Cristo Rey por Ermes Dovico

San Nicolás de Tolentino

Era gratificado con extraordinarias experiencias místicas. La más celebre es la visión que tuvo la noche del 9 al 10 de diciembre de 1294 cuando vio a unos ángeles en el acto de trasladar por primera vez la Santa Casa a las Marcas, entonces parte del Estado Pontificio

Santo del día 10_09_2021 Italiano English

Famoso por sus dones de taumaturgo y particularmente invocado para la liberación de las almas del Purgatorio, san Nicolás de Tolentino (1245-1305) nació en Sant’Angelo in Pontano, un pequeño municipio de las Marcas. Sus padres eran cristianos devotos. Según la tradición, los padres lo llamaron así por gratitud hacia san Nicolás de Bari, al que habían dirigido sus oraciones porque no conseguían tener hijos. Decidió abrazar la vida religiosa después de haber escuchado el sermón de un monje agustino, basado en una enseñanza de la Primera Epístola de Juan: Nolite diligere mundum, nec ea quae sunt in mundo, quia mundus transit et concupiscentia ejus [«No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo, porque el mundo pasa y también su concupiscencia» (cfr. 1 Jn 2)].

Hizo la profesión solemne en los Ermitaños de San Agustín cuando aún no tenía 19 años. A los 24 años es ordenado sacerdote por san Benvenuto Scotivoli. Pasó de convento en convento, hasta que en 1275 se trasladó de manera estable a Tolentino (a unos veinte kilómetros de su tierra natal), donde vivió predicando casi cada día hasta su muerte terrenal, acaecida treinta años más tarde. Le llamaban «el ángel del confesionario» por el tiempo que dedicaba al sacramento de la Reconciliación y porque, a fin de ayudar a los fieles a acercarse a Dios, a menudo cogía sobre sí el peso de las penitencias. Ayunaba cuatro días a la semana, alimentándose solo a base de pan y agua, y velaba durante horas, rezando hasta altas horas de la noche, y dormía muy pocas horas sobre un jergón. El viernes, en union a la Pasión de Cristo, se flagelaba con una disciplina particular que él mismo había creado.

Tenía una atención hacia los pobres que no tenía igual. Instaba continuamente al prior a ser generoso en las donaciones; él mismo llevaba el pan a los más necesitados y, por ellos, iba de puerta en puerta pidiendo limosna a los ricos. Era también muy conocido como exorcista y se tiene conocimiento de este carisma suyo también después de su nacimiento en el Cielo, como testimonian los diversos ex votos que le indican como libertador de endemoniados. Nutría un amor filial por la Virgen. En medio del sufrimiento y de las renuncias ofrecidas a Dios, era gratificado con extraordinarias experiencias místicas. La más celebre es la visión que tuvo la noche del 9 al 10 de diciembre de 1294 cuando vio a unos ángeles en el acto de trasladar por primera vez la Santa Casa a las Marcas, entonces parte del Estado Pontificio.

En su lecho de muerte, a un compañero de fraternidad que le preguntó cuál era el motivo de su mirada contemplativa, le respondió: «Yo veo a mi Señor Dios junto a su Santísima Madre y a mi padre san Agustín». Sus restos mortales están custodiados en la cripta de la basílica de Tolentino, a él dedicada, mientras que sus Santos Brazos están en una capilla aparte.