San Vicente de Paúl
Fueron decisivos sus encuentros con dos protagonistas de la Reforma católica, el cardenal Pierre de Bérulle y san Francisco de Sales, que le inspiraron para resumir en sus Reglas las principales virtudes de la espiritualidad vicentina, también llamadas «Cinco piedras de David»...
En la Europa desgarrada por la difusión del protestantismo, san Vicente de Paúl (c. 1576-1660) fue uno de los ejemplos más gloriosos de la caridad operante a través de la Iglesia, tan predispuesto a ayudar a los últimos y tan genial que su legado todavía vive gracias a los institutos fundados por él.
Tras los primeros años de juventud transcurridos en los campos de la Gascuña ayudando a la familia, Vicente entró en un colegio franciscano, donde destacó por su inteligencia. Fue ordenado sacerdote en el 1600. Cinco años después -mientras viajaba en un barco- fue capturado por piratas turcos y vendido en Túnez como esclavo. Dos años más tarde fue liberado tras haber convertido a su último dueño, un fraile renegado que se había hecho musulmán por dinero.
La experiencia de la esclavitud le hizo madurar el propósito de llevar consuelo a los convictos. Propósito que después puso en acto, cuando fue nombrado capellán regio de todas las prisiones de Francia. Fueron decisivos sus encuentros con dos protagonistas de la Reforma católica, el cardenal Pierre de Bérulle y san Francisco de Sales, que le inspiraron para resumir en sus Reglas las principales virtudes de la espiritualidad vicentina, también llamadas «Cinco piedras de David»: la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación, el celo por la salvación de las almas. «No basta que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama», enseñaba.
Los marqueses de Gondi lo quisieron como preceptor de sus hijos y con su apoyo nacieron tanto la Congregación de la Misión, formada por clérigos que predicaban en las zonas rurales (después llamados «lazaristas»), y la rama femenina, hoy conocida como Hijas de la Caridad, que Vicente confió a la viuda Luisa de Marillac, también ella santa.
Las Hijas de la Caridad se difundieron por doquier en Francia y en los países cercanos, llevando alivio a huérfanos, enfermos, desheredados, ancianos, siempre conscientes de que detrás de cada miseria humana se esconde el rostro de Cristo. Fue muy crítico con respecto a las políticas del cardenal Mazarino. La reina creó el Ministerio de la Caridad para él, a fin de que se ocupase de los pobres en todo el territorio francés. De la mayor virtud teologal decía: «La caridad, cuando encuentra morada en un alma, ocupa enteramente todas sus potencias. Ningún reposo, es un fuego que agita continuamente».
Patrono de: carceleros, prisioneros, sociedades caritativas; Madagascar