San Esteban por Ermes Dovico

San Sebastián

El contexto histórico en el que tiene lugar su martirio está relacionado con el reinicio de las persecuciones bajo Diocleciano

Santo del día 20_01_2022 Italiano English

El primer rastro escrito conocido del antiquísimo culto a san Sebastián lo encontramos en la Depositio martyrum del 336, un calendario que estaba en uso en la Iglesia de Roma con los días de sepultura de los mártires, por el que tenemos, en su caso, la fecha del 20 de enero. También da noticia de su veneración el Comentario al salmo 118 de san Ambrosio (340-397), según el cual el mártir había crecido en Milán trasladándose, posteriormente, a Roma. En cambio, se remonta al siglo siguiente la primera Passio acerca del santo, atribuida a Arnobio el Joven, seguida en el tiempo de otras hagiografías, entre las cuales la narrada en la Legenda Aurea del beato Santiago de la Vorágine.

El contexto histórico en el que tiene lugar el martirio está relacionado con el reinicio de las persecuciones bajo Diocleciano, que guió el Imperio romano desde el 284 al 305 y que pronto se hizo ayudar por Maximiano. Según las fuentes hagiográficas, Sebastián había emprendido la carrera militar y se había ganado la estima de Diocleciano y Maximiano, que no sabían nada de su fe cristiana, hasta que fue elegido como tribuno de la cohorte pretoriana, en Roma, para proteger el emperador. Gracias a su papel, cuando las persecuciones se intensificaron, actuando con prudencia el santo pudo ayudar a los cristianos encarcelados y proceder a la sepultura de los mártires.

Un día fueron arrestados dos hermanos cristianos, Marco y Marceliano, para los cuales el padre, Tranquilino, consiguió obtener un aplazamiento de la condena comprometiéndose en convencer a sus hijos a honrar a los dioses paganos. Tras los sufrimientos a los que fueron sometidos en la cárcel y las presiones, los dos jóvenes estaban a punto de ceder cuando intervino Sebastián para fortalecerles en la fe: “Poderosos soldados de Cristo, no depongáis la corona eterna por míseras alabanzas”. Después habló a los padres de la certeza de que sus hijos, perseverando en el testimonio de Cristo, prepararían para ellos el camino al Paraíso; mientras el santo hablaba así en la oscuridad de la celda, los presentes vieron una luz que aclaraba su cabeza y se irradiaba en toda la estancia. También Zoé, esposa del jefe de la cancillería imperial, que estaba acompañando a su marido Nicostrato en su visita a las cárceles, asistió al prodigio: la mujer, que llevaba seis años muda, se arrodilló ante Sebastián, que imploró la ayuda de Dios, la santiguó sobre los labios y la curó.

Este hecho estuvo acompañado por una serie de conversiones, seguidas, en el arco de poco tiempo, por el martirio de Marco y Marceliano, atravesados por lanzas; Tranquilino, lapidado, y Zoé, en una hoguera. Mientras tanto, Sebastián, al que san Cayo (papa desde 283 al 296) había proclamado “defensor de la Iglesia”, fue encarcelado y, después, llevado a la presencia del emperador, que le dijo: “Siempre te he tenido entre los notables de mi palacio y tú has actuado en la sombra contra mí, injuriando a los dioses”. Entonces le ataron a un palo en el Palatino y lo atravesaron con tantas flechas que los soldados creyeron que estaba muerto, por lo que dejaron su cuerpo en el monte, para que fuera pasto para los animales salvajes.

La viuda del mártir san Cástulo, Irene, y la sierva Lucina fueron a recuperar su cuerpo para darle una digna sepultura, pero se dieron cuenta de que aún seguía vivo y lo cuidaron. Cuando el santo sanó, se presentó, sin temor a la muerte terrenal, ante Diocleciano y Maximiano cuando ambos se dirigían a venerar al Sol Invictus en el templo que había hecho construir Heliogábalo, y les instó a convertirse. Superada la sorpresa de ver al oficial aún vivo, Diocleciano ordenó que fuese flagelado. El cadáver del mártir fue después arrojado en la Cloaca Máxima, pero debido a un sueño Lucina lo recuperó y lo enterró ad Catacumbas, es decir, en el lugar que ya en el primer milenio fue renombrado Catacumbas de San Sebastián.

Patrón de: arqueros, atletas, militares, tapiceros, guardias urbanos; se le invoca contra la peste