, pero el carisma de Juana le dio la vuelta a todo. En primer lugar, logró reformar las tropas francesas: alejó a las prostitutas, prohibió las blasfemias, la violencia y el saqueo, ordenó a los soldados que se confesaran y los reunía dos veces al día en oración alrededor del estandarte de Cristo Rey. El 30 de abril, unos días antes de que comenzase la batalla, se subió a un bastión para ser escuchada por todos los británicos: les pidió que detuvieran el asedio, pero la llenaron de insultos. Los británicos amenazaron con quemarla viva si la tomaban prisionera. Juana intentó más veces, en vano, la vía diplomática.

La noche del 4 al 5 de mayo de 1429 estalló la batalla: el 8 de mayo, Orleans era totalmente liberada. El 18 de junio, la Doncella guió a su pueblo a otra victoria clamorosa en la Batalla de Patay, donde murieron más de dos mil soldados británicos y sólo tres franceses, debido a una increíble serie de eventos. Juana lloró por las víctimas de ambos bandos. Incluso se bajó de su caballo para consolar a un oponente moribundo y ayudarlo a confesarse. Después de Patay, varias ciudades que estaban en manos de los británicos se rindieron sin dar batalla. El 17 de julio, en la catedral de Reims, Carlos VII pudo ser consagrado y coronado rey de Francia, según la voluntad divina manifestada a Juana.

Desafortunadamente, las divisiones internas de la nobleza francesa cercana a la corte (parte de la cual buscaba un compromiso con los borgoñones) y una actitud diferente hacia la Doncella llevaron a su captura, el 23 de mayo de 1430, por parte de los borgoñones que, unos meses después, vendieron a Juana a los aliados británicos.

La Universidad de París, sometida a los británicos, pidió juzgarla por herejía. Pronto se estableció un pseudo tribunal inquisidor, compuesto por eclesiásticos a sueldo de los ocupantes y dirigido por el obispo Pierre Cauchon († 1442), excomulgado post mortem. El 3 de enero de 1431, Enrique VI, rey de Inglaterra, escribió a los jueces a fin de presionarlos para condenar a Juana como hereje y bruja. Durante el agotador proceso, la santa respondió con sabiduría y dijo que se sometía por completo al juicio de la Iglesia, en la cual, sin embargo, no reconocía a esos jueces. Finalmente, fue sentenciada con falsas acusaciones. Pidió ser conducida ante el Papa, pero los jueces se lo negaron. El intento de algunos buenos hombres de Iglesia, como el famoso sacerdote Juan Lohier - que se trasladó a Ruan afirmando que el proceso era nulo -, el obispo de Avranches (también encarcelado) y otros más, fue inútil.

Los británicos ya lo tenían todo decidido y detuvieron a Juana como prisionera de guerra en un castillo que ellos controlaban, y no en una prisión de la Inquisición, como habría sucedido en un proceso eclesiástico regular. La sentencia también servía para desacreditar al rey francés, que se había fiado de los dones místicos de Juana. Dones que continuaron en prisión: “Santa Catalina me dijo que sería socorrida; no sé decir si esto se refería a mi liberación de la prisión o durante el juicio [...]. Pero más a menudo las voces me decían que sería liberada con una gran victoria. Luego, las voces me decían: Acepta todo esto con serenidad, incluso tu martirio, porque al final vendrás al reino del Paraíso”.

El 30 de mayo de 1431, después de pedir y obtener la confesión y recibir la Eucaristía, Juana fue quemada viva en Ruan. Invocó el perdón sobre sus verdugos y gritó a grandes voces el Nombre de Jesús. Las llamas consumieron todo su cuerpo, excepto su corazón, que permaneció intacto: los británicos lo arrojaron al Sena. Muchos testimoniaron haber visto el Nombre de Jesús escrito en el fuego. Así murió Santa Juana de Arco, fiel hasta al martirio a Cristo crucificado y resucitado.

En 1455, después de que los franceses reconquistaran toda Francia y el último antipapa de la historia muriera, Calixto III autorizó una revisión del proceso. Al año siguiente, Juana fue reconocida completamente inocente y el juicio que la había condenado fue declarado nulo. Benedicto XV la canonizó en 1920. Dos años después fue proclamada patrona de Francia.

Patrona de: Francia, la telegrafía, la radio

Para saber más: Bula de Benedicto XV para la canonización de Juana de Arco (16 de mayo de 1920) (en italiano y latín)