San Pío de Pietrelcina
En la Misa se manifestaba toda su participación en el Calvario de Nuestro Señor y los fieles hacían cola para asistir. Célebre es su enseñanza: «Sería más fácil que la Tierra se rigiera sin el Sol que sin la Santa Misa»
«El destino de las almas elegidas es el sufrimiento», decía san Pío de Pietrelcina (1887-1968), en el siglo Francesco Forgione, nacido y crecido en una familia devota que recitaba el Rosario cada noche. El sufrimiento del Padre Pío no era solo de naturaleza física, sino que tenía origen también en las incomprensiones y, a veces, la hostilidad de algunos eclesiásticos, que pusieron en duda sus dones sobrenaturales. En 1931 fue incluso privado del ejercicio de su ministerio, con la excepción de la Misa que podía celebrar solo en una capilla interna y sin fieles. Esta prohibición se le levantó dos años después. En la Misa se manifestaba toda su participación en el Calvario de Nuestro Señor y los fieles hacían cola para asistir. Célebre es también su enseñanza sobre el Sacrificio eucarístico: «Sería más fácil que la Tierra se rigiera sin el Sol que sin la Santa Misa».
La Pasión de Cristo estaba tan en el centro de sus meditaciones que un día su director espiritual escribió que «por su continuo llanto, enfermó de los ojos». Pronto llegaron los primeros signos exteriores de los estigmas y en 1918 la estigmatización se volvió permanente (hasta su muerte), precedida por la transverberación. Era tan humilde que no se consideraba digno de ello. Lo sobrenatural se manifestaba también con frecuentes hipertermias (varios médicos le midieron temperaturas comprendidas entre los 43º y los 52º), el don de la bilocación y la lectura de los corazones. Muchos testimonios han contado que el Padre Pío conocía con anticipación los pecados que le iban a ser confesados. Precisamente fue en el confesionario donde transcurría gran parte del día, y con los penitentes podía mostrar dulzura o rigor, pero su fin era siempre el mismo: la salvación de las almas.
Aunque parte del clero se oponía a él, no eran pocos los hombres de Iglesia que lo admiraban y conocían bien, como por ejemplo el arzobispo de Manfredonia, Andrea Cesarano, que en un coloquio tranquilizó a su amigo Juan XXIII: «Alabado sea el Señor», le dijo al final el Papa, feliz de saber de la auténtica santidad del Padre Pío, sobre el cual le habían sido referidas calumnias. Por lo demás, cuando tenía 15 años el santo de Pietrelcina ya había tenido una visión en la cual le había sido preanunciada su continua lucha con Satán. Cuando le preguntaron si existía un atajo para el Paraíso, respondió seguro: «Sí, la Virgen».
Patrono de: adolescentes, voluntarios de la Protección civil