San Martín I
La historia de san Martín I (c. 600-655), venerado como mártir, recuerda qué significa el amor para la verdad, es decir, para Cristo, y como surge a partir de él la lucha contra las herejías
La historia de san Martín I (c. 600-655), venerado como mártir, recuerda qué significa el amor para la verdad, es decir, para Cristo, y como surge a partir de él la lucha contra las herejías. El santo mostró su templanza ya en el momento en el que lo eligieron pontífice, en julio del 649, porque no esperó el consenso del emperador bizantino Constante II, yendo así contra la praxis que se había establecido con Justiniano y que duró más de dos siglos (537-752). Uno de sus primeros actos papales fue la convocación del Concilio Lateranense, en octubre del 649, para condenar el monotelismo. Esta herejía le atribuía a Cristo solo la voluntad divina, negando la subsistencia de esta con la voluntad humana (y, por tanto, minando el sentido de toda la economía de la salvación). El monotelismo ya había sido combatido enérgicamente por san Sofronio de Jerusalén (†638), el primero en denunciar el grave peligro que suponía para la fe.
Los obispos reunidos en el Concilio Lateranense condenaron los errores del monotelismo. Fueron denunciados como herejes tanto el Ecthesis (un documento promulgado en el año 638 por el entonces emperador Heraclio y escrito por el patriarca de Constantinopla, Sergio I) como el Typos, un edicto emanado en el 648 por Costante II (bajo el impulso del patriarca Pablo II), con el cual el emperador prohibía cualquier discusión sobre el monotelismo. El Ecthesis y el Typos constituían un ataque a los principios dogmáticos fijados solemnemente en Calcedonia (451), y claramente ignoraban la autoridad del papa y su prerrogativa de confirmar en la fe a toda la Iglesia. De gran valor fue el papel que tuvo en el concilio san Máximo el Confesor (†662), que unos años más tarde, poco antes de morir, fue mutilado por los perseguidores monotelitas, que le cortaron la lengua y la mano derecha porque había defendido enérgicamente la doctrina católica con la palabra y con sus escritos.
El emperador reaccionó enviando a Italia al exarca Olimpo y ordenándole usar la fuerza para obligar a la Iglesia a aceptar el Typos. Al no conseguir el apoyo del ejercito establecido en Roma, oficialmente bizantino pero compuesto en gran parte por romanos, Olimpo proyectó el asesinato del papa. Según el malvado plan, un escudero de Olimpo tenía que apuñalar a Martín mientras el exarca recibía la Eucaristía de las manos del papa. Pero en el momento de apuñalar al Santo Padre -como relata el Liber Pontificalis- el escudero quedó deslumbrado y temporalmente cegado: Olimpo se convenció de que Martín estaba protegido por Dios, cambió de actitud y, poniéndose contra el imperio, gobernó autónomamente Italia. En el año 652 encontró la muerte durante una expedición a Sicilia. Constante II envió a Italia a un nuevo exarca que, en el 653, consiguió rodear el Laterano, capturar al papa, que estaba enfermo, y deportarlo a Constantinopla.
Martín llegó a la capital del imperio tras un viaje agotador. Fue detenido y aislado durante tres meses y, al cabo de este tiempo, condenado a muerte tras un solo día de proceso con la acusación injusta de alta traición. Le quitaron los hábitos pontificios, lo encadenaron y lo llevaron a la cárcel, arrastrándolo semidesnudo por las calles de Constantinopla. El patriarca Pablo II (†653), también él enfermo y en los últimos días de su vida terrena, intercedió por Martín ante el emperador, que cambió la condena a muerte por el exilio. El Santo Padre, de quien se conservan diecisiete cartas, pasó otros quince duros meses de encarcelamiento en Constantinopla, pero siempre permaneció firme en el fe. “Haced de mí lo que queráis; cualquier muerte será un alivio para mí”, dijo una de las veces en la que lo humillaron públicamente. Al final fue deportado a Jersón, en Crimea, donde murió entre penurias el 16 de septiembre del 655. El cuerpo de Martín, objeto de culto por los muchos milagros atribuidos a la intercesión del santo, fue posteriormente trasladado a Roma.