Santa Germana Cousin
Su piedad se acrecentaba cada vez que se acercaba una fiesta en honor a la Virgen. Cuando escuchaba la campana del Ángelus, se arrodillaba de inmediato
Quienes no creen en Cristo pensarán que santa Germana Cousin (c. 1579-1601) era una niña infeliz con una vida sin sentido. Y quienes creen la verán, en cambio, como una imagen ejemplar del Crucificado y Resucitado, lista para compartir los dolores y para ser revestida de Su gloria. Originaria de un pequeño pueblo francés cerca de Toulouse, Germana nació con una malformación en la mano y sufrió, desde que era una niña, de escrofulosis, una enfermedad que le desfiguraba la cara. Al sufrimiento físico pronto se sumó el causado por la muerte de su madre, Marie Laroche. Su padre, un granjero llamado Laurent, se volvió a casar, pero su segunda esposa sometió a Germana a todo tipo de maltrato, convenciendo a su esposo de mantenerla alejada de los otros hijos.
La joven dormía en el establo, privada de toda comodidad familiar. Durante el día era enviada a pastar las ovejas. Creció sin ninguna posibilidad de casarse o de recibir una educación. Sin embargo, en ese ejercicio cotidiano de humildad y paciencia, no estaba sola. Adornada con un sentido extraordinario de la presencia de Dios, Germana comenzó a rezar el Rosario y a ir a Misa todos los días. En esos momentos cotidianos, confiaba las ovejas a la Providencia y nunca ninguna de ella acabó muerta o herida, a pesar de que el lugar de pastoreo estaba cerca de un bosque lleno de lobos. Practicaba numerosas penitencias en reparación por los sacrilegios contra el Santísimo Sacramento y la Virgen María, que, en ese momento, con la difusión del protestantismo y las guerras de religión, se había vuelto muy frecuente.
Su piedad se acrecentaba cada vez que se acercaba una fiesta en honor a la Virgen. Cuando escuchaba la campana del Ángelus, se arrodillaba de inmediato, incluso si estaba en medio de un arroyo. Algunos se burlaban de ella llamándola santurrona, pero con el tiempo la mayoría tuvo que recapacitar, ya que Germana estaba acompañada por claros signos divinos. Un día, mientras iba a Misa, algunos campesinos se burlaron de ella preguntándole cómo lograría cruzar el río con el torrente desbordado, pero las aguas se abrieron frente a ella y ni siquiera tuvo que mojarse la ropa. El evento ocurrió otras veces. A pesar de su pobreza, les daba a los pobres el pan que tenía y les enseñaba las verdades básicas de la fe, transmitiéndoles su amor por Dios.
Incluso su padre, en un cierto momento, se arrepintió de su comportamiento hacia ella, la invitó a quedarse en casa, pero Germana le pidió que le permitiera permanecer en su humilde lecho, hecho de ramas de enredadera. Y sucedió que el padre, que había comenzado a comprender cuán llena era la vida de su hija, una mañana encontró su cuerpo sin vida. Era el año 1601, tenía unos 22 años y su cuerpo fue sepultado en la iglesia parroquial de Pibrac. Cuarenta y tres años más tarde, el cuerpo fue encontrado incorrupto, aunque no había sido embalsamado. El mismo prodigio se halló en los reconocimientos de 1661 y 1700, documentados por las declaraciones escritas de los vicarios generales de Toulouse. Al mismo tiempo que sus reliquias se convertían en la causa de varios milagros, fueron parcialmente profanadas por los revolucionarios franceses. Entretanto, el proceso para su canonización había sido puesto en marcha, terminándose el mismo durante el pontificado del beato Pío IX, quien en 1867 proclamó la santidad de Germana.
Patrona de: enfermos, débiles, desheredados, pastores y personas abandonadas