Santa Águeda
Águeda está entre las siete antiguas mártires – junto con Lucía, Inés, Anastasia, Cecilia, Felicitas y Perpetua – invocadas en el Canon Romano
La piedad popular suscitada por el martirio de santa Águeda (c. 229/235 - 5 de febrero de 251), la virgen de Catania que durante las persecuciones de Decio testimonió su inquebrantable fe en Cristo, se difundió pronto en toda la cristiandad. Su antiquísimo culto lo confirman un par de inscripciones funerarias de finales del siglo III, una de las cuales se encuentra en Ustica, de una tal Lucífera muerta en el dies natalis de la santa. Todavía más interesante, porque manifiesta cómo su veneración había llegado ya a Oriente, es el testimonio del obispo Metodio de Olimpo (c. 250-311), que en su Symposium decem virginum presenta a Águeda como modelo de vida cristiana. La rápida difusión de su culto da valor al detalle que la tradición refiere sobre santa Lucía, que el 5 de febrero del 301 se encontraba peregrina en Catania para orar sobre la tumba de la venerada Águeda, cuando esta se le apreció y le profetizó: «Así como yo protejo Catania, tú protegerás a tu Siracusa».
Educada cristianamente por una noble familia de Catania, pronto sintió el deseo de consagrarse totalmente a Cristo y hacia los 15 años le ofreció su virginidad, recibiendo el velo del obispo. Cuando arreciaron las persecuciones de Decio (249-251), el procónsul Quinciano, encaprichado por su belleza, hizo arrestar a la muchacha, tratando de someterla a su voluntad: durante 30 días la confió a la matrona Afrodísia pensando que conseguiría corromperla con las seducciones del mundo, pero Águeda permaneció firme. Llevada ante Quinciano, este le preguntó por qué, siendo noble y libre, se vestía como una esclava. «La máxima libertad está en demostrar ser siervos de Cristo», le respondió la santa, que con elocuencia mostró hasta qué punto eran vanas las divinidades que el procónsul la animaba a adorar.
En poco tiempo llegaron las torturas. Sus miembros fueron estirados en el potro de tortura, pero Águeda no cedió, al contrario, se alegró «como quien ve a Aquel desde tanto tiempo deseaba». Quinciano ordenó entonces el terrible suplicio que refieren las diferentes biografías y que los artistas han representado: hizo que le arrancaran los senos, tirando de ellos con tenazas. Encerrada de nuevo en su celda en la prisión, a medianoche se le apareció san Pedro, que la curó en nombre de Cristo. Cuatro días más tarde fue llevada otra vez ante el procónsul, que le preguntó quién la había curado: «Cristo, el Hijo de Dios», le explicó Águeda. Cegado por la ira, Quinciano la sometió a la tortura de carbones ardientes, interrumpida por un fuerte terremoto, que causó la muerte de dos consejeros suyos, y por un motín del pueblo, que se dirigió al palacio pretorio con la convicción de que el terremoto era un signo divino. El procónsul huyó, ordenando devolver a Ágata a la cárcel, donde ella oró al Señor para que la acogiera en su Reino. Poco después exhaló su último suspiro.
Su velo, que había quedado íntegro mientras el cuerpo era lanzado a los tizones ardientes, fue llevado en procesión por los fieles el año siguiente para parar una colada de lava del Etna, que según la tradición se paró precisamente el 5 de febrero. Se han atribuido a la intercesión de la santa muchos prodigios semejantes en el curso del tiempo, y la reliquia todavía se conserva en la catedral de Catania. Prueba del gran culto que se le ha tributado, Águeda está entre las siete antiguas mártires - junto con Lucía, Inés, Anastasia, Cecilia, Felicitas y Perpetua - invocadas en el Canon Romano.
Patrona de: nodrizas, mujeres con enfermedades de seno, enfermeros, tejedoras, bomberos; es invocada contra incendios y erupciones; Catania, República de San Marino